Manuel Corral Iranzo tiene 39 años y lleva 20 en la Armada. Ya de estudiante en la escuela naval de Marín (Pontevedra), este turolense «de secano» se enamoró de un submarino al navegar en él. Ahora, es el comandante del nuevo S-81, el sumergible más avanzado del mundo puesto a flote esta semana.
El capitán de corbeta atiende desde el Arsenal de Cartagena (Murcia) a los medios en la víspera de la ceremonia de puesta de largo del submarino, un prodigio tecnológico e industrial que convertirá a España en uno de los 10 países del mundo capaces de diseñar y construir un sumergible.
Los datos son elocuentes: 17 años para culminarlo, 80 metros de eslora, 60 kilómetros de cables, 26 millones de horas de ingeniería y trabajo y 3.907 millones de euros de techo de gasto para los cuatro que Navantia está construyendo para la Armada. Al nivel de las casi 11.000 horas de inmersión que acumula Corral desde que hace 13 años se dedicó en cuerpo y alma a los submarinos.
A su cargo, 40 hombres y 4 mujeres de dotación. Llevan, la mayoría, un año aprendiendo en Cartagena con simuladores que pronto sustituirán por los mandos de verdad. El S-81 empezará ahora con las pruebas de puerto y luego las de mar, tras lo que se entregará a la Armada, que lo pondrá a prueba un año antes de entrar en servicio. Eso ocurrirá probablemente ya en 2024.
Lo primero, el ambiente a bordo. Es algo muy particular de los submarinos. El ambiente tiene que ser muy bueno porque la vida a bordo es dura, y esa dureza la suplimos con buen ambiente. La convivencia es muy estrecha, desde el último marinero hasta el comandante, y eso me gusta mucho. Al final se trata de disfrutar de nuestro trabajo, y cuando hay buen ambiente se disfruta más.
La otra cosa que me gustó fue el tema táctico. Es una plataforma con muchas capacidades, con un gran número de misiones que puede realizar, y no solo ejercicios, sino que de manera casi permanente hacemos operaciones reales, como obtención de inteligencia. Eso también me cautivó.
Me siento tremendamente afortunado. Y sobre todo es un gran reto y una gran responsabilidad. Un reto no solo personal, sino para toda la dotación, de llegar bien formados al primer día de mar. Y la responsabilidad porque todo comandante de submarinos la tiene por los riesgos inherentes a la plataforma. Navega sumergido en un medio muy hostil y cualquier problema puede suponer una catástrofe. La capacidad ofensiva que tiene es muy alta y, en la toma de decisiones, está en ocasiones aislado del exterior. No puedes consultar a nadie.
El salto generacional va a ser muy importante, no solo por el intervalo de tiempo entre uno y el otro sino porque la tecnología es completamente diferente. Pasamos de submarinos prácticamente analógicos a uno completamente digital y con una tecnología muy avanzada. Eso implica muchos cambios de mentalidad. En toda la dotación tenemos que cambiar la forma que tenemos de operar.
Otro de los cambios importantes es el armamento y los sensores. Los de la clase S-80 van a estar dotados del mejor torpedo pesado que hay en la actualidad. Va a ser capaz de lanzar misiles contra buque y también efectuar ataques a tierra. Va a ser la primera vez que un submarino español sea capaz de lanzar un misil. Hasta ahora nuestras capacidades de armamento estaban basadas en el empleo de torpedos y minas, ahora seremos capaces de lanzar misiles.
Otro avance importante va a ser la automatización. Va a estar muy automatizado, eso implica que el número de dotación se va a reducir. Y la seguridad. Está diseñado con equipos redundantes y en caso de una emergencia tenemos esa doble seguridad en todos los equipos vitales.
Un ejemplo práctico de cómo los militares del S-81 van a tener que cambiar la mentalidad, dice Corral, es a la hora de un ataque. En los de la serie S-70, de los que quedan solo dos a punto de jubilarse, un torpedo llegaba a 20 kilómetros de distancia y el objetivo se visualizaba siempre antes. Ahora alcanza 50, con lo que los lanzamientos se harán sin tenerlo a la vista.
El S-81 les hará, por otro lado, la vida más fácil. Tendrán más espacio, más metros cuadrados habitables y solo 32 marinos necesarios para operarlo, frente a los 65 que necesitaban sus predecesores, más pequeños. Aun así, la vida allá abajo es dura y la desconexión del mundo, casi total. Podrán bajar centenares de metros y estar quince días sin salir del agua.
Es muy peculiar. Es dura porque tienes muchas limitaciones y restricciones. A nosotros nos gusta decir que es una vida de máximos y mínimos: mínimo de aire, mínimo de espacio y mínimo de intimidad, pero máximo de compañerismo, máximo de trabajo en equipo y de profesionalidad. Eso resume la vida a bordo.
Nos organizamos como los barcos, con turnos de guardia. Las limitaciones de comunicaciones hacen que la gente haga más piña en las diferentes cámaras o alojamientos, porque no tienen mucho más que hacer que estar ahí y compartir el tiempo con sus compañeros. No es como en otras unidades, que tienen conexión a internet y están más a su aire con el teléfono o la tableta. Aquí no, aquí jugamos al dominó en nuestro tiempo libre, vemos películas que nos grabamos en un disco duro… se hace más vida de cámara, como decimos nosotros.
Sí, es una desconexión tecnológica. Hay gente que pagaría por estar unas semanas completamente desconectados del teléfono y a nosotros no nos queda otra.
R.- La única característica es no ser claustrofóbico, el resto lo que hace falta es vocación y pasión, porque si no, no afrontas estas limitaciones. Con eso cualquiera puede ser submarinista.
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Author: redaccion@20minutos.es (EFE)
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