Como último detalle relacionado con los prolegómenos de la Guerra de Cuba, quiero señalar el desprecio que se hizo del esfuerzo llevado a cabo por uno de los más insignes marinos de la Armada, el teniente de navío don Isaac Peral y Caballero, que con gran secreto estaba desarrollando un proyecto de submarino “destinado a la defensa de los puertos”.
Desde su ingreso en la Armada en 1865 había destacado por su inteligencia e inclinación al estudio. Simultaneaba la cátedra de Física-Matemática de la Escuela de Ampliación de Estudios de la Armada con sus estudios particulares sobre navegación submarina. En una modesta casa de san Fernando, llevaba bastante tiempo dedicado a llevar a cabo el proyecto de un buque submarino de propulsión eléctrica.
El submarino, de acero, de
La propulsión la proporcionaban dos hélices movidas por sendos motores eléctricos de 30 HP cada uno, cuya energía procedía de una batería de 480 acumuladores, que constituyó la primera instalación de este tipo que se hizo en el mundo en gran escala. La autonomía del proyecto era de
Para evitar los errores en la aguja magnética, Peral instaló la suya en la tórrela, que construyó de bronce, inventando un sistema de reflexión para que el timonel viese las indicaciones de la aguja y otro sistema de prismas y lentes que, a modo de periscopio, proyectaba sobre una mesa la visión del exterior. Portaba un armamento militar importante, consistente en tres torpedos que se lanzaban desde un tubo único situado en la proa.
El teniente de navío Peral presentó su estudio a sus superiores de la Escuela de Ampliación y fue elevado al ministro de Marina con un informe en el que se decía: «Este Centro opina que el proyecto de Peral no tiene un solo punto vulnerable. Científicamente el problema está resuelto por él». El Gobierno lo apoyó con la condición de que primero se construyera y probara el aparato de profundidades, concediendo en octubre de 1886 el primer crédito.
Una vez efectuadas con éxito las pruebas del aparato de profundidades se dio la orden de construcción del buque, y en octubre de 1888 fue puesta la quilla en el Arsenal de La Carraca. En septiembre de 1888 fue botado y en marzo de 1889 comenzaron las pruebas oficiales.
En la ejecución de su proyecto Peral se encontró con todas las dificultades de quien emprende un camino que puede lograr un gran progreso. La Junta Técnica a la que se encomendó la inspección de las obras se mostró implacable con el inventor, exigiéndole unas pruebas que superaban con creces a lo que entonces se podía esperar de un submarino, pero, a pesar de todo, fueron en su mayoría llevadas a la práctica con éxito. El submarino Peral maniobró de manera impecable en inmersión, lanzando sus torpedos sin problema, y en la prueba definitiva de inmersión navegó durante una hora hacia el oeste, saliendo a superficie en el punto en que exactamente se esperaba que lo hiciese.
El problema se planteó cuando se llevaron a cabo las pruebas militares consistentes en que el submarino se aproximase sin ser visto a
Se hizo una cuestión pública del asunto del submarino, interviniendo la prensa con ardientes campañas en pro y en contra que envenenaron el asunto, ya que para unos Peral había hecho un invento capaz de solucionar todos los problemas de la patria y para otros apoyar el invento eran «ganas de tirar el dinero». (El coste total del buque no pasó de 300.000 pesetas).
En la esfera oficial, ante la decisión de construir otro buque que corrigiese las deficiencias del primero, surgió una pugna entre Peral y la Junta Técnica, ya que esta última sostenía que la nueva construcción debía de hacerse bajo la dirección de Peral pero previo examen, aprobación e inspección de los centros a quienes reglamentariamente correspondía, y Peral quería autonomía para la nueva obra y se negaba a admitir inspección científica de ninguna especie durante la construcción. El resultado final fue que se perdió de vista lo verdaderamente importante, que era el mejor servicio a España, y el proyecto se fue por la borda ordenándose por último que el submarino fuese desarmado y los acumuladores, bombas, motores y demás elementos del buque fuesen entregados en el Arsenal de La Carraca. Como consecuencia de este desenlace Peral se retiró del servicio y falleció en Berlín en 1895, víctima de un cáncer.
No sabemos qué hubiera pasado en la Guerra de Cuba de haber contado con el submarino, pero de lo que podemos estar seguros es de que los americanos se hubieran cuidado mucho de acercarse a distancia de bloqueo si hubieran la más mínima sospecha de que contábamos con un submarino torpedero.
Cuadernos de pensamiento Naval .nº 7 Dic 2007
“LA IMPORTANCIA DE LA MENTALIDAD NAVAL”
José Mº Gutierrez de la Cámara Señán.