El submarino fue inventado por un español, Isaac Peral, pero el primer sumergible que se usó por la marina de guerra se construyó en Estados Unidos y se entregó en enero de 1917
Guillermo Soler Summers Valencia 04.02.2017 | 21:59
El uso de sumergibles por parte de la Armada española ha padecido diversos altibajos durante el siglo de historia de este arma. El almirante Miranda fue el alma para la fabricación e integración de estos buques.
El arma submarina de la Marina de Guerra española se creó el 12 de febrero de 1915, dentro de la Ley Miranda, mediante un real decreto firmado por Alfonso XIII, pero no fue hasta el 25 de enero de 1917, ahora hace un siglo, cuando recibió su primera unidad. Se trataba del «Isaac Peral», bautizado con el nombre del inventor del submarino, unidad precursora en la guerra bajo el mar. Era de propulsión eléctrica, y estaba armado con un tubo lanzatorpedos situado a proa, siendo incorporado al servicio en 1888, si bien incomprensiblemente, dos años después fue retirado conservándose en Cartagena, aunque sin su máquina propulsora y equipos. Un antecesor del invento Isaac Peral fue el «Ictinio», de Monturiol. Desde el desastre naval de 1898, en que se perdieron las ultimas colonias de ultramar, Cuba y Filipinas, se baraja la posibilidad de que si se hubiera contado con una flotilla de submarinos del prototipo de Isaac Peral, modernizados, las derrotas navales de Cavite y Santiago de Cuba ante la todopoderosa flota de Estados Unidos no se hubieran producido, y no se les echaría la culpa de los mismos a los almirantes Montojo y Cervera, respectivamente.
Aunque con mucho retraso, España asumió la necesidad de disponer de una flotilla de submarinos cuando la Gran Guerra cumplía seis meses desde su inicio. Ya en 1912 la incorporación de submarinos a nuestra Marina de Guerra empezó a tomar forma en firme gracias al proyecto de Canalejas, presidente del Gobierno, que establecía nuevas construcciones navales en las que se incluía seis sumergibles, un plan frustrado por el asesinato del político. Es en 1915 cuando el submarino, adquiere fama de arma tan letal como psicológica, estableciendo una nueva forma de hacer la guerra en el mar. En la ambiciosa ley del almirante Augusto Miranda y Godoy, que luego fue recortada, pero de la que salía una flota militar de bastante altura, se pusieron los cimientos para la creación del arma submarina española. En la ley se incluía un artículo adicional en el cual se aceleraba la construcción de cuatro submarinos. El almirante Miranda eligió para ser ser el primer jefe del arma submarina de la Marina de Guerra española, al experimentado capitán de corbeta Cosme García de los Reyes, especialista en ingeniería eléctrica, técnica vital para el buen funcionamiento de los equipos de un sumergible. Este marino alcanzó una alta experiencia en el arma submarina, gracias a ser comisionado para seguir la construcción de la unidad encargada a Estados Unidos, como la de las tres naves a realizar en Italia. La incorporación de las primeras unidades a la Armada supuso un gran reto, pues se partía de cero para disponer de una adecuada infraestructura en tierra, una cuestión que se fue consiguiendo con los años. A la base de Cartagena se unió en 1923 la de Maó, instalada en su Estación Naval, la tercera se creó en 1925, en La Graña, en El Ferrol.
El «Isaac Peral», primera unidad operativa de la recién creada arma submarina española, botado en 1916 y entregado en 1917, fue construido en los astilleros norteamericanos Fore River & Co, en Quincy (Nueva York), siguiendo un proyecto de la Electric Boat. Pertenecía a la clase «Holland M», iniciada en 1915. Se trataba de un diseño de propulsión diesel-eléctrico, del cual se construyeron once unidades. Desplazaba 450 toneladas en superficie, mientras que sumergido podía llegar de las 548 TM a las 762 TM. Debido a que la entrada de EE UU en la Primera Guerra Mundial era inminente, por lo que el peligro de que el «Isaac Peral» fuera incautado por la US Navy; algo que estaba en la mente de su comandante, Fernando de Carranza, se aceleró su salida de aguas estadounidenses que, fue casi furtiva. Disponía de una dotación de 24 hombres. Estaba armado con cuatro tubos lanzatorpedos. En superficie alcanzaba una velocidad de 15 nudos, mientras que sumergido navegaba a diez nudos como máximo, con una autonomía de casi 3.000 millas. Durante la travesía a Las Palmas de Gran Canaria, el submarino estuvo acompañado del del trasatlántico español «Claudio López», a modo de buque nodriza, pues tuvo que auxiliarle en varias ocasiones, e incluso darle remolque debido a los temporales y varias averías. El 12 de marzo de 1916, el «Isaac Peral» llegaba a aguas canarias, quedando abarloado al crucero «Cataluña», en el Puerto de la Luz, donde tuvo un apoteósico recibimiento. A la que tenía que ser la futura base de submarinos, creada en abril 1918, en el por aquél entonces apostadero de Cartagena, llegó el «Isaac Peral », si bien, el 11 de octubre siguiente sustituyó su primitiva denominación por la de Estación de Submarinos. A esta primera unidad del arma submarina española se sumaron los submarinos «Narciso Monturiol A-1», «Cosme García A-2» y «A-3», construidos en los astilleros italianos Fiat-San Giorgio, de La Spezia. Pertenecían a la clase Laurentie, con un desplazamiento menor que el Holland, disponían solo de dos tubos lanzatorpedos, por lo que fueron dedicados especialmente a la vigilancia costera y adiestramiento.
