Capt 25 de la Isla del Dia Antes (Umberto Eco)
El Jesuita padre Caspar Wanderdrossel le explica a Roberto de la Griveque que hace mucho tiempo estudiaba cómo navegar bajo el agua. Había pensado en construir una lancha de madera reforzada con hierro y con doble casco, como si fuera una caja con una tapadera. La nave habría medido setenta y dos pies de largo, treinta dos de altura y ocho de anchura, y era bastante pesada para descender bajo la superficie. Habría sido movida por unas palas, accionadas por dos hombres en el interior, como hacen los burros con un molino. Y para ver dónde se esjavascript:void(0)taba yendo, se hacia salir un tubospicillum, un ocular que, por un juego de lentes internas habría permitido explorar desde dentro lo que sucedía al aire libre […]
Pero en vez de ello construyó una Campana Acuática: Una jaula en forma de tronco de cono, un poco más alta que un hombre, en la que tres círculos, el de arriba de diámetro menor, el mediano y de abajo progresivamente más anchos, sosteníanse paralelos gracias a cuatro palancas inclinadas.
En el círculo de en medio estaba fijado un braguero de tela en el que podía ensartarse un hombre, tal que, por un juego de fajas que tenían que pasar por los hombros y el pecho, del hombre no aseguraba sólo la ingle para impedir su descenso, sino también los hombros y el cuello, de suerte que la cabeza no fuera a tocar el círculo superior. Y el objeto acabado era de verdad un cono sin punta, cerrado por arriba y abierto en la base; o si se quiere precisamente una especie de campana. En ella, entre el círculo superior y el mediano abriase una ventanilla de cristal. Sobre el tejadillo de la campana había sido asegurada una argolla robusta. Podía entrar un hombre de cualquier estatura; bastaba con ajustar las correas aflojando o apretando hebillas y nudos. Con que, una vez fajado, el habitante de la campana habría podido andar, llevando de paseo su habitáculo; y las cintas hacían de modo que la cabeza permaneciera a la altura de la ventanilla y el borde inferior le llegara más o menos a la pantorrilla. Según el padre Caspar, por muy alto que fuera el mar, el hombre podría caminar sin que entrar el agua en ella o por lo menos, hasta que el pasajero con su respiración no hubiera consumido todo el aire, transformándolo en vapor el cual al ser menos denso que el agua, ésta habría últimamente cedido lugar. Con una campana de aquella mole, el padre Caspar había calculado que un pasajero podía contar con una treintena de minutos de respiración.
Ni que decir que intenta llegar a la isla y no vuelve a aparecer.
Nacho Padró
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