Hace unos meses la Universidad de La Laguna quiso saber si, como profesor de submarinismo, se me ocurría alguna idea para evitar los continuos accidentes que se producen al chocar los ferrys de alta velocidad con las ballenas y cachalotes que frecuentan las aguas canarias. Al parecer, los sistemas actuales -especialmente sónicos- no funcionan y además hacen perder a los animales el sentido de la orientación, por lo que a menudo acaban varados en las playas.
Admito que en principio se me antojó un empeño inútil, pero recordé las palabras que en una ocasión nos dijo el comandante Cousteau: «Cuando os enfrentéis a un problema relacionado con el mar,buscad siempre la solución más lógica, que es la que nadie busca». Así como algunas de sus lecciones: «Una ola libre es la que existe aunque no haya viento puesto que su origen se encuentra muy lejos, mientras que una ola forzada es la que se forma relativamente cerca y siempre a causa de vientos locales». «La longitud de las olas libres, es decir, la distancia entre una cresta y la siguiente, es siempre mayor que la de las olas forzadas, que se van sucediendo rápidamente». «Y como el agua no puede comprimirse, los deslizamientos de las partículas superficiales se transmiten a las capas subyacentes de tal modo que, en la práctica, cuando se alcanza una cota de profundidad equivalente a la mitad de la longitud de una ola, el mar apenas se agita». «Eso significa que cuanto mas rápidas y furiosas sean las olas en superficie, a menos profundidad bajo ellas estará la calma».
En la práctica eso viene a significar que si una nave naufraga en mitad de una tormenta con viento, lluvia y escasa o nula visibilidad, la mejor forma de llegar a ella será por el único camino que en esos momentos no presenta obstáculos: bajo las olas. Miles de personas mueren cada año en el mar; en 2007 se ahogaron 630 inmigrantes intentando llegar a las costas europeas; en 2013, fueron 1.500, y en el reciente naufragio de un transbordador coreano perecieron 300 muchachos sin que ninguna ayuda llegara a tiempo.
Cuando una nave en peligro lanza una señal de socorro dan sus coordenadas, las patrullas de salvamento acuden pese a que arriesgan también vidas y a menudo ni siquiera consiguen llegar al naufragio.
Las olas, que en ocasiones alcanzan los ocho metros de altura, los vientos huracanados, la noche o la niebla impiden que otro barco, un helicóptero, e incluso un avión se aproximen al lugar de la tragedia.
Recientemente, y durante unas prácticas de salvamento se accidentó un helicóptero en Fuerteventura pereciendo cuatro tripulantes. Entonces me vinieron a la mente los pequeños submarinos que solíamos utilizar con el fin de ser remolcados sin cansarnos. En aquellos tiempos sus baterías tenían muy poca autonomía pero me han proporcionado la base para diseñar un instrumento destinado no sólo a evitar los accidentes con las ballenas, sino sobre todo a salvar vidas humanas.
En realidad no es más que un mini-submarino no tripulado; un dron del mar diseñado para tiempos de paz, y que he llamado Serviola-SB. Mide unos seis metros de eslora por dos de manga y en la parte delantera tiene los instrumentos de control y dirección: radio, GPS, radar, ordenador, cámara de televisión y visores de rayos infrarrojos que le permiten ver incluso de noche. En la parte baja del cuerpo central se alojan modernas baterías recargables de iones de litio y depósitos de aire comprimido, y en la parte trasera van instalados motores, hélices y timones de profundidad.
En la actualidad algunos vehículos eléctricos superan los 200 kilómetros por hora con una autonomía cercana a los 300 y por lo tanto, utilizando baterías semejantes, un Serviola-SB está en condiciones de llegar con mayor rapidez y eficacia que una nave de superficie a cualquier punto en que se haya producido un naufragio. En el momento de recibir las coordenadas, su ordenador le indica el itinerario y va corrigiendo el rumbo en caso de derivas provocadas por las corrientes. Todos los elementos de la nave submarina están disponibles en el mercado y por lo tanto lo único que se debe hacer es unirlos.
Si el ser humano es capaz de enviar una nave espacial a Marte manejando a distancia sus brazos articulados, con mayor razón debe ser capaz de enviar una nave submarina a un punto del océano. Y, una vez allí, ordenar que su parte superior expulse una gran lancha neumática inflable provista de luces, agua, alimentos y material de primeros auxilios. Cuando los náufragos estén a bordo,el Serviola-SB la remolcará a lugar seguro.
Aquellos aparatos que estén destinados a navegar a unaprofundidad inferior a 30 metros pueden fabricarse con un doble casco de fibra de vidrio que deje entre ellos una capa de aire, lo cual mejora su flotabilidad y rapidez. Los de mayor profundidad deben fabricarse de acero.
Con varios Serviolas-SB patrullando por zonas de denso tráfico marítimo se evitarían accidentes con cetáceos y se detectaría a traficantes de drogas, contrabandistas, barcos de pesca ilegales, piratas y hasta a expoliadores del patrimonio arqueológico submarino.
Sustituirían con mayor eficacia a las lanchas salvavidas de los barcos, que tantos problemas suelen dar para arriarlas. Bastaría con soltarlas puesto que caerían a plomo y se hundirían unos metros pero de inmediato su ordenador las devolvería a superficie. Se puede lanzar desde un avión a poca altura para reconocer de cerca los restos de un naufragio o el rastro de un aparato caído, como el desaparecido vuelo de las líneas aéreas de Malasia.
Cuando le presenté el proyecto, Rafael Catalá, secretario de Estado de Fomento, de quien depende Salvamento Marítimo, dijo: «Imagino que si naufragas en mitad de la noche y cuando te crees perdido ves surgir del mar una balsa iluminada que viene a rescatarte puedes considerarlo un milagro. Intentaremos que se haga realidad».
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