Pero la ambición de Echevarrieta miraba lejos. En 1917 vendió sorpresivamente sus buques y adquirió los astilleros Vea-Murguía de Cádiz, que tras ser modernizados fueron la piedra angular de su proyecto empresarial. Para Echevarrieta la Primera Guerra Mundial demostraba la creciente importancia del arma submarina, de los torpederos, de la aviación y de los buques capaces de acogerla, además del papel clave que jugarían en el futuro los nuevos tipos de motores. Y había que entrar en el negocio.
Echevarrieta quería llegar a ser el único suministrador del material de guerra que necesitara la Marina española. Pero para lograrlo, debía enfrentarse a los intereses armamentísticos británicos en España, ya que el país dependía principalmente de la tecnología de la empresa inglesa Vickers.
Echevarrieta, personalmente un liberal aliadófilo y que apreciaba a Gran Bretaña, precisaba para alcanzar su deseo un aliado tecnológico que superara a los británicos. Y en la Europa de entonces solo había uno: Alemania.
¿Cómo llegó un industrial bilbaíno a ser pieza importante en el tablero armamentístico europeo posterior a 1918? En Versalles, Alemania fue humillada, se le quitó gran parte de su territorio, todo su imperio colonial y sus fuerzas armadas fueron reducidas a la mínima expresión. Pero lo peor llegó con el pago de indemnizaciones de guerra a los vencedores. La maltrecha economía germana sufrió una hiperinflación que la hundió en el caos.
El miedo a no cobrar las indemnizaciones hizo que Francia y Bélgica ocuparan la región del Ruhr, el corazón industrial de Alemania. Ello dio fuerza a los sectores partidarios de reforzar el poder de Alemania, que seguía siendo el país más desarrollado científica y tecnológicamente. Si antes de 1923 existían ya secretamente planes para ello, tras la nueva humillación sufrida la reconstrucción del ejército alemán se convirtió en una prioridad para los gobiernos democráticos de la República de Weimar.
Echevarrieta tenía desde mucho antes relaciones con empresas británicas y a la vez mantenía contactos con empresas alemanas como la Krupp, además de con firmas relacionadas con la tecnología de motores.
El interés de Echevarrieta por los motores le había llevado a autorizar desde 1924 a mi abuelo, el ingeniero bilbaíno Juan Antonio Aldecoa, director durante 10 años de los Astilleros de Cádiz, el estudio de nuevos tipos de aviones. Los trabajos técnicos se orientaron, por ejemplo, hacia el diseño de motores a reacción, aviones cohete y de despegue vertical y otros desarrollos. Avanzados para su época, algunos se materializarían dos décadas más tarde en los cielos de Europa. Pero esa es otra historia.
El mejor momento
Tras su mediación en el rescate de los soldados españoles capturados en 1923 por Abd el Krim, Echevarrieta estaba en su cénit. No solo se veía reconocido, sino que encabezaba los negocios más innovadores de España: Saltos del Duero (luego Iberduero), Iberia, Cementos Portland Iberia, concesiones de saltos de agua, de cotos mineros y madereros, ferrocarriles, desarrollos urbanos, telecomunicaciones, petroleras...
En su visita a Madrid en 1926, el capitán de corbeta y agente especial de la marina alemana Willhelm Canaris, futuro almirante y jefe de la Abwehr, vino a buscar un hombre rico, con contactos, con iniciativa y sin miedo al riesgo. ¿Para qué lo necesitaba?
A comienzos de los 20, la marina alemana bajo cuerda había fundado en Holanda los astilleros I.v.S. que, bajo una apariencia de normalidad, se especializaron en diseñar submarinos. Un incumplimiento del Tratado de Versalles. Por ello, los alemanes necesitaban construirlos discretamente en países neutrales donde encontraran socios con astilleros modernos. España era una de las posibilidades.
‘NUESTRO HOMBRE’
En su visita, Canaris tomó nota del posiblemente mejor socio para el rearme alemán. Según el informe que envió a Berlín, Podemos servirnos de los planes del Gobierno Español para construir aquí nuestros prototipos y probarlos en su armada. Para ello tengo al que puede ser nuestro hombre… Horacio Echevarrieta.
Invitado a Berlín, Echevarrieta, acompañado por Canaris y Walter Lohmann, figura clave en el rearme alemán, acudió a una reunión en el Almirantazgo, en presencia de ministros y del propio canciller del Reich. Rápidamente se planteó la cuestión: “Ustedes ya conocen nuestras industrias, nuestros ingenieros, la superioridad de los diseños alemanes se han visto en todos los mares del mundo. Ahora buscamos un socio para construir nuevos barcos”. Era la oportunidad de su vida y Echevarrieta no lo dudó: “Entonces han acertado. Tengo el mejor astillero y como ustedes ya saben, los mejores contactos en España... Estoy contento de construir en Cádiz las naves más eficaces y modernas: sus submarinos”.
