Martes, 14 de noviembre, medianoche. El comandante del submarino ARA San Juan informa a la base de Mar del Plata que se produjo un incendio en la nave que afectó turbinas y las comunicaciones. El informe dio cuenta de que entró agua en el submarino.
Miércoles, 15 de noviembre, 7.30. El comandante del submarino informa que el problema se solucionó y que la tripulación se encuentra bien. El comando de Mar del Plata le ordena que continúe normalmente el viaje hacia la base marplatense. Es la última comunicación del submarino.
Jueves, 16 de noviembre, mediodía. El jefe de la Armada, almirante Marcelo Srur, es informado de lo que había sucedido en el San Juan. También lo notifican de que no hubo nuevas comunicaciones con el submarino.
Jueves, 16 de noviembre, 21 horas. El ministro de Defensa, Oscar Aguad, que se encontraba en Vancouver a punto de tomar un vuelo de regreso, es informado por Srur de la situación del submarino. Aguad pone en conocimiento del caso al Presidente y al jefe de Gabinete, Marcos Peña.
Viernes, 17 de noviembre, 8.00. Aguad arriba a Ezeiza y en la misma estación aérea lo espera el almirante Srur. Juntos se suben a un avión de la Armada y viajan a Mar del Plata. En el trayecto, Srur le asegura a Aguad que se trataba sólo de un problema de comunicaciones del submarino, que se resolvería rápidamente. Aguad le transmite esas seguridades al Presidente.
No era un problema de comunicaciones. El submarino explotó o implosionó. En ese breve relato de los momentos anteriores y posteriores a la tragedia hay dos hechos que llaman la atención. En primer lugar, la increíble desidia de la base de Mar del Plata. Ante un incendio con ingreso de agua, debió ordenarle al submarino que regrese cuanto antes a la costa, a cualquier costa, desde donde debió ser acompañado por un buque hasta el puerto de Mar del Plata. Tal vez la escolta de un buque no habría significado nada para evitar la explosión, pero el submarino hubiera estado en aguas menos profundas y cerca del sistema de comunicaciones de otro barco militar. El submarino se encontraba en el momento del siniestro en el límite mismo del talud, donde se abre una cordillera invertida. Las profundidades pasan abruptamente de 200 o 400 metros a 1000 o 3000 metros. El propio efecto de la explosión pudo sacudirlo de tal manera que lo arrojó hacia esa barranca infinita en el fondo del mar.
El segundo hecho es la demora de la base de Mar del Plata en comunicar la novedad a sus jefes y la de estos en poner en conocimiento del tema a las autoridades políticas. Aguad (y, por lo tanto, el Presidente) se enteró de lo que entonces era un percance un día y medio después de la última comunicación o casi dos días más tarde desde que sucedieron el incendio y el ingreso de agua. Es cierto que existe un protocolo naval que señala que los submarinos deben ponerse en contacto cada 36 horas, que es, más o menos, el tiempo que transcurrió entre la última comunicación del submarino y la alerta de la Armada a las autoridades civiles. Pero no era un submarino cualquiera; acababa de sufrir desperfectos que son potencialmente letales. O los jefes navales se encerraron burocráticamente en un protocolo demasiado viejo o confiaron en que la buena suerte se haría cargo de un final feliz que no sucedió.
El submarino fue reparado totalmente con la asistencia de técnicos alemanes y con repuestos alemanes. La reparación de "media vida", como le llaman, no incluyó la digitalización de la nave. Es necesario, ahora, una opinión de la empresa alemana que lo fabricó para establecer si esa reparación, que Cristina Kirchner dio por terminada con un acto político y camporista en 2014, fue correcta. Hay versiones que indican que se tercerizaron algunos trabajos en empresas sin experiencia. La auditoría deberá establecer también por qué el submarino quedó librado a su suerte y por qué la comunicación del siniestro fue tan lerda. Un submarino es una nave tan compleja -o más- que un avión. Navega en aguas profundas, las comunicaciones son frágiles (en los submarinos argentinos, al menos) y está hecho para no ser detectado. Por eso, sólo la avanzada tecnología norteamericana podría dar con el San Juan, si es que no cayó a ese abismo del océano.
