Las escalas de submarinos de propulsión nuclear, tanto británicos como norteamericanos, no son inusuales en la base de Gibraltar. Lo que no es tan habitual es que coincidan sumergibles de los dos países anglosajones a la vez y, menos, que el buque americano sea sometido a reparaciones u operaciones de mantenimiento en puerto. Hacía cinco años que no se daba una coincidencia como la actual.
La naturaleza de sus misiones, siempre discretas y en muchas ocasiones
hasta secretas, no casa muy bien con escalas intermedias en sus
patrullas por los mares de todo el planeta. Su discreción, debido a la
gran ventaja que le proporciona no depender de suministro de aire
exterior y así poder mantenerse navegando bajo el agua durante semanas,
sin más límite que el aguante de sus tripulaciones y su capacidad de
almacenamiento de víveres, convierte sus escalas en excepciones a la regla general de pasar desapercibidos la mayor parte del tiempo.
La presencia de submarinos norteamericanos en Gibraltar podía decirse que es cíclica. Según el exhaustivo conteo que lleva a cabo el capitán de navío Ángel Liberal,
hay años que no escala ninguno, incluso ha habido periodos de varios
años consecutivos en que ningún submarino con la bandera de las barras y
las estrellas se ha dejado ver por el muelle sur de Gibraltar, para
luego producirse repetidas escalas en un mismo año sin una justificación
aparente.
Diríase que existen otras motivaciones, diferentes a las puramente operativas, que llevan a estos negros sigilosos a salir a la superficie, dejarse ver y adentrarse en la bahía de Algeciras, para atracar durante unos días en Gibraltar.
La tantas veces repetida y no pocas veces exagerada relevancia de la base naval de Gibraltar adquiere todo su sentido, para los apologetas de las históricas relaciones entre el peñón y los Estados Unidos, con estas escalas que, como dientes de un serrucho, surgen y desaparecen como los mismos submarinos en el mar.
Que detrás de ellas pudieran existir motivaciones que nada tienen que ver con la pura necesidad operativa, sino la de dialogar a través de los gestos con el convidado de piedra de toda esta historia, que es España,
no debería descartarse. Según como soplan los vientos, y no
precisamente los meteorológicos, así se suceden o no este tipo de
apariciones, que ofrecen munición a unos y disgusto a otros.
Que se quiera descargar de alguna presión a la base escocesa de Clyde, más conocida como Faslane y también ‘HMS Neptune’, que alberga a la flota nuclear británica, también es otra posibilidad. Y Gibraltar, que
acoge siempre sin reservas este tipo de escalas, es una solución, aunque sin duda temeraria.
Luis Romero
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