En la mar, como en tierra, durante la Segunda Guerra Mundial, los distintos escenarios exigieron muy diferentes modos de combatir. Losenfrentamientos vinieron condicionados, ante todo, por lascaracterísticas físicas del medio, pero también por las propiasestrategias que uno y otro de los contendientes se planteaban y, en definitiva, por las tácticas derivadas, en gran medida, de los medios disponibles o de aquellos que se estaba dispuesto a poner en juego.
La guerra del Pacífico, por ejemplo, desarrollada en la mayor extensión marina del planeta y en la que ambos contendientes buscaban la batalla decisiva que pusiera fin al poder naval del enemigo, fue, ante todo y sobre todo, una guerra aeronaval.
Los buques japoneses y americanos se combatieron sin llegar siquiera a verse. Una guerra en la que el señor de los mares ya no era el pesado buque acorazado fuertemente artillado, sino el portaviones, desde donde partían las aeronaves, casi en función de proyectiles inteligentes, capaces de detectar el objetivo y atacarlo por su ángulo más débil… No quiere decir eso, por supuesto, que no hubiera enfrentamientos directos entre naves de superficie, y algunos importantes, pero fueron, en todo caso, la excepción.
«Kriegsmarine»
En la batalla del Atlántico, por el contrario, los más conocidos combates evocan los nombres de los principales buques de la«Kriegsmarine». Muy inferior en efectivos, la marina de guerra alemana se empeñó en utilizar sus mayores unidades en una estrategia en la que no tenía ninguna posibilidad: desde el “Graf Spee», autohundido en el estuario del Río de la Plata, hasta la caza del «Bismarck» a través del Atlántico Norte, se trató de un duelo por las rutas marinas.
Los almirantes germanos no alinearon su flota de guerra para enfrentarse en un combate directo a la mucho más potente Royal Navy, sino que emplearon sus efectivos aisladamente, o en parejas, en un intento de cortar el abastecimiento de Gran Bretaña mediante una guerra de corso.
Paradójicamente, los éxitos que nunca llegaron a alcanzar los acorazados y potentes cruceros de batalla en este tipo de guerra, lo lograrían, a un coste infinitamente menor, media docena de carguerosequipados como cruceros auxiliares y dedicados a hostigar a los mercantes en todos los mares del mundo. Y su actuación, con más de un centenar de hundimientos, distraería a la postre más fuerzas enemigas, y por mucho más tiempo, que las empeñadas en contra de los poderosos buques de superficie de la Kriegsmarine que osaron salir al Atlántico.
Porque, sin embargo, en sus bases esos buques, como amenaza potencial, resultarían mucho más efectivos. De hecho, el «Tirpitz», gemelo del «Bismark», que apenas tuvo actuación alguna durante toda la contienda, supuso una pesadilla constante para el Almirantazgo británico hasta que después de varios intentos logró, a finales de 1944, hundirlo mediante un ataque aéreo al fiordo noruego en el que se refugiaba.
Y la más exitosa de las operaciones llevadas a cabo por esos grandes buques («Cerverus») sería el paso por el Canal de la Mancha, en pleno día… Pero no en misión de combate: El «Scharnhorst», el «Gneisenau» y el «Prinz Eugen» fueron capaces de alcanzar Alemania desde Brest, en la Bretaña francesa, en una acción de retirada que les obligaba a navegar durante horas a escasas millas de la costa de Inglaterra, sin que todos los medios y ataques lanzados contra ellos lograran detenerlos.
Los «u-boote»
Pero citar la Batalla del Atlántico evoca, sobre todo, a los submarinos germanos y los convoyes aliados: una lucha permanente, sin cuartel, cruel y desesperada, que duró tantos días como la propia guerra. Un duelo desigual, en el que los «u-boote» tuvieron durante años todo a su favor. Bien en solitario o en las llamadas «manadas de lobos» batían cada día récords de hundimientos, con cifras millonarias de tonelaje mensual enviado al fondo del mar.
Ni los panzer de Rommel, ni la Luftwaffe de Göring estuvieron tan cerca de doblegar al Reino Unido. Hasta que con el empleo de nuevos tipos de radar y de aviones especializados en la lucha antisubmarina todo se puso en su contra… Y de depredadores de los mares, se convirtieron en presa. Menos de uno de cada cuatro tripulantes de los «u-boote» alcanzaría a ver el final de la guerra. Una guerra que para ellos sería más despiadada que para ningún otro cuerpo de combate en toda la Segunda Guerra Mundial.
ABC.es
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