Si hay algo que caracteriza a la humanidad es su curiosidad. Esta curiosidad casi podría considerarse una necesidad que nos lleva a superar límites y fronteras para ampliar nuestro conocimiento del universo. Hasta la fecha, la curiosidad ha permitido que tengamos una presencia permanente en el espacio, que hayamos descendido a las profundidades de los océanos e incluso que caminemos por la superficie de la Luna. Pero, ¿qué desafíos afrontan estas expediciones?
AQUÍ NO DEBERÍA HABER HUMANOS
Ni el espacio, ni el fondo del océano son lugares amables para la vida humana y, en este caso, podemos echarle la culpa a la evolución. Desde que uno de nuestros antepasados decidiese que estaba harto del océano y saliese del agua, comenzó un largo proceso de adaptación a la vida en la superficie del planeta. Aquí, encontramos unas condiciones muy concretas; una mezcla de gases que respirar, una temperatura agradable y una relativa protección frente a los vientos solares. Así, durante cientos de millones de años, nuestros antepasados han ido evolucionando hasta lo que somos ahora: Homo Sapiens.
Las adaptaciones presentes en nuestro cuerpo nos han permitido desarrollarnos como especie, cultivar el arte y la ciencia, y crear distintas civilizaciones. Pero también ha impedido que podamos sobrevivir sin ayuda en lugares que son accesibles para otros seres vivos. Por ejemplo, otros mamíferos como los cachalotes son capaces de descender más de un kilómetro de profundidad, y un animal, el tardígrado, puede resistir un viaje espacial gracias a su extraordinaria resistencia. El cuerpo humano, en cambio, moriría a los pocos segundos en cualquiera de estos lugares y, aun así, hemos conseguido descender más profundo que cualquier cachalote y llegar más lejos que cualquier tardígrado (que sepamos) gracias a nuestro afán explorador.
CADA VEZ MÁS EXTREMO
La cantidad de peligros de la exploración submarina y espacial son interminables. En el fondo oceánico tenemos una presión aplastante, oscuridad, frío y estamos rodeados de un líquido que no podemos respirar. En el espacio, por otra parte, encontramos ingravidez, variaciones de temperatura extremas, radiación potencialmente mortal y tan pocas partículas a nuestro alrededor que lo consideramos vacío. Por ello, para alcanzarlos, hemos tenido que diseñar vehículos especiales que puedan mantener en su interior un ambiente habitable y resistir las inclemencias de un exterior mortal: los sumergibles y las naves espaciales.
Ambos vehículos son muy distintos tecnológicamente, ya que están pensados para tareas que podrían considerarse opuestas, pero los dos tienen una misma misión: mantener a su tripulación con vida. Y la verdad es que hasta aquí llegan las similitudes, porque la forma de conseguirlo depende de los peligros a los que se enfrentan los exploradores.
LOS PELIGROS DE LAS PROFUNDIDADES
El fondo oceánico es un gran desconocido. Tanto, que la mayoría de las imágenes que tenemos de él son reconstrucciones que hemos ido creando gracias al sonar. Pero únicamente hemos explorado con detalle un 0,05 % del total. Por poner en contexto estos números, en un campo de fútbol como el Santiago Bernabéu, de 7140 metros cuadrados, equivaldría a haber explorado únicamente 3,57 metros cuadrados, aproximadamente el espacio delimitado por las líneas de los córneres. Del resto, únicamente tenemos una idea aproximada de lo que contiene.
El sumergible Titan de la empresa OceanGate.
Descender a las profundidades es un viaje tranquilo, donde las suaves corrientes mecen al sumergible. Pero esta relativa tranquilidad entraña muchos más peligros de lo que parece. Lo primero que notaremos al descender es cómo va disminuyendo la luz, hasta que, a partir de unos 200 metros de profundidad, la oscuridad es total. A partir de aquí, comienza la zona afótica, donde los organismos fotosintéticos ya no pueden vivir. Pero todavía quedarán varios kilómetros de profundidad.
Más o menos a partir de ese momento tampoco podremos tener acompañantes humanos sin vehículo debido a la presión. Aunque la estructura del cuerpo humano podría aguantar el descenso, su funcionamiento se ve gravemente afectado. A mayor profundidad, mayor cantidad de problemas, como explicábamos en el artículo sobre por qué los buzos no podían descender para ayudar con las labores de rescate del sumergible Titan.
Una vez lleguemos al fondo de los océanos, el paisaje es sorprendente. Isópodos similares a bichos bola gigantes se alimentan de los restos de los animales de la superficie, peces y moluscos extraños nadan lentamente en la oscuridad, y una especie de nieve cae de la zona superior. Aquí, un fondo arenoso plagado de rocas y minerales, salir a “tomar el aire” aplastaría nuestro cuerpo con una fuerza de 2500 kilogramos por centímetro cuadrado.
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