Isidoro de la Orden aborrecía los huevos fritos con tomate aunque, paradójicamente, le habrían de salvar la vida. Ese era el menú que se sirvió a bordo del submarino C-3 de la Flota Republicana, minutos antes de ser torpedeado y hundido frente a las costas de Málaga.
El 24 de Octubre de 1936, en el Berghof (Berchtesgaden), un melancólico Adolf Hitler mostraba al conde Galeazzo Ciano a la sazón Ministro de Asuntos Exteriores del Reino de Italia, la ciudad de Salzburgo (Austria) a través de un telescopio. Entretanto, la conversación iba girando en torno a los muchos y candentes asuntos internacionales que se estaban produciendo. En un momento dado, Hitler le comunicó al conde Ciano su intención de enviar dos submarinos a aguas españolas, complementando el envío de este tipo de buques que Italia había acordado realizar en los próximos días. La intención era bloquear los envíos de armas que la Unión Soviética estaba realizando por mar, en apoyo a la República Española.
El plan había sido concebido durante el mes de Agosto, cuando el Ministro de Marina alemán, almirante Räeder y su jefe de estado mayor, almirante Günther Goose se lo presentaron a Hitler, indicándole que debería ponerse en marcha solo en caso de buscar una victoria rápida del bando nacionalista.
La misión, en concreto, había sido diseñada por el OKM (Oberskommando der Marine), que había comenzado sus trabajos el 2 de Noviembre, recibiendo el nombre de “Ejercicio de Adiestramiento Úrsula”. Para dar cumplimiento a esta misión se designaron dos submarinos recién comisionados a la Kriegsmarine, el U-33 y el U-34, del tipo VII-B y adscritos a la Flotilla Saltzwedel (2ª Flotilla), con base en Wilhelmshaven (Kiel). Los comandantes titulares fueron reemplazados por dos nuevos comandantes, los Kapitänleutnat Kurt Freiwald y Harald Grosse, probablemente por su conocimiento del idioma español.
El 8 de Noviembre, Italia envíaba sus primeros submarinos a las costas de levante españolas, el Topazio y el Naiade, en los que embarcan como comandantes adjuntos, marinos españoles.
El 17 de Noviembre, oficiales italianos y alemanes acuerdan la coordinación de las operaciones para alternar las patrullas sobre la costa española. De esta forma, los submarinos italianos se retirarían de las zonas de operaciones entre el 30 de Noviembre y el 11 de diciembre, dejando de patrullar durante un día para no interferir en el relevo.
En la noche del 21 de Noviembre, dos sombras se deslizaban hasta la desembocadura del río Elba. La siluetas eran perfectamente reconocibles pero los habituales numerales que ostentaban en sus respectivas velas, habían desaparecido bajo una capa de pintura. Ya en mar abierto, ponían rumbo al primer obstáculo de su misión, el Estrecho de Gibraltar.
Por aquellos días, las costas gaditanas eran un hervidero de buques de todas las nacionalidades. Entre los españoles, transportes procedentes de África, acercaban hombre y pertrechos a la Península, escoltados por buques de guerra y una sólida protección aérea, contribuyendo al esfuerzo bélico del bando nacionalista. La Flota Republicana había adelantado sus posiciones al puerto de Málaga, vigilando e interfiriendo, en función de sus posibilidades, el tráfico nacionalista. Otras naciones también habían desplazado buques de guerra a la zona, en un esfuerzo proteger sus intereses y a sus ciudadanos residentes en España.
En una hábil maniobra, los submarinos se internaron en las transitadas aguas del Estrecho y entraron en el Mediterráneo sin ser detectados, llegando a sus zonas de patrulla el 30 de Noviembre.
Las reglas de enfrentamiento acordadas por el OKM les permitía atacar a cualquier buque de la Flota Republicana o a cualquier buque “oscurecido” dentro de las aguas territoriales españolas. Las órdenes a los submarinos y los informes de estos serían transmitidos a través del almirante Hermann Boehm, jefe de la flota alemana destacada a España.
Las zonas de patrulla se establecieron, para el U-33 entre el cabo de Palos y el cabo de la Nao, mientras que el U-34 cubriría desde cabo de Palos hasta Cartagena. La rutina de aquellos días era, por la mañana, acercarse a sus zonas de patrulla en inmersión, mientras que por la noche se desplazaban a aguas internacionales para hacer superficie y recargar sus baterías.
La restricción impuesta por las reglas de enfrentamiento, dificultada por la capacidad de identificar correctamente a los buques considerados como blancos, frustró las expectativas de ambos comandantes. Con todo, los submarinos realizaron cinco ataques con torpedos, ninguno de los cuales tuvo éxito.
Así transcurrieron los días de patrulla, mientras que el almirante Gusse comenzaba a replantearse los riesgos de esta operación clandestina y la posibilidad de que algunos de los torpedos procedentes de los frustrados ataques llegara a la costa y fuera identificado como procedente de un submarino alemán. El 10 de Diciembre, el general Werner von Blomberg tomó la decisión de retirar los submarinos de la zona de operaciones.
Para el 11 de Diciembre, ambos submarinos emprenderían la travesía de vuelta a casa.
A Isidoro de la Orden, el comienzo de la Guerra Civil le había pillado a bordo del submarino C-3, construido en Cartagena y entregado a la Armada el 4 de Mayo de 1929. Marinero señalero, padeció las incertidumbres que se produjeron los primeros días de la Guerra Civil. La orden de salir a patrullar el Estrecho de Gilbraltar lo desplazó a Málaga, en cuyo puerto fue depuesto su comandante, el teniente de navío Viniegra, saliendo el 21 de Julio con destino a Tánger como escolta del buque tanque Ophir e interviniendo, en los días siguientes, al bloqueo del Estrecho.
El 15 de Agosto fue despachado para el Cantábrico, teniendo que volver a Cartagena por un fallo en las máquinas (probablemente un sabotaje) y saliendo de nuevo diez días después.
Tras un prolongado período de patrulla por el Norte, volvió a Málaga el 8 de Octubre, para retornar a Cartagena días después.
Se hizo nuevamente a la mar entre el 10 y el 11 de Diciembre, poniendo proa a Málaga, donde se unió al resto de la Flota Republicana surta en ese puerto, con órdenes de salir a patrullar al día siguiente.
La madrugada del 12 de Diciembre, el C-3 salió del puerto de Málaga con rumbo a la punta de Calaburras. La inteligencia republicana había avisado de la presencia en la zona del poderoso crucero Canarias y se prevenía de un posible bombardeo sobre Málaga. La misión del C-3 era de servir de aviso temprano ante la aparición del crucero, con lo que estableció un rumbo en zigzag frente a la bahía de Málaga.
A bordo, la dotación se afanaba en sus labores cotidianas. Al medio día, la guardia entrante se dispuso a comer. El menú constaba de un caldo gallego y huevos fritos con tomate, que la dotación devoró con el hambre que da la juventud. Al pasar frente a la cocina del submarino, Isidoro fue interpelado por el cocinero, muy atareado en ese momento, preparando el menú de la guardia saliente, rogándole que subiera a cubierta para arrojar la basura. La buena disposición de Isidoro para ayudar a su camarada le salvaría la vida.
Tras el preceptivo permiso del oficial al mando, Isidoro subió a cubierta, disponiéndose a arrojar su carga por la borda. Eran las 14:19 horas de un día en calma, apenas sin viento y con buena visibilidad. Entre otros buques, Isidoro distinguió la silueta de un destructor, con el numeral H-09 pintado en la amura. Se trataba del HMS Acasta, un destructor inglés que estaba realizando barqueos de ciudadanos británicos entre Málaga y Gibraltar.
En la vela, haciendo su vigilancia, se encontraban el comandante del submarino, alférez de navío Antonio Arbona, el oficial de derrota, capitán mercante Agustín García-Viñas y el marinero Asensio Lidón. De pronto, todo se volvió confuso.
Isidoro fue proyectado por el aire, chocando con los cables que pendían de los postes de la telegrafía sin hilos, que le produjeron varias heridas, hasta que cayó al agua. Cuando pudo recuperarse, el submarino C-3 había desaparecido de la superficie, en la que flotaban, además de restos del submarino, los hombres que estaban en la vela. El comandante, que mostraba graves heridas, desapareció bajo el agua, quedando solo el grupo formado por Isidoro, García-Viñas y Lidón.
Los náufragos fueron recogidos por un pesquero que, testigo del ataque, se acercó a la zona del hundimiento, y trasladados a Málaga. El destructor inglés, haciendo gala de flema británica, levantó el fondeo y su comandante, consciente de lo que había sucedido, fue a fondear a una zona más protegida frente a ataques de submarinos.
Un rato después, el almirante Boehm recibía el siguiente radio “A las 14:19 hemos hundido submarino de la clase C delante de Málaga, en la bahía se hallaba fondeado destructor inglés H09.”
El mensaje procedía del U-34 que, en su camino de vuelta a casa, se internó en la bahía de Málaga en busca de blancos de oportunidad. A través del pericopio, su comandante, Harald Grosse, contempló la silueta del submarino C-3, fácilmente identificable en aquel claro día de Diciembre. De inmediato, dictó orden de ataque. El calculador de tiro de torpedos empezó a trabajar y pronto se encontró la adecuada solución de tiro, pasando los datos al torpedo que habría de ser lanzado y ajustando su velocidad, rumbo y profundidad.
Torpedo, los! La orden retumbó por los intercomunicadores del submarino hasta llegar a la sala de torpedos de proa, donde un torpedista accionó la palanca que liberaba al torpedo de su encierro en el tubo de lanzamiento.
La distancia entre ambos buques no era excesiva y aunque hubiera sido detectado el lanzamiento y avistado el torpedo, poco podía hacer el C-3 para esquivarlo. El torpedo culminó su carrera impactando a popa de la vela del submarino. En medio de una columna de agua que se elevó varios metros de la superficie del agua, el submarino C-3 se partió en dos, llevándose a las profundidades las vidas de 37 marinos.
Discretamente, el U-34 continuó su marcha y se reencontraría con su homólogo para volver a Alemania, a donde llegaría justo antes de las Navidades.
A partir de ese momento, solo los submarinos italianos patrullarían el Mediterráneo, hasta la adquisición por parte del bando nacionalista de cuatro unidades a Italia, de las que dos servirían definitivamente en la Armada Española: el General Mola y el General Sanjurjo.
Recuperado de sus heridas y terminada la guerra, Isidoro de la Orden volvería a Cabo de Palos, a ejercer su oficio de pescador hasta que, años más tarde, abrió el popular Restaurante Kati, en la playa de Levante, ofreciendo a su clientela exquisitos calderos.
Isidoro aborrecía los huevos fritos con tomate, fruto de su amarga experiencia que nos relataba cuando compartíamos con él algún aperitivo en la terraza de su establecimiento.
Jorge Bañón para diariodelamanga.com
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