Los tres jefes de las Fuerzas Armadas (el del Ejército, el de la Armada y el de la Fuerza Aérea) estaban por ser relevados. Esa decisión política ya se había tomado. La tragedia del San Juan no apresurará la salida del almirante Srur; al contrario, la postergará hasta que hayan concluido todos los trabajos para conocer fehacientemente el destino de 44 héroes argentinos y se hayan celebrado los homenajes correspondientes. El único alto jefe militar que quedará será el jefe del Estado Mayor Conjunto, general Bari del Valle Sosa, no sólo porque es el que mejor relación tiene con el poder político, sino también porque formará parte de un cambio sustancial en las Fuerzas Armadas.
Macri quiere terminar con el aislamiento de los militares. Acordó con Aguad, después de someterlo a un preciso examen, que más del 1 por ciento del PBI será destinado a la construcción de las nuevas fuerzas militares. El personaje central de la nueva estructura será precisamente el jefe del Estado Mayor Conjunto, tal como sucede en el organigrama de los Estados Unidos. Aislados e ignorados durante doce años (y, de alguna manera, también durante todos los años de la democracia), los militares se encerraron en sus viejas percepciones. Los jefes de la Armada, por ejemplo, no querían saber nada de la cooperación norteamericana en la búsqueda del San Juan. Pero estuvieron al borde de un síncope cuando se enteraron de la colaboración británica. Aguad debió ejercer con plenitud su mando (eso le sale siempre bien) para que aceptaran toda la cooperación internacional, que es de una magnitud inédita. Vale la pena un paréntesis entre tanta rumorología: el Presidente confirmó en las últimas horas su confianza "absoluta" en Aguad.
La indiferencia política provocó el anquilosamiento de viejas estructuras. Cada una de las tres Fuerzas Armadas tiene su propio sistema de comunicación. Imposible que se comuniquen entre ellas en caso de necesidad. Cada una tiene su propio servicio de inteligencia. Hay dos marinas (la Armada y la Prefectura) y hay dos Fuerzas Aéreas (la formal Fuerza Aérea y la de la Armada). El proyecto del Gobierno consiste en que el Estado Mayor Conjunto establezca un solo sistema de comunicación y un solo servicio de inteligencia sobre cuestiones precisas de los militares. La Armada dejará de manejar aviones porque no habrá un portaviones nuevo, pero podría recuperar la Prefectura (si Aguad logra salir airoso de la segura disputa con Patricia Bullrich). La Armada prestará servicio en el mar y la Prefectura en los ríos. La Fuerza Aérea se llevará todos los aviones, incluidos los cincos nuevos Super Etendard que acaban de comprarle a Francia. El Gobierno se propone una inversión importante en el equipamiento de las fuerzas militares. "Como no tenemos casi nada, podemos comprar los equipos militares más modernos, como submarinos y aviones sin tripulantes", dijo un funcionario macrista.
¿Para qué? Esa pregunta (y su respuesta) será motivo de un largo debate en la política argentina, que, incluso, deberá pasar por el Congreso. El Gobierno estableció tres ejes para la acción de las Fuerzas Armadas: el combate al narcotráfico fuera de las fronteras (y asistencia técnica dentro de ellas); el terrorismo internacional, y la custodia del Atlántico Sur, donde está, dicen, la mayor riqueza mineral e ictícola del planeta.
Los 44 tripulantes del San Juan estaban cerca del talud porque ahí está uno de los grandes reservorios de peces, que muchas veces son depredados por pesqueros clandestinos que entran a la plataforma marítima argentina. Chocaron con el final de todo, abrupto, brutal y cruel, cuando defendían una frontera de la Argentina, valiosa e invisible.
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