El 21 de marzo de 1868, el capitán Nemo hace un alto con el Nautilusen el Polo Sur y planta su bandera, el misterioso pabellón negro con la "N" dorada. Ahora otro marino, que también ha navegado en submarinos, reivindica la Antártida para un reino no menos imaginario: el del arte. Bonita imagen la de continente blanco como un lienzo que aguarda a ser pintado, aunque habrá que ver qué piensan las focas y los pingüinos.
La idea es llevar a la Antártida, desde Ushuaia, en un barco acondicionado para la navegación polar (del que ya dispone, el Akademik Ioffe), a un centenar de artistas, arquitectos, pensadores y "visionarios" (la lista se está confeccionando). Durante la navegación se debatirá a bordo y se crearán obras que serán desembarcadas e instaladas provisionalmente en puntos del continente y las islas vecinas. Ponomarev, todo un Shackleton del arte, reivindica el derecho de la Antártida a contar con su propia bienal. Una bienal que tendrá su punto central en el barco y será "lo móvil en lo móvil". Me quedo un rato pensando en la frase -y contando las flores en el pelo de Tatiana- hasta que caigo en la cuenta de que es la famosa "mobilis in mobile", la divisa del Nautilus. Ponomarev sonríe aprobador. "A veces me llaman el Nemo del arte".
Aprovecho para preguntarle por los sumergibles. Navegó como oficial en un submarino clase Tango, en los peligrosos juegos de guerra con los EE UU. Dejó aquello por la marina mercante, que le permitía ver más mundo, y pasó siete años llevando plátanos a América del Sur. Desde hace diez participa en expediciones oceanográficas en paralelo a su labor de artista y ha visitado varias veces la Antártida. Es difícil decir si la bienal blanca es una locura o si llegará ser más que un sueño, pero si toda aventura polar necesita el liderazgo de un buen personaje, esta sin duda lo tiene.
Jacinto Antón para ELPAÏS.es
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