De Manuel P. Villatorio para ABC Historia
«German submarine». «Submarino alemán», vaya. Estas fueron las palabras que, el 10 de julio de 1945, recibieron las autoridades portuarias de Mar del Plata (en la costa norte de Argentina). A continuación, y en las aguas de la misma región en la que debía personarse el «ARA San Juan» hace aproximadamente una semana, se dejó ver la gigantesca silueta del U-530. Uno de los «lobos grises» del recientemente caído Tercer Reich. Con todo, esta mole de 76 metros de eslora no llegaba con la intención de plantar batalla, sino de rendirse. La razón era sencilla: el país había mantenido una buena relación con Alemania durante la contienda, y en él serían mejor considerados que en otras como la Francia de la «Resistance».
Por si aquella situación no fuera lo suficientemente llamativa, en poco más de un mes volvió a repetirse cuando se alzó desafiante sobre las aguas de Mar del Plata el U-977, un sumergible tipo VII-Ccomandado por Heinz Schaffër (de apenas 25 años cuando, a día de hoy y según la Comisión Europea, los españoles se independizan a los 29). En las jornadas posteriores, y al igual que su colega, el capitán germano (recordado por una característica foto en la que luce un bigotillo típico de la Primera Guerra Mundial) fue sometido a un severo interrogatorio en el que se le acusó, incluso, de haber ocultado al mismísimo «Führer» en las bodegas de su nave para salvarle del terror rojo de Stalin.
«Fui conducido ante un grupo de altos oficiales anglo-americanos que integraban una comisión investigadora especialmente enviada a Argentina para poner en claro el “misterioso caso del U-977”. Estos señores eran obstinados: “¡Usted ha ocultado a Hitler! ¡Díganos ya! ¿Dónde se encuentra?”», afirmó posteriormente el mismo Schäffer.
Nunca se demostró que el «Führer» hubiese arribado a Argentina en submarino. Sin embargo, fue una idea recurrente que el jovencísimo capitán ayudó -sin pretenderlo- a expandir con sus palabras. A pesar, no obstante, de que intentó acallarla después: «Como ya no podía decirles nada más de lo que ya había declarado a los argentinos, se pusieron impacientes, pues el viaje de mi submarino seguía suscitando vivos comentarios y grandes titulares».
Independientemente de que el «Führer» se escondiera o no en sus bodegas, la realidad sigue superando a la ficción. Y es que, tanto el U-530 como el U-977 pusieron de manifiesto cómo dos sumergibles tenían la capacidad de escapar de los aliados, recorrer más de 10.000 kilómetros y emerger en Argentina sin ser descubiertos. «Si ahora está siendo casi imposible para las autoridades encontrar al “ARA San Juan” con todos los medios tecnológicos de los que disponemos, solo hay que imaginar lo difícil que sería al final de la Segunda Guerra Mundial» explica, en declaraciones a ABC, Laureano Clavero (director de cine, autor y fundador de MIRASUD Producciones). Su colega, Pere Cardona (divulgador histórico, creador de la popular página «Historias Segunda Guerra Mundial» y coautor, junto al argentino, de «El diario de Peter Brill»), es de la misma opinión.
Estos dos fogueados autores saben de lo que hablan. No en vano la historia del U-530 y el U-977 es una de las han investigado pormenorizadamente para su nuevo libro: «Segunda Guerra Mundial. 10 historias apasionantes» (Ediciones Oblicuas, 2017). Una obra que se presentará el próximo 30 de noviembre en el Corte Inglés de Portal de l'Àngel (Barcelona) a partir de las 19:00 horas y en la que, además, recogen otros nueve hechos tan curiosos como la participación de la mafia del lado aliado en la contienda o los intentos de fuga del castillo de Colditz.
«Se ha especulado mucho sobre la carga que podía llevar el U-977. Se habla de piedras preciosas, jerarcas u obras de arte», añade Clavero. Lo cierto es que no sería extraño que hubiese portado desde cuadros hasta esculturas, pues -como bien señala Cardona- los germanos robaron cientos de estos objetos a partir de 1939.
