En 1626, el físico holandés Cornelius Jacobson van Drebbel (1572-1633) fletó el bote sumergible “Jacobo I”, que podía estar hasta 3 horas bajo el agua manteniéndose seco en su interior y con el que navegó por el río Támesis con 12 tripulantes que cubrieron la distancia en inmersión entre Westminster y Greenwich (cerca de 12 km) a una velocidad de 3 nudos, actuando la cubierta de proa como un plano de inmersión al inclinarse hacia abajo, quizá ayudado con depósitos de lastre de piel de cabra y llevando a la embarcación hasta 3,65 m (12 pies) bajo la superficie. Se dice que se le ocurrió la idea una noche de 1623, cuando estaba paseando por las orillas del Támesis y vio a unos pescadores remolcando pesados cestos con peces por detrás de sus barcas. Según iba aumentando el peso, los botes se hundían más con el agua. Cuando los aligeraban de peso los botes sobresalían más de a superficie. La física de este fenómeno fascinó a Van Drebbel y se preguntó si un barco podría sumergirse y moverse hacia delante impulsándose con remos. Su idea se ganó el apoyo del rey y empezó a construir su submarino.Los secretos de la embarcación, en la que hizo varios viajes junto al rey Jacobo I, se fueron a la tumba con el inventor al no existir registros de patentes; a pesar de ello se sabe que el sumergible estaba inspirado en los trabajos de William Bourne y consistía en un armazón de madera sobre el resto de un bote de pesca de madera forrado y cerrado con varias capas de cuero de cabra engrasada, con remos accionados desde el interior, cuyo paso a través del casco se estancaba con manguitos de cuero y los orificios se hacían estancos por medio de unas arandelas metálicas. Lo más genuino del invento era que se utilizaron por primera vez sustancias químicas para regenerar el aire viciado por la respiración. El submarino se ponía en movimiento por remeros (de 8 a 12), sentados en el interior en unos bancos, colocados de tal manera que las piernas de las personas no alcanzaran el nivel del agua. La dirección se determinaba por vía tradicional: con ayuda de la brújula, pero la profundidad de inmersión se determinaba por un procedimiento nuevo, mediante un barómetro de mercurio. Este era un aparato bastante preciso, puesto que cada metro de profundidad de inmersión correspondía a 76 mm de altura de la columna de mercurio. Para asegurar la respiración de la tripulación el inventor empleó salitre, el cual al calentarse desprendía oxígeno. Se puede valorar el talento (si no el genio) de Drebbel si se tiene en cuenta que el oxígeno fue descubierto por el químico sueco C. Scheele en 1768-1773, es decir, medio siglo después. Drebbel, indudablemente, era un excelente químico. Aunque parece ser que el mismo Drebbel aseguraba que el licor que poseía y que obligaba tomar a sus tripulantes, facilitaba la respiración durante la inmersión, posteriormente el Abad Hautafeuille, en la Manière de respirar sous l'eau (1680) atribuirá el éxito de la relativa pureza de la atmósfera a unos tubos provistos de válvulas apropiada que comunicaban la cámara habitable con el exterior.
A pesar de la curiosidad demostrada por el público que presenció las pruebas, entre los que se encontraba el mismo Rey Jacobo I, el gobierno inglés no tuvo ningún interés en investigar las perspectivas que pudiera ofrecer el nuevo invento y el asunto permaneció casi olvidado. A la demostración de Van Drebbel aludió nada menos que el distinguido matemático sir Robert Boyle, quien en 1662, observó que “fue una idea del merecidamente famoso mecánico y químico Cornelius Drebbel quien, entre otras cosas extrañas que hizo, se dice (por bastantes personas dignas de crédito) que consiguió sumergir un barco ante el docto rey Jacobo; esa prueba se hizo en el Támesis con admirable éxito, llevando la embarcación doce remeros, además de pasajeros, uno de los cuales todavía vive hoy y es familiar de un excelente matemático que me informó de ello”.
Litografia de G.W.Tweedale donde aparece un
doctor Cornelius van Drebbel con aire
de preocupación durante la demostración
de su embarcación
Nacho Padró
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