Puerto Calderón está fuera de cualquier ruta. Además de mar, viento y olas reúne en un mismo escenario pueblos y palacios, ermitas entre prados verdes donde pastan vacas y caballos; olores a heno y boñiga; cielos amplios y un número incontable de gaviotas.
Su historia es antigua. Según la tradición oral se remonta a los romanos, que sí poblaron la cercana Santillana del Mar. Durante la Edad Media sirvió para avituallar las Asturias de Santillana y más tarde, en la primera mitad de siglo XX, fue cargadero de zinc de las minas que la compañía Asturiana explotaba en los alrededores. Finalmente, durante la Segunda Guerra Mundial sirvió de refugio y punto de aprovisionamiento de los submarinos alemanes, los temibles 'U-boot' que operaban en el Cantábrico.
La ensenada brillante de espuma se abre a la derecha. Es un puerto natural de gran calado protegido por imponentes acantilados. Una cadena cierra el paso a la pista de hormigón cuarteado que baja hasta el muelle roído por las mareas. Abajo todo es ruina. Siguen en pie las tolvas y los hornos de tostado de mineral. Alguna vagoneta volcada. Aún cruza el tendido de cables para cargar el mineral. Y poco más. Se hace difícil imaginar submarinos, uniformes de la Kriegsmarine, baterías antiaéreas camufladas... Cuentan que la base oficiosa de la marina nazi estuvo en Vigo, refugio de militares, espías y tripulaciones.
La Punta del Poyo cierra el fondeadero por la derecha. Se aprecian el camino minero que baja hasta el agua y alguna de las bocaminas. El saliente rocoso está perforado por numerosas galerías de las minas de manganeso y esfalerita (blenda) ya abandonadas. Es posible entrar en ellas, conscientes siempre del riesgo que implica
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