Uno de los tres torpedos que le dispararon fue certero, letal. Atravesó el casco. En apenas once minutos, el Río Tercero, un buque de la marina mercante argentina, se fue a pique luego del ataque del submarino alemán U-202. Eran las 12.34 horas del 22 de junio de 1942, la Segunda Guerra Mundial estaba en su punto más álgido y el navío estaba a 120 millas náuticas de Nueva York. Regresaba a Buenos Aires luego de dejar una carga de cereales y recoger otros productos. Fue el último de los tres barcos argentinos torpedeados por los nazis durante el conflicto.
El Río Tercero era un buque a vapor construido y botado en 1912 por la naviera británica Palmers Shipbuilding & Iron Co. Ltd., en Hebburn, un barrio de Newcastle sobre el río Tyne, al norte de Inglaterra. Podía transportar 4864 toneladas. La primera propietaria del barco fue la compañía African Steamship, que lo bautizó Eboe. Cuatro años más tarde lo compró una empresa italiana y lo rebautizó como Fortunastella.
Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial estaba en la ciudad bonaerense de Necochea, donde permaneció retenido. En 1941, el gobierno argentino -en ese momento a cargo de Ramón Castillo- lo adquirió para incorporarlo a la recientemente creada Flota Mercante del Estado. Como consecuencia de la guerra, los buques de las potencias navieras -fuesen estos alemanes o británicos- estaban expuestos al ataque enemigo. Ya no llegaban a comerciar en el puerto de Buenos Aires como en años anteriores, por lo que era menester enviar la producción agropecuaria por otros medios. Los navíos escogidos eran en su mayor parte de origen italiano, retenidos, como el Río Tercero, en los puertos argentinos.
La neutralidad argentina, que terminó recién el 26 de enero de 1944 cuando el gobierno de facto de Edelmiro Farre le declaró la guerra al Eje (a Japón y Alemania, más precisamente), fue siempre motivo de polémicas. Pero aunque desde Londres y Berlín se reclamaba que Buenos Aires adoptara una posición más afín a cada uno de los bloques en pugna, también es cierto que la logística de la guerra -en ambos bandos- incluía a los productos argentinos en un lugar destacado. Y al ser neutrales, la posibilidad de llegar a salvo con la carga de cereales y carne para alimentar a las tropas aumentaba considerablemente. Pero a veces, como vemos, podía fallar.
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El submarino U-202 de la armada nazi. Fue uno de los "lobos grises" que asolaron el océano Atlántico durante la Segunda Guerra Mundial. Hundió a 9 buques y averió a 4. En 1943 fue hundido cerca de Groenlandia
Para poder navegar con relativa tranquilidad, existía un acuerdo internacional. Los buques mercantes de nuestra nacionalidad debían tener indicados en su casco el país y la denominación por lo menos cinco veces y en un lugar bien visible. Igual que los de Suecia, por ejemplo. Por su parte, los capitanes de los submarinos poseían un libro con las siluetas de los buques mercantes registrados y las señas de cada uno.
El mecanismo aceptado por las convenciones de las partes involucradas en la guerra era el siguiente: si un submarino interceptaba a un barco de una nación neutral, debía detenerlo y revisar que no llevara carga bélica. Si no había nada inconveniente a bordo, debía dejar que continuara su navegación. Pero con el correr del conflicto, esto se hizo más complicado.
El U-202 había zarpado del puerto de Brest, en Francia, el 27 de mayo de 1942. Su misión principal era llevar a territorio norteamericano a cuatro espías alemanes para tareas de sabotaje a instalaciones militares y vías férreas. Los dejó cerca de Long Island, adonde desembarcaron en un bote inflable. La operación, luego, fracasó estrepitosamente y los cuatro fueron apresados.
El sumergible continuó viaje no sin algunos contratiempos: quedó atrapado en un banco de arena y para su fortuna, la marea lo liberó. Fue entonces cuando se encontró con el Río Santiago. Luego del incidente, el capitán del sumergible nazi, el capitán teniente Hans-Heinz Linder, adujo que el buque argentino no poseía las señales que lo identificaban como un barco de un país neutral, y que sólo lo reconoció luego del ataque.