Rendición alemana
Un 8 de mayo de 1945. Fue exactamente en ese punto en el que comenzó nuestra historia. Y es que, en esa fecha Karl Dönitz (sexto «gran almirante» y sucesor de Adolf Hitler) capituló definitivamente ante los aliados. Aquel día no solo ordenó a las tropas que combatían en tierra firme que cesaran las hostilidades, sino que también estableció que los escasos «lobos grises» que todavía permanecían bajo las aguas detuviesen su caza. Ya fuera por mandato del antiguo mandamás de la «Kriegsmarine», o porque a cada capitán le salió del periscopio, lo cierto es que, posteriormente, los capitanes de los submarinos germanos comenzaron la conocida como operación «Regenbogen» o «Arco iris».
¿En qué consistía «Regenbogen»? Extraoficialmente, en que los capitanes de los «lobos grises» saliesen de sus bases, navegasen hasta aguas profundas y, finalmente, hundiesen sus propios «U-Boot» para mantener intacto el honor de la «Kriegsmarine». De esta guisa se marcharon al fondo del mar un total de 232 submarinos (según afirman Miguel del Rey y Carlos Canales en «Una jauría de lobos. Submarinos, 1918-1945»).
Todo este operativo, no obstante, se llevó a cabo desoyendo a los aliados, que habían ordenado a los germanos -según aparece recogido en la revista de divulgación argentina «Todo es historia» (número de 1972)- «subir a la superficie», izar la «bandera o pendón negro», informar de su posición en un «lenguaje claro a la estación inalámbrica más cercana» y navegar hasta el puerto más cercano con los torpedos desarmados.
Con todo, «Arco iris» fue una operación clandestina. Y es que, oficialmente Dönitz se limitó a enviar el siguiente mensaje a las tripulaciones de los «U-Boote»: «La continuación de la lucha es imposible desde las bases que nos quedan. Hombres de los submarinos, sin quebrantar vuestro marcial coraje, deponéis las armas después de una lucha heroica sin igual».
Hacia Argentina
Con esa orden se levantó el capitán Schäffer, un joven oficial que posteriormente se definió como «uno de los ignorados jóvenes sobrevivientes alemanes de la Segunda Guerra Mundial», en el U-977. Sin embargo, al «Oberleutnant» no le convenció lo de hundir su caballo de batalla submarino. Por ello, reunió a la tripulación y les explicó la idea que le rondaba la mollera: escapar hasta Argentina (a más de 10.000 kilómetros). ¿Por qué a esta región? Simplemente, por las buenas relaciones que el país había mantenido con Alemania.
En una extraña muestra de democracia no muy habitual en la «Kriegsmarine», el oficial llevó a cabo una votación entre sus compañeros para establecer el destino que debían correr tanto ellos, como el sumergible.
El resultado fue (tal y como el propio Schäffer explicó en sus memorias) de 30 votos a favor de dirigirse hasta Argentina, 2 de poner proa hacia España y 16 de regresar junto a sus familias. La decisión estaba tomada. Con todo, Schäffer volvió a demostrar un sentido democrático inusitado al permitir a aquellos que lo deseasen desembarca en Bergen (Noruega) de forma clandestina el 10 de mayo. Posteriormente, el U-977 se dirigió a aguas de Gibraltar y, desde allí, inició camino hasta el Nuevo Mundo. No había sido el único. Al fin y al cabo, poco antes había hecho algo similar Otto Wermuth, a los mandos del U-530.
Fue precisamente Wermuth quien arribó el 10 de julio de 1945 a la base del Mar del Plata para rendirse. Y todo ello, para el asombro de las autoridades portuarias argentinas, que no pudieron creerse el mensaje que, en mitad de la noche, les informó de aquella curiosa visita: «Submarino alemán, submarino alemán». La noticia pilló también por sorpresa al mundo, como bien quedó claro en una noticia publicada por el diario inglés «Star»: «El gobierno británico está perpelejo por el anuncio de que un submarino alemán se ha rendido a las autoridades argentinas en Mar del Plata, habiéndose solicitado una información detallada».
Otro tanto sucedió con Schäffer un mes después. Aunque hay que señalar que, para entonces, la armada argentina ya estaba sobre aviso de la llegada de un submarino gracias al teniente de fragata Héctor Migone, quien ya había detectado al sumergible durante una patrulla con su avión Cóndor. En todo caso, así narro el joven a los mandos del U-977 la rendición de su nave el 17 de agosto de 1945: «Ha amanecido. El sol radiante brilla en el cielo. Se puede distinguir la costa argentina a través de los prismáticos. […] La tripulación completa del submarino está reunida en el puente. Nadie tuvo la oportunidad de desembarcar secretamente durante la noche. […] Estando fue de la zona de tres millas, transmitimos señales luminosas».
Interrogatorios
Para cuando los submarinos arribaron a la costa argentina, medio mundo se preguntaba si Hitler había fallecido o no en Berlín. Así quedó claro en multitud de documentos como una conversación transcrita posteriormente entre Stalin y Harry Hopkins, enviado especial del presidente Harry Truman.
Según explica Eric Frattini en «¿Murió Hitler en el búnker?», el líder soviético llegó a desvelar al político norteamericano que, según su parecer, «Hitler no está muerto, está oculto en algún lugar». De la misma opinión era el mariscal Zhukov quien, el 9 de junio de 1945, determinó que no se había «descubierto ningún cadáver que pueda ser definitivamente identificado como el de Hitler». Y lo mismo sucedió en los medios de comunicación como el «Star», que en verano de 1945 publicó: «Siembre se expresaron dudas acerca de la suerte corrida por Hitler y son muchas personas las que se resisten a creer la información sobre su muerte».
Con estos antecedentes, a ningún miembro de la tripulación del U-530le resultó extraño que, en el interrogatorio posterior a su llegada, las autoridades les preguntaran insistentemente por la posible llegada de Hitler a Argentina en su nave. Los marinos lo negaron. Para sustentar su respuesta señalaron que el «U-Boot» había salido de la base de Kiel el 19 de febrero, mucho antes de que el «Führer» y Eva Braun decidieran acabar con su vida en el búnker de la Cancillería. A pesar de todo, el submarino fue registrado, lo que permitió descubrir quefaltaba un bote salvavidas, un hecho que avivó de nuevo la teoría de la conspiración en los diarios internacionales.
Otro tanto ocurrió en agosto tras la llegada de Schäffer y el U-977. Con la diferencia de que, en este caso, el oficial germano dejó sobre blanco el cuestionario al que fue sometido: «Un día recibí una sorpresa. Fui conducido ante un grupo de altos oficiales anglo-americanos que integraban una comisión investigadora especialmente enviada a Argentina para poner en claro el “misterioso caso del U-977”. Estos señores eran obstinados: “¡Usted ha ocultado a Hitler! ¡Díganos ya! ¿Dónde se encuentra?”. Como yo no podía decirles nada más de lo que ya había declarado a los argentinos, se pusieron impacientes, pues el viaje de mi submarino seguía suscitando vivos comentarios y grandes titulares en los diarios».
A su vez, tanto los capitanes del U-530 como del U-977 afirmaron que no habían hecho ninguna parada en la costa argentina antes de arribar a Mar del Plata. De hecho, el mismo Schäffer destacó en su momento que le había resultado imposible.
«Nadie tuvo la oportunidad de desembarcar secretamente durante la noche. La distancia era demasiado grande. Algunos tripulantes rondaban con la idea de evadirse en el caso de llegar en horas de la noche. ¿Cómo podríamos demostrar que, aparte de los miembros de la tripulación, no bajaron a tierra, ciertos personajes buscados?».
¿Desembarcos clandestinos?
En este punto es en el que comienza la investigación de Clavero y Cardona. Y es que, en base a entrevistas llevadas a cabo en las cercanías de Mar del Plata, han llegado a la conclusión de que los oficiales del U-530 y el U-977 mintieron vilmente.
«A los dos capitanes se les hizo un interrogatorio que fue publicado. Y, tras analizarlo, se puede ver que tuvieron contradicciones. La realidad es que cuando se entregaron en ambas naves faltaban botes salvavidas, tripulación, libros de bitácora... Además, tras varios años de análisis y de buscar en la zona, hemos hallado a varios supervivientes que confirman que, en esos meses, algunos germanos llegaron a las costas bajo un total secretismo», señala el autor argentino a ABC. Con todo, ambos están de acuerdo es que es casi imposible que uno de ellos fuese Adolf Hitler.
Uno de los testigos a los que los autores se refieren es Osvaldo Aramendi, a quien entrevistaron en 2007 -cuando sumaba 86 años-. En palabras de Clavero, este anciano disponía de una casa en Mar del Sud (ciudad ubicada a 70 kilómetros de Mar del Plata y, por entonces, con una escasa población). Fue precisamente en ese punto en el que vislumbró algo que se quedó grabado en su memoria allá por 1945: «Tendría unos quince años y estaba en las dunas de la playa cuando, de repente, emergió una torreta en el mar, a unos 150 metros de la costa». Según les desveló este testigo, fueron muchos los que se acercaron a la playa para fijar sus ojos en aquella mole. Pero, para su desgracia, aquel gigante de metal no volvió a dejarse ver. «Días más tarde, nos enteramos de que dos submarinos alemanes se habían rendido», les añadió.
Sin embargo, los testimonios de los que más orgullosos se encuentran son los de las hijas y la nieta de Karl Gustav Einckenberg, un empresario germano afincado en Mar del Sud que, a finales de la contienda, se convirtió en una de las piedras angulares de la red que permitió hacer llegar hombres y diferentes materiales desde la Alemania nazi hasta Argentina mediante los «lobos grises».
Este germano contrató, en palabras de los autores, un velero que recibía a los submarinos en las cercanías de la costa, recogía la carga destinada a los nazis ubicados en la zona y, finalmente, volvía a su hogar. Posteriormente, y gracias a una serie de camiones, los soldados y las mercancías eran llevadas hasta la hacienda de nuestro protagonista, llamada «El Porvenir».
Según el investigador, las hijas y la nieta de Einckenberg les corroboraron las andanzas del colaboracionista. «La leyenda siempre existió. Pensamos que tenía que haber algo de verdad en ella y nos dedicamos a entrevistar a testigos directos o indirectos de la llegada de submarinos. El investigador Julio Mutti también nos ofreció muchísima documentación de primera mano sobre ello», añade.
A su vez, han tenido acceso a antiguos trabajadores de la hacienda que les han señalado que, en ella, se escondieron germanos al final de la Segunda Guerra Mundial. «Hemos podido entrevistar a un testigo que entonces tenía diez años. Nos ha desvelado que, en varias ocasiones, su prima Charra llevó comida a unas dependencias de la hacienda en la que había unos “hombres extranjeros” que no le permitieron ver. Solo pudo saber que eran alemanes», añade Clavero a ABC.
En palabras de Clavero y Cardona, este testigo les contó que uno de esos extraños viajes a la hacienda se sucedió en los días previos a que el U-530 y el U-977 arribaran a las costas argentinas. «Está claro que hubo desembarcos, pero a día de hoy todavía no se sabe qué, o a quién, llevaron a tierra. Posteriormente Einckenberg fue traicionado por uno de sus colaboradores y estuvo un año en prisión. Según los testimonios, para encubrir una gran operación... ¿Cuál era? De momento, es imposible saberlo», completa el argentino a este diario.
Con todo, el también director de documentales es tajante: «Si me preguntas mi opinión personal, te diré que no creo que trajeran a Hitler. Pero sí pudieron llevar a algún jerarca. Según nos han desvelado, se cree que su cargamento pudo ser hasta de piedras preciosas».
¿Arte?
¿Qué diantres llevaban el U-530 y el U-977 en su interior? Si es que portaban algo... Las respuestas se acumulan por decenas. De hecho, Clavero afirma que los comandantes incluso podían atesorar obras de arte. Algo que no resultaría raro pues, como bien explica Cardona a ABC, los nazis se hicieron con cientos de ellas en su avance inexorable a través de Europa.
«Aunque compraron algunas con la venta de objetos como sellos con la efigie de Hitler, la mayoría las saquearon directamente. El mayor ladrón fue Hermann Göring, que engrosó su colección personal durante la Segunda Guerra Mundial siguiendo al ejército y dando indicaciones a los nazis de qué museos debían robar», completa el fundador de «Historias Segunda Guerra Mundial».
Después de que los aliados iniciasen su avance a través de Europa, los alemanes se encontraron de golpe con dos problemas: cubrir aquellos tesoros de los bombardeos enemigos y llevarlos de vuelta a Alemania para que no fuesen recuperados. «Al final, terminaron escondiéndolas en emplazamiento como las minas de sal de Altaussee. Allí se hallaron, tras la contienda, cuadros de pintores como Picasso, Miguel Ángel... Sucedió lo mismo en otros emplazamientos como el castillo de Neuschwanstein», completa el divulgador histórico.
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