El médico alemán de apellido Neimüller, que había sido nombrado director de la Clínica de Manga de Cartagena de Indias a finales de los años treinta, era miembro de la Schutzstaffel, era un criminal de guerra nazi que se había escapado de Alemania y vivía en esta ciudad del Caribe colombiano.
Entre los partos que le tocó atender en la clínica, el 30 de abril de 1938, a las 8 de la noche, estaba el bebé Germán Espinosa, quien sería uno de los mejores escritores de Cartagena y de Colombia, el autor de La tejedora de coronas y Los cortejos del diablo.
En el momento en que el médico alemán atendió a Germán Espinosa, al nacer, los submarinos alemanes merodeaban nuestras aguas del Caribe, y se abastecían de salmuera o carne salada costeña que se conservaba fuera del refrigerador sin que se corrompiera, y con ella garantizaban la alimentación de sus hombres.
Cuando Germán Espinosa me contó esta historia en una cena, extrañé que jamás la hubiera incluido en algunos de sus cuentos y novelas, y la redujera a dos párrafos en sus memorias. Esa historia no era aislada al resto de historias sobre la presencia de alemanes, nazi o no, que encontraron refugio en el país.
Colombia fue, además, uno de esos refugios y moradas de innumerables judíos perseguidos en la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos se quedaron en la ciudad trabajando y sobreviviendo. Y muchos nazis llegaron como espías. Otros se casaron en Cartagena y quisieron borrar su pasado en el Caribe.
De todas esas historias que he investigado, sin duda, la de la astróloga y clarividente de apellido judío Leiser, nacida en el pueblito alemán de Marienburg, es la más impactante. La vuelvo a contar con más datos. Esta mujer se ganaba la vida leyendo la carta astral y un día se le presentó un tipo con un bigote cortado de manera irregular, en forma cuadrada. Se veía cómico el tipo. Vino a que le leyeran el destino. En sus ojos la clarividente vio al ser que iba a ser y ocultó el veredicto de su clarividencia. Lo que vio no podía contarlo, solo que aquel señor tendría un poder descomunal y monstruoso sobre toda Alemania e intentaría gobernar al mundo. La clarividente le dijo a su familia que en su carta astral aparecía que debían venirse a un país al que no conocían: Colombia. El tipo del bigotico era Hitler. Pero al final de la historia, a la abuela de Olga le encontraron entre sus cartas secretas unas de Stalin. De un poder macabro a otro macabro.
Germán Espinosa me dejó fascinado con la historia inconclusa del médico nazi y me obligó a seguir investigando historias de nazis en Cartagena. Ni él supo cómo terminó sus días el médico.
Por otra parte, los submarinos eran parte del plan de Hitler, que quería controlar el mundo por mar, tierra y aire. Había cerca de un centenar de submarinos nazis en aguas del Caribe que atacaban indiscriminadamente cualquier navío o embarcaciones que encontraran cerca a ellos, fuera de guerra o mercantes. En los últimos tres meses de 1942, habían hundido 14 embarcaciones en el Caribe. Los submarinos llevaban la bandera alemana y la imagen de la esvástica como señal imperial de que querían imponerse como los nuevos gendarmes del mundo.
El 6 de junio de 1942 la goleta colombiana Resolute, que había zarpado de Cartagena de Indias, capitaneada por Joseph McLean, fue atacada por submarinos nazis en aguas colombianas. El navío de 52 toneladas, de propiedad de Simón Baena Calvo, cumplía un itinerario a Panamá, San Andrés y Providencia. Sus tripulantes eran: Ignacio Baker, el cocinero; Colbrock Archibold, marinero; Clifford Grant, ayudante de cocina; James Newball, marinero; Garmen García, contramaestre; Manoah Hawkins, marinero. Los pasajeros eran: Misael Santana, personero de San Andrés; Tomás Steele, su esposa Lucy Steele y su niño de un año, Alberto; y la señorita Doris Fox. La crónica de esa época la relató con detalles Enrique Santos Molano.
Los submarinos alemanes habían atacado las costas de Canadá, el 20 de junio. El 21, las costas de Virginia en los Estados Unidos, hundiendo cuatro barcos. El 21 de junio y el 22, hundieron el mercante argentino Río Tercero, a 120 millas de Nueva York. El día 22, la Resolute salió de Panamá rumbo a Providencia.
La mano derecha de Hitler
Heinrich Himmler, lugarteniente de Adolf Hitler, quien dirigía la S.S. y la Oficina Central de Seguridad del Tercer Reich, quien diseñó los campos de concentración y junto a Hitler y planeó el exterminio de los judíos, llevaba una agenda pública, privada y secreta y una vida familiar que parecía normal en medio de la Segunda Guerra Mundial. Esa agenda incluía planes por tierra, mar y aire, para controlar el mundo.
En esa agenda escribía las órdenes de ejecución, la agenda de citas, la esposa y la amante, los asuntos escolares de sus hijos y aún tenía tiempo para seguir rastreando en sus asuntos esotéricos, miraba las estrellas a la medianoche, guardaba los chocolates que regalaría a sus hijos y dormía pensando en los campos de concentración y exterminio y en la forma en que asesinaría a las familias polacas con niños pequeños, con la frialdad escalofriante de quien diseña la maqueta de una ciudad y la gigantesca maqueta del mundo, para borrar de la faz de la Tierra a todo aquel que no tuviera un origen ario. En ese propósito monstruoso y sanguinario el exterminio no solo incluía a los judíos, a los gitanos, a los negros, a los que estaban del lado de los rusos o sospechosos de ser espías de los bolcheviques, sino también a los enfermos terminales, tullidos y retardados mentales, sino también a homosexuales y a todo aquel que estuviera en contravía con los nazis. Los submarinos estaban también en la agenda de Hitler y los había enviado a aguas del Caribe no solo como espionaje, sino como estrategia militar.
Mientras Himmler hacía la maqueta de los exterminios aprobada por Hitler, el mismo Hitler hacía otra maqueta del mundo ario, una Alemania multiplicada por todo el planeta, sin judíos, sin gitanos, sin negros, sin ninguna otra especie humana que no fuera germánica, una arquitectura que soñaba dejar para las generaciones venideras.
Muchos jóvenes reclutados para las Juventudes Hitlerianas escaparon de Alemania, buscando un nuevo destino en América. Muchos de ellos desertaron del plan hitleriano y comenzaron una nueva vida en Colombia. El médico alemán Neimüller fue expulsado de Cartagena apenas se supo sus antecedentes. Poco tiempo se descubrió que era un espía nazi infiltrado en Cartagena de Indias, quien años después comparecería como criminal de guerra ante el Tribunal Militar Interaliado de Nüremberg.
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