En su bitácora escribió: “No hay tráfico cerca de la costa. Actividad aérea media, sin patrulla marítima. Vapor argentino Rio Tercero ex Fortunstella (4.864 BRT) hundido, sin bandera ni marcas de neutralidad. Servicio de transporte Nueva York a Buenos Aires”... “El vapor navegaba con rumbo 135°, no lo hacía en zigzag.
La identidad del buque fue descubierta después del hundimiento, por declaración del capitán argentino.” Linder mintió: en su libro “Two centuries of shipwrecks in the approaches to New York” (“Dos siglos de naufragios en las proximidades de Nueva York”), el investigador Bradley Sheard señaló que el Río Tercero, que era capitaneado por Luis Pedro Scalese, llevaba pintadas en su casco 13 banderas argentinas y su nombre se podía leer nueve veces. Están, además, las fotos para comprobarlo.
El capitán del U-202, Hans Heinz Linder. Murió en 1944 durante un ataque aéreo de los soviéticos cuando estaba en Letonia
De las 44 personas a bordo, cinco tripulantes murieron en el fondo del mar junto al Río Tercero: el marinero Justino José Aguilar, el fogonero Angel Elfi y los carboneros Clemente Alvarez, Roberto Emilio Giménez y Luis Santiago Protto. Los restantes -entre ellos el único pasajero, el médico Francisco Arumbarri- fueron rescatados por guardiamarinas norteamericanos, según refiere el sitio de divulgación histórica marítima Histarmar, que recopiló el relato del telegrafista del buque, Roque Volpe.
De acuerdo a su testimonio, fueron atacados por el U-Boot sin previo aviso. Y sólo lo vieron luego de ser torpedeados, cuando ya estaban en los botes salvavidas: “Yo pedí el S.O.S, me atendieron enseguida los norteamericanos. A la hora y media ya nos sobrevolaba el avión bombardero que nos habían mandado. Quedaron 39 náufragos repartidos en dos botes, rescatados por la noche y llevados primero a Estados Unidos. Pero antes de que esto ocurriera, estuvieron a un paso de que los submarinistas los despacharon a tiros. El submarino que los había atacado emergió poco después junto a los botes de los náufragos. Tenía escrito en la torreta: U-Boot, un número y la inscripción ‘Innsbruck’...
“Al capitán Scalese se le ocurrió decirles a los alemanes que no habíamos pedido auxilio y que no teníamos con nosotros ningún libro de navegación. Entonces lo metieron en el submarino. Finalmente, Scalese terminó por darles el libro y el submarino se alejó, pero al poco rato volvió junto a los botes. Los alemanes nos apuntaron desde la torreta con dos ametralladoras”...
“Todos pensamos que los submarinistas creyeron que no habíamos alcanzado a pedir auxilio y habían decidido matarnos para eliminar cualquier indicio del ataque a un barco de un país neutral. En aquel dramático momento, un bombardero norteamericano arrojó cuatro bombas que levantaron grandes columnas de agua cerca del submarino. Este rápidamente desapareció bajo el agua”.
El hecho provocó una enorme indignación en Buenos Aires, pero el gobierno decidió no romper relaciones con Alemania. El 26 de junio, la Embajada argentina en Berlín presentó una carta de protesta. Cuatro días más tarde, el Tercer Reich respondió la nota y se dispuso a pagar los daños. Como excusa le endilgaron el error al capitán. Al regresar al país, la tripulación del Río Tercero debió responder por un falso rumor que se hizo correr. Decían que la causa del ataque del U-202 era que el capitán Scalese había roto la neutralidad y le había informado a los norteamericanos la posición de otro submarino alemán. Esto, luego, fue atribuido a una operación de la Cancillería para no afectar los intereses alemanes en la Argentina.
El buque mercante Uruguay navegaba con rumbo a Limerick, en Irlanda. El 27 de mayo de 1940 se encontraba a 160 millas al oeste del Cabo Villano, cerca de Galicia, cuando fue atacado por el sumergible U-37. El torpedo no lo alcanzó, pero fue abordado por los nazis y hundido con cargas explosivas. 15 miembros de la tripulación se extraviaron en un bote salvavidas y jamás fueron hallados
El sumergible alemán continuó su campaña. Hundió un total de 9 buques y averió a otros 4. Pero su final fue el fondo del mar. A las 3 de la madrugada del 2 de junio de 1943, en el Atlántico Norte, cerca del Cabo Farewell al sur de Groenlandia, fue alcanzado por cargas de profundidad lanzadas por la corbeta británica Starling. El saldo fue de 18 muertos y 30 sobrevivientes. El capitán Linder, por su parte, sobrevivió un año a su antiguo sumergible. Murió el 10 de septiembre de 1944 durante un ataque aéreo de los soviéticos en Libau, Letonia.
No era fácil la navegación con el océano infestado de submarinos alemanes. Y eso se debió a un error de la política británica. Luego de su derrota en la Primera Guerra Mundial, el Tratado de Versalles permitió a los germanos poseer una modesta armada de guerra, que no pudiera rivalizar con la Royal Navy, dueña de los mares. Pero les prohibió construir submarinos: entre 1914 y 1918, con esa fuerza, los alemanes habían hundido a 5.554 buques, según enumeró el historiador Helmut Kraft. El yerro sucedió en 1935. Con Hitler encumbrado en el poder alemán, Londres le dejó construir el 35% de los submarinos que poseían los británicos. Cuando en 1939 los nazis invadieron Polonia, el Tratado de Versalles se deshizo, y los alemanes comenzaron a fabricar submarinos a contrarreloj bajo la tutela del almirante Karl Dönitz, comandante supremo de la Kriegsmarine, la armada nazi. Y aunque el número de unidades de ese arma era significativamente superior del lado británico (135 a 57), los sumergibles alemanes eran todos modernos. Cuando finalizó la segunda guerra mundial, los U-Boots nazis habían hundido 148 navíos de guerra aliados y averiado otros 45. Y habían enviado a pique a 2.779 buques mercantes. Entre ellos, a tres argentinos.
El buque tanque Victoria, atacado el 17 de abril de 1942 en el océano Atlántico Norte por el submarino alemán U-2QI. No fue hundido, pero la tripulación lo abandonó. Reparado en los Estados Unidos, continuó navegando bajo esa bandera
El primero en sucumbir a un ataque de los “lobos grises”, como se llamaba a la fuerza de sumergibles nazis, fue el buque de la marina mercante Uruguay, que llevaba 6500 toneladas de maíz, trigo y lino hacia el puerto de Amberes, en Bélgica. En pleno trayecto sucedió la invasión nazi a ese país, entonces recibió la orden de cambiar el rumbo y dirigirse a Limerick, Irlanda. Cuando a las 21.12 horas del 27 de mayo de 1940 se encontraba a 160 millas al oeste del Cabo Villano, cerca de Galicia, un torpedo fue disparado contra él por parte del sumergible U-37, pero no acertó.
El capitán Víctor Oehrn, divisó que era un buque neutral. No obstante, el submarino emergió y lanzó una bomba contra el buque para que se detenga. Como a bordo no hallaron la documentación que certificara su destino, decidieron hundir el barco. Le dieron 20 minutos a la tripulación para abandonarlo y luego colocaron cuatro cargas explosivas. A las 21.48 horas, el Uruguay se fue a pique. En dos botes salvavidas, la tripulación quedó en alta mar. El capitán Antonio García, junto a 12 marinos, fue rescatado por un pesquero español, el Ramoncín, que los llevó hacia La Coruña. El otro bote, que ocupaban 15 tripulantes, jamás fue hallado.
El segundo fue el buque tanque de ultramar Victoria, que pertenecía a la compañía naviera Mihanovich. El 16 de diciembre de 1941 partió de Nueva York con una carga de crudo. Al llegar al puerto de Buenos Aires lo descargó y marchó a Rosario, donde cargó aceite de lino y partió nuevamente a los Estados Unidos. El 17 de abril de 1942, a 300 millas del Cabo Hatteras, a la altura de Carolina del Norte, el submarino alemán U-2QI le disparó dos torpedos. El buque, averiado, fue abandonado en botes salvavidas por la tripulación, que no sufrió bajas. A flote, el barco fue remolcado por la Guardia Costera de los Estados Unidos. Allí lo repararon y volvió a navegar bajo bandera norteamericana con el nombre de Culpepper. La última vez que lo vieron fue en 1963, en Panamá, totalmente abandonado.
Fuente: Hugo Martín / Infobae.