Cuando la goleta o motovelero de bandera colombiana Resolute zarpó de Cartagena,
el 6 de junio de 1942, la Segunda Guerra Mundial atravesaba su momento más encarnizado.
La situación de los Aliados era grave. Retrocedían en África ante el avance incontenible de las
tropas del mariscal Rommel; Europa, con excepción de Inglaterra, yacía dominada por los ejércitos de Hitler y Mussolini; en Rusia,
se
temía que los defensores sucumbieran de un momento a otro al empuje
terrible que las tropas hitlerianas lanzaban por tierra y por aire; los Estados Unidos hacía nada más seis meses que habían entrado en la contienda, a raíz del ataque japonés a
Pearl Harbor, y libraban una batalla, que parecía perdida, para quitarle a la poderosa marina del Japón el dominio del Pacífico.
El Eje se veía triunfante. En Suramérica, cerca de un centenar de
submarinos alemanes infestaron el Caribe y atacaron sin miramiento cualquier nave con la que se encontraran, fuese de guerra o mercante.
La Resolute era un navío impulsado por motor y vela, de escasas 52 toneladas, propiedad del cartagenero Simón Baena Calvo. Tenía como capitán a Joseph McLean. El viaje que emprendió aquel 6 de junio hacía parte de sus recorridos habituales entre
Cartagena, Panamá, Providencia y San Andrés. Llevaba
de tripulantes a Ignacio Baker, cocinero; Colbrock Archibold, marinero;
Clifford Grant, ayudante de cocina; James Newball, marinero; Garmen
García, contramaestre, y Manoah Hawkins, marinero.
Como pasajeros
abordaron Misael Santana, personero de San Andrés; Tomas Steele, su
esposa Lucy Steele y su hijo de un año, Albert; y la señorita Doris Fox.
El
14 de junio, el capitán McLean observó unos árboles en el horizonte,
que la tripulación atribuyó al paisaje de los cayos de Quina o Serrana. McLean ordenó enrumbar hacia ellos, y a las doce meridiano, que los tuvieron cerca,
observaron que se trataba de dos botes salvavidas,
que traían a cinco oficiales y 26 marinos de nacionalidad inglesa,
escapados del hundimiento, por submarinos alemanes, de tres barcos a
doscientas millas de allí. Subieron a los náufragos a bordo de la
Resolute y, de acuerdo con el oficial de mayor grado, los trasladaron a
Colón, a donde llegaron el 15 en la mañana.
El 17, dado que tenían vientos en contra y no era aconsejable continuar el viaje a Providencia,
McLean resolvió fondear en la bahía de Panamá, y cargar allí mercancías y víveres para llevar a Providencia y San Andrés. El mismo 17, los submarinos alemanes anunciaron estrepitosamente que se encontraban cerca de las costas colombianas.
A
las ocho y cuarto de la noche del 17 de junio, la población de Riohacha
fue estremecida por tremendos estruendos que no podían ser truenos,
pues no había tormenta. Corrieron los riohacheros
"
presurosos a la orilla -relató el corresponsal de EL TIEMPO en
Riohacha, Brugés Serrano-,
donde estuvieron asistiendo al espectáculo
impresionante del formidable cañoneo que debía estarse sucediendo a muy
poca distancia".
Dos submarinos alemanes habían atacado, por
babor y estribor, a doce millas de la costa guajira, al vapor de bandera
holandesa Flora, que navegaba con sus luces apagadas.
La gente de Riohacha escuchó más de 60 cañonazos antes de que volviera el silencio.
Los fogonazos le permitieron al capitán Guerrero, jefe de la fuerza
militar acantonada en Riohacha, calcular la distancia a la que se dio el
combate.
Tan pronto cesaron los cañonazos, organizó un equipo
de rescate por si había náufragos o sobrevivientes. Una primera misión
de salvamento, formada por el propio capitán Guerrero y por los médicos
Ramón Gómez, jefe del Centro de Higiene, y Forero Gómez, del Ejército,
pudo rescatar a buena parte de los náufragos del vapor Flora,
la embarcación holandesa hundida por los submarinos nazis. Entre los rescatados se hallaba
el capitán del Flora, Ade Haam, quien relató el cobarde ataque, cuya única víctima había sido el tercer maquinista.
