Los inicios de la guerra submarina fueron muy polémicos. Para muchos marinos de vieja escuela aquella nueva forma de lucha naval era innoble e impropia de naciones civilizadas. Uno de sus detractores más destacados en aquella época (los años que van desde finales del siglo XIX al estallido de la Gran Guerra, el hecho que hizo que todas las potencias acabasen aceptando definitivamente la nueva arma), fue el almirante Sir Arthur Wilson, que por entonces ostentaba el cargo de Primer Lord del Mar (es decir, comandante supremo de la Royal Navy británica). En 1901 Lord Wilson llegó a proponer al Almirantazgo que los tripulantes de submarinos enemigos capturados en tiempo de guerra fuesen considerados piratas, y, por consiguiente, condenados a morir en la horca.
En los años posteriores la flota británica superó las reticencias de sus almirantes más veteranos hacia el arma submarina, de forma que al comienzo de la Primera Guerra Mundial los submarinos eran ya aceptados sin problemas como parte de la Royal Navy.
El 13 de septiembre de 1914, pocas semanas después del estallido de la guerra, el crucero ligero alemán Hela fue avistado por el submarino británico E9 cuando se encontraba patrullando las aguas al nordeste de la isla de Helgoland, en el mar del Norte. El comandante del sumergible, el capitán de corbeta Max Horton, ordenó lanzar dos torpedos contra el buque enemigo y sumergirse inmediatamente. Quince minutos más tarde el sumergible ascendió a profundidad de periscopio para evaluar la situación. Tras comprobar que los torpedos habían hecho blanco y el Hela se estaba hundiendo a gran velocidad, el capitán ordenó una inmersión rápida para evitar ser descubierto. Otros quince minutos después emergió en una segunda inspección y vio que el Hela ya había desaparecido bajo las aguas. A pesar de la velocidad con la que se había hundido el crucero, solo dos de sus 180 tripulantes murieron en el naufragio. El Hela fue el primer buque alemán hundido por un submarino británico en la Primera Guerra Mundial.
En recuerdo de la por entonces famosa declaración de Lord Wilson, el capitán Horton ordenó confeccionar una Jolly Roger (la típica bandera pirata negra con una calavera y dos tibias cruzadas en blanco) e izarla a su regreso a puerto. Aquello se convirtió en una tradición, y cada vez que el E9 volvía de una patrulla exitosa lo hacía enarbolando una nueva enseña pirata. Más tarde la tripulación decidió mantener una única bandera, a la que se iban añadiendo marcas para señalar cada uno de los barcos hundidos por el submarino. La práctica pronto empezó a ser copiada por otros submarinos de la Royal Navy. Cuando el Almirantazgo trató de acabar con aquella costumbre, estaba ya tan extendida que no hubo manera de lograr que las tripulaciones renunciasen a sus nuevas banderas de combateextraoficiales.
En la Primera Guerra Mundial hubo muchos casos de submarinos británicos que enarbolaban sus Jolly Rogers, pero fue en la Segunda Guerra Mundial cuando realmente la tradición se generalizó y en la práctica adquirió carácter casi oficial. A menudo eran los propios comandantes de flotilla los que diseñaban sus banderas, llegando a redactarse procedimientos para su correcto uso. El submarino recibía su Jolly Roger cuando regresaba de su primera patrulla, y a partir de entonces iba cosiendo en ella las marcas que indicaban sus logros (las barras blancas representaban mercantes torpedeados, las barras rojas buques de guerra, las minas su participación en operaciones de minado, las antorchas en operaciones de observación o como marcadores de navegación...). Solo se podían izar en el momento en el que los sumergibles arribaban a puerto tras completar una patrulla.
La práctica de enarbolar la Jolly Roger no fue exclusiva de la Royal Navy. Fue copiada por las flotas submarinas de otros países de la Commonwealth, además de por los submarinos de la Marina Libre polaca (que operaban desde bases británicas).
Tripulación del submarino británico Utmost mostrando su bandera de combate:
No hay comentarios:
Publicar un comentario