Diseños más avanzados
Ante las necesidades de la Armada en incorporar nuevos submarinos, se encargaron a la Sociedad Española de Construcción Naval, situada en Cartagena, una serie de seis unidades de la clase B, que se entregaron entre 1922 y 1926. Estaban inspirados en la clase Holland, pero con diseño y equipos más avanzados, ya que desplazaban entre 491 y 570 Tm en superficie, mientras que en inmersión alcanzaban las 715 Tm. disponían de cuatro tubos lanzatorpedos y un cañón Vickers de 76,2 mm. Las unidades A y B tuvieron su bautismo de fuego en la Guerra de Marruecos. Ante el aumento que experimentaba la flotilla submarina, se encargó al astillero holandés Wuerf Conrad, en 1919, la construcción de un buque de salvamento de submarinos, de 2.700 Tm de desplazamiento y casco de estilo catamarán, que se entregaron en 1920. En la misma factoría cartagenera se iniciaron, entre 1928 y 1930 los trabajos para la construcción de las seis unidades oceánicas, de la clase C, de los cuales los C-1. C-3, C-5 y C-3, con los B-5 y B-6, fueron hundidos durante la Guerra Civil, mientras que el C-4 se perdió el 30 de abril de 1946, durante las maniobras navales en aguas de Sóller, al emerger sobre la roda del destructor «Lepanto». Sus restos se convirtieron, junto a sus 44 tripulantes, en Panteón Naval Sumergido. Los submarinos de la clase C se inspiraron en la modernizada clase Holland 105 F, si bien las baterías similares a las de los B limitaban su velocidad y maniobrabilidad y se reducía su permanencia en inmersión. Tenía una eslora de 73,3 metros y desplazaba 925 Tm en superficie y 1.144 Tm. Estaba armado con seis tubos y una pieza artillera Vickers, que en los C-3 y C-4 se sustituyó por el Bonifaz de 75 mm. El submarino E-1 construido en los astilleros gaditanos de Horacio Echevarrieta, pensado para la Armada española, venta que no prosperó, fue adquirido por Turquía en 1935.
La Guerra Civil coincidió con el final de la construcción del submarino D-1, también en Cartagena. Esta unidad se terminó en 1947, debido a las penurias de la posguerra española. En los primeros años de la década de los 50 se entregaron los D-2-y D-3, que como mostraron tener notables defectos´La serie se proyectó durante la segunda república, y fue dado de baja en 1959. Los dos submarinos italianos bautizados como «General Mola» y «General Sanjurjo», entregados a Franco en 1937, finalizaron su servicio en 1959. Durante la II Guerra Mundial, el submarino alemán U-573 de la clase VII/C-41 quedó internado por averías sufridas al ser atacado por un avión británico a 50 millas del cabo de Palos, y finalmente pudo llegar a Cartagena, en donde quedó internado. Las gestiones de Madrid con Berlín dieron como resultado su adquisición por parte de España, convirtiéndose en el G-7. De este modelo, por el que la Marina ya se había interesado, se encargaron a los astilleros cartageneros de la recién creada empresa nacional Bazán seis unidades. Solo se puso uno en la grada, pero por falta de materiales adecuados fue a parar al desgüace.
Los acuerdos firmados entre España y Estados Unidos, supusieron cierta modernización de la Armada, aunque ésta tuvo que esperar hasta 1959, y fue gracias a la presión ejercida la presión desde Madrid sobre los EE UU que el primero de los cinco submarinos que al final se recibieron, provinientes de la II Guerra Mundial, ya fuera por cesión o por compra directa, llegó a Cartagena. El último de estos submarinos, el S-35 fue dado de baja el 31 de diciembre de 1984. En esa fecha la Marina española tenía ya en servicio los cuatro sumergibles de la clase Delfín, inspirado en los Dafne franceses, dados ya de baja, mientras que de los oceánicos Galerna, de la clase gala Agosta, empezaron a sumarse a la lista de buques. Actualmente aún están en servicio tres de ellos, pero necesitando un próximo relevo por parte de los S-80. También, la Armada dispuso de cuatro submarinos de bolsillo, en los años 60 del siglo pasado, dos Foca y dos Tiburón, si bien estas dos últimas unidades no pasaron a la lista de busques. El Foca SA-42 se encuentra, expuesto en seco, en la Base de Maó (Menorca).
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