Después de verificar a los sobrevivientes, el capitán Haam dijo que aún quedaban trece en el mar. El teniente Forero Gómez reanudó la búsqueda y a eso de la media noche volvió con los trece que faltaban, sanos y salvos.
Mientras la Resolute aguardaba en Panamá los vientos favorables para reiniciar su viaje,
los submarinos alemanes atacaron las costas de Canadá,
el 20 de junio; el 21, minaron las costas de Virginia en los Estados
Unidos, lo que ocasionó el hundimiento de cuatro barcos; el 21 de junio y
el 22, torpedearon y hundieron el mercante argentino Río Tercero, a 120
millas de Nueva York. El día 22, llegaron los vientos favorables y la
Resolute salió de Panamá rumbo a Providencia.
Pero no le serían tan favorables.
En los últimos tres meses, los submarinos alemanes habían hundido 14 embarcaciones en el Caribe.
A las 9:30 de la mañana del 23 de junio, la Resolute se encontró casi a
boca de jarro con un submarino alemán, a 35 millas de Providencia.
El
capitán McLean ordenó izar la bandera colombiana, que los alemanes
saludaron con una rociada de metralla contra la tripulación y los
pasajeros, quienes, desprevenidos, no esperaban un ataque. Seis
de ellos buscaron amparo en el lado opuesto al submarino, asiéndose de
la borda. Tomás Steele cargaba en los brazos a su hijito, con su esposa
al lado. El submarino dio la vuelta y en cuanto tuvo a tiro a los que
colgaban de la baranda del Resolute, los ametralló por la espalda.
Cayeron muertos al mar el cocinero Baker, su ayudante Grant, el señor
Steele, su esposa y su hijito, y el marinero Archibold.
La
señorita Doris Fox y el personero de San Andrés, Misael Santana,
pudieron echar al agua un bote salvavidas, se arrojaron al mar y
lograron subirse. Desde el submarino los ametrallaron e hirieron en los
brazos a la señorita Fox y en la cara al señor Santana. Segundos
después,
el capitán McLean y el marinero Hawkins, heridos también, alcanzaron a nado el bote,
mientras las balas de metralla les silbaban sobre las cabezas. Otros
dos tripulantes, el contramaestre García, herido, que iba apoyado en su
compañero, el marinero James Newball, único que resultó ileso,
consiguieron llegar al bote.
La pequeña embarcación recibió más de 30 perforaciones, pero el fondo estaba intacto y no hizo agua.El submarino disparó tres cañonazos contra la Resolute.
La humilde goleta colombiana se hundió, hecha pedazos, en menos de tres minutos.
Los del bote hubieran sufrido suerte igual de no aparecer de improviso
un caza estadounidense, cuyos tripulantes ignoraban lo ocurrido con la
Resolute, y que tuvo la virtud de espantar a los alemanes. El submarino
se desentendió del bote náufrago y escapó con rumbo SO.
Aunque algo más cerca de Providencia que de San Andrés,
los seis sobrevivientes de la Resolute consideraron que el mar era menos peligroso si tomaban la ruta de San Andrés,
a donde llegaron a las seis de la tarde del 23, y fueron atendidos y
curadas sus heridas por las autoridades sanitarias. Don Misael Santana,
personero de San Andrés, relató: "
Cuando nuestros compañeros cayeron al
agua, ametrallados por la espalda, los tripulantes del submarino
estallaron en carcajadas".
El presidente Eduardo Santos ordenó el congelamiento inmediato de los bienes de los súbditos del Eje residentes en Colombia. Un
año después, el 26 de noviembre de 1943, otro submarino alemán repitió
la hazaña de hundir una goleta colombiana, la Ruby, en aguas del Caribe.
El gobierno del presidente Alfonso López ordenó el confinamiento de
todos los súbditos alemanes en un campamento prisión en Fusagasugá, y la
confiscación y expropiación de sus bienes "
para resarcir a Colombia por
los perjuicios de guerra", y declaró el estado de beligerancia con las
potencias del Eje.
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La única imagen de la Corbeta |
Enrique Santos Molano
Especial para EL TIEMP