Poco después, Echevarrieta aprovechaba una visita a su finca del rey y del dictador Primo de Rivera y organizaba una cena a la que invitó a Canaris y a su colaborador Eberhard Messerschmitt. Tras explicar el asunto, se concluía que podía interesar al Gobierno encargar la compra de un amplio número de unidades, pero Alfonso XIII ponía una condición: antes de comprar nada, el submarino debía probarse y cumplir los requisitos que se fijaran. Era necesario, por lo tanto, construir primero un prototipo. Acababa de nacer el futuro E-1.
Además, Echevarrieta recibía el encargo de crear la Fábrica Nacional de Torpedos en sus Astilleros de Cádiz, con tecnología alemana, y fabricar 1.000 unidades en los siguientes años. El monopolio de armamento parecía estar cerca.
La construcción
Tras acordarse con Berlín los aspectos contractuales, meses más tarde comenzarían a llegar a Cádiz como apoyo ingenieros alemanes. Los planos y piezas para montar el submarino serían remitidos por I.v.S. desde Rotterdam. Para reforzar el optimismo de Echevarrieta, a finales de 1928 el nuevo ministro de Marina encargaba doce unidades del submarino, siempre que el prototipo cumpliera las condiciones fijadas. Todo parecía encarrilado.
En marzo de 1929 comenzaba finalmente la construcción y se colocaba la quilla. A pesar de los vaivenes políticos y del comienzo de la Gran Depresión, en 1930 y en poco más de un año, el submarino estaba terminado. Echevarrieta lo bautizaba con la primera letra de su apellido, E-1.
El 22 de octubre de 1930, con toda la sociedad gaditana presente y con solo dos ausencias notables, la del general Primo de Rivera (ya fallecido anteriormente) y la de Alfonso XIII, que visitaría el submarino cinco días más tarde, se procedía a la botadura. Pero la botella de champán rebotó sin romperse sobre el casco, un mal presagio.
El submarino realizaba por fin sus pruebas en alta mar en mayo de 1931, navegando bajo bandera mercante española con tripulación alemana y al mando del capitán y héroe de la guerra naval submarina alemana capitán Lothar von Arnauld de la Perière.
Las pruebas resultaron plenamente satisfactorias al superarse incluso en un nudo los requisitos de velocidad máxima en superficie y en inmersión. Con 968 toneladas de desplazamiento en inmersión, dos motores diesel de 1.400 caballos de potencia y dos eléctricos, seis tubos lanzatorpedos, un cañón de 105 mm. y un antiaéreo de 20 milímetros, el E-1 era un submarino de tipo oceánico que aventajaba a todos los submarinos de su tiempo.
En teoría, al cumplirse con los requisitos exigidos, la Marina española debía encargar varias unidades de esta gran embarcación, pero nada resultó como estaba previsto.
Triste final de un proyecto
En abril de 1931 se proclamó en España la República. El nuevo régimen, pacifista, decidió seguir confiando en la tecnología británica (seguramente tras las oportunas gestiones de Londres), rechazó la orientación de la Alemania de Hitler y, de rebote, orilló al republicano Echevarrieta y renunció a realizar el pedido de unidades de un submarino que había probado ser la mejor opción para la Marina, pero que era de tecnología alemana.
Echevarrieta ni siquiera consiguió que le compraran el prototipo y, acuciado por sus necesidades económicas y personales, aceptó malvender el E-1 a Turquía en 1935. Rebautizado como TCG Gür, fue dotado en su viaje de una tripulación casi toda alemana y sirvió en la armada turca hasta 1947.
Fracasados sus planes de hacerse con el monopolio del armamento en España, anulado el encargo de la Fábrica de Torpedos, en crisis muchos de sus negocios y muy afectadas sus finanzas, Echevarrieta fue perdiendo protagonismo, aunque aguantó como pudo al frente de los Astilleros de Cádiz, su gran esperanza para relanzar sus proyectos, hasta que el régimen franquista se los expropió en 1951.
¿Quién ganó con este resultado? Claramente Alemania, pues construyó y probó en España su submarino más moderno, prototipo de los U-Boot de las series IA y VII, la base de su futura guerra submarina con las temibles manadas de lobos.
¿Quién perdió? Además de Echevarrieta, creo que la República, pues desperdició la oportunidad de disponer de los mejores submarinos. Quién sabe si estos, con tripulaciones leales, le hubieran ofrecido en 1936 el control del mar y la capacidad de bloqueo al comenzar la guerra civil. Pudo haber cambiado la historia.
UN REPORTAJE DE ARTURO ALDECOA RUIZ
Para suerte de todos los europeos Hitler se equivocó tanto en el mar como en tierra.