Llegan a nuestras pantallas con muy pocas semanas de diferencia, dos odiseas submarinas que incluso coinciden en la zona donde se ambienta la acción: el Mar de Barents. La primera de ellas, 'Hunter Killer', era una fantasía militarista que parecía llegar directamente desde la sencilla división política entre malos (ellos) y buenos (nosotros) del cine de acción de los años noventa, con golpe de estado en Rusia incluido. 'Kursk' tiene la mirada puesta en otra dirección, por mucho que coincidan las coordenadas de ese mar inhóspito, negro y helado.
Para empezar, su historia no tiene nada de política-ficción, sino que sucedió en el año 2000: el submarino ruso Kursk está haciendo unas extrañas maniobras con armamento pesado (no se hacían unas similares desde hacía diez años), pero un accidente provoca una serie de explosiones en la nave, mata a la mayoría de la tripulación y deja al resto abandonados a su suerte. Comienzan las tareas de rescate en una situación límite y en durísimas condiciones adversas, pero ni Rusia quiere aceptar una ayuda internacional que le vendría muy bien, ni se informa adecuadamente a las familias desesperadas que han quedado fuera.
Pese a ser la película más comercial de Thomas Vintenberg, y disfrutar de las comodidades de una producción muchísimo más holgada que en sus primeras películas -como 'Celebración'-, adscritas al movimiento Dogma, el director intenta que su enfoque sea complaciente. Por eso, aunque a veces retrata el drama físico de los accidentados (sin renunciar a momentos de enorme tensión, que en algún momento recuerdan a clásicos tipo 'La aventura del Poseidón'), su foco de atención está en cómo la burocracia y el orgullo del ejército ruso van asfixiando las posibilidades de los marinos de salir vivos del trance.
Las raíces del cine de Vintenberg, alejadas del mainstream por mucho que aquí emplee un reparto de actores internacionales conocidos, quedan a la vista en brillantes diálogos más propios del cine nórdico independiente con el que arrancó su filmografía. Por ejemplo, hay una desoladora conversación entre el protagonista (Matthias Schoenaerts), cuya mujer está embarazada y con la que ya tiene un hijo de tres años, y un compañero en el submarino. Le pregunta, ante la casi inevitabilidad de la muerte, qué recuerda de su padre, que también murió cuando él tenía tres años. La sobria respuesta ("Nada") define bastante bien una película que a veces se viste con los ropajes del thriller militar, pero que esencialmente está poniendo a un grupo de personas frente a frente con un destino desolador e inevitable.
Conversaciones de ese tipo son las que definen a los personajes y permiten a Vintenberg (bajo un guión de Robert Rodat, ya curtido en odiseas bélicas como 'Salvar al soldado Ryan') establecer un entramado de personajes muy humano, que van más allá de la descripción de la odisea en el submarino. Especialmente significativo es el papel de una extraordinaria Léa Seydoux como la mencionada mujer embarazada del protagonista, que se atreve a enfrentarse al alto mando ruso criticando el silencio sobre los avances en el rescate, y que casi parecen una tortura premeditada. Su valiente acusación de negligencia al alto mando militar es emotiva, sencilla y directa, y buena muestra de los valores de una película en la que el drama funciona como una frustrante olla a presión.
'Kursk': tensión bajo el hielo
La mano de Vintenberg se percibe de forma muy sutil, solo se deja notar en decisiones estéticas muy peculiares, como el cambio de formato, ampliando el scope, cuando la película entra en parajes submarinos. Pero en general su gran aportación está en la combinación de recursos de película de suspense convencional con curiosos momentos de dramática calma donde el director saca todo el partido a actores como Colin Firth, que da vida a un comandante británico que hace todo lo posible por colaborar en el rescate, sin que el ejército ruso se lo permita. Él o su némesis Max Von Sydow sirven a Vintenberg para plantear un mensaje de desencanto contra los poderes fácticos, siempre ostentando poder a costa de los que están en el punto más bajo de la pirámide alimenticia.
Solo habría cabido esperar algo más de valentía en la exposición de los hechos por parte de Vintemberg, que después de establecer una rigurosa y sobria exposición de la acción, cede a algunas convenciones como que los personajes de distintas nacionalidades se expresen todos en inglés (pese al festival de acentos). O, yendo más allá, es una pena que no se haga referencia a Vladimir Putin, una figura nada ausente de los hechos reales: estuvo presente en el momento en el que una de la mujeres fue sedada con somníferos para que no exigiera responsabilidades al gobierno, y fue la primera crisis de calado internacional a la que se enfrentó el presidente.
El resultado, no obstante, es sobrio y equilibrado: una película de claustrofóbica tensión con un potente elemento dramático, un plantel de intérpretes rico y variado y una puesta en escena que nunca opta por el subrayado fácil, más bien todo lo contrario. No exactamente una aventura trepidante, pero sí una buena alternativa a las películas de aventuras submarinas de rigor.
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