La Armada rusa anunció las primeras pruebas de los submarinos no tripulados Poseidón, con varios torpedos de alta velocidad en aguas profundas, impulsados por una pequeña central nuclear, capaces de desencadenar tsunamis radioactivos de 100 metros de altura, que harían desaparecer ciudades enteras, por lo que son llamados “del juicio final”, publicó el medio Izvestia del 29 de diciembre.
La creación de los drones en Rusia fue anunciada por primera vez por el Presidente Vladimir Putin en su mensaje a la Asamblea Federal en febrero de 2018, según la agencia de noticias Tass, dentro del Programa Estatal de Armamento 2018-2027, y podrían hacer estallar un arma nuclear miles de veces más potente que la bomba detonada sobre Hiroshima.
Además, “Los vehículos submarinos no tripulados pueden llevar ojivas convencionales o nucleares, lo que les permite atacar varios objetivos, incluyendo grupos de aviones, fortificaciones costeras e infraestructura”, fueron palabras del mandatario, según Businness Insider.
Por su parte, Alexei Leonkov, experto militar y editor de la revista Arsenal de la Patria, clasificó el arma como de represalia.
“Esta arma no es parte del llamado ataque de contramedidas. Poseidón es probablemente un arma de represalia. Se irá bajo un programa determinado y, como arma de represalia, causará daños irreparables a todo lo que esté en las orillas de un enemigo potencial, tanto militar como civil. Producirá la llamada aniquilación total gracias a la carga que tiene a bordo”, según Izvestia.
En cuanto a su poder destructivo, si bien se habla de dos megatones, el experto asegura que la tecnología actual permitiría instalarle hasta 100 veces esa cantidad.
El analista de defensa H.I. Sutton lo describe como de 2 metros de diámetro y 20 metros de largo, con espacio para un reactor nuclear en el centro y una gran ojiva termonuclear hacia el frente. Otros analistas expresaron su preocupación por la poderosa arma.
El mortífero dron submarino se desplazaría entre 110 y 130 kilómetros por hora, alrededor de 70 nudos, a una profundidad de más de 1 km a alta velocidad, pasando desapercibido, gracias a la central nuclear, en recorridos de 10.000 kilometros.
José Ignacio Hermosa – BLes
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