La tecnología que explora el espacio no deja de fascinarnos (para muestra, la de ayer) por lo complejo de desplazarse a largas distancias de manera autónoma en ese ambiente, pero la exploración de los fondos marinos no se queda muy atrás en dificultad. Es otro punto en el que la vida de un ser humano puede correr peligro, y para ello crean máquinas tan resistentes como este dron submarino autónomo que ha navegado más de 22.000 kilómetros.
Silbo, aunque su nombre completo es Slocum G2 Glider, se ha paseado por el océano Atlántico incluso en condiciones extremas sin apenas parar su actividad durante cuatro años. Eso sí, con algo de control remoto, pero sin cabina para que ninguno de los científicos se montase en él.
22.000 kilómetros de viaje submarino
Silbo ha estado estudiando los parámetros fisicoquímicos del océano Atlántico durante cuatro años, exactamente 1.273 días. Durante todo ese tiempo, investigadores de varios países han estado interactuando con él para recoger datos, sobre todo relacionados con el clima, los cuales según explican ayudaron a corregir los modelos actuales de huracanes y ayudaron en lo que denominan "previsión metalógica".
Su apodo quizás os pueda sonar, sobre todo si sois de las islas Canarias, ya que viene del silbo gomero, un lenguaje totalmente silbado. Fue bautizado así por un primer trayecto que realizó desde Islandia, donde fue fabricado por Teledyne Marine, hasta el archipiélago canario en 2011, aunque su viaje empezaría el 2016 tras ser actualizado.
Partió de Cabo Cod (Massachusetts, EE.UU.) con destino a Irlanda en un primer viaje de 6.557 kilómetros en 330 días. La siguiente etapa, hasta las Islas Canarias (España), le costó 178 días (3.695 kilómetros). Desde aquí viajó a las Islas Vírgenes (EE.UU.) recorriendo 6.256 kilómetros, donde se tomó un pequeño descanso de 24 horas para un cambio de baterías por parte de los técnicos de la empresa que lo fabricó y algunos estudiantes de la universidad local.
El destino final de su largo viaje fue una isla en la costa de Massachusetts, tras una etapa de 348 días y 6.236 kilómetros. Con este tramo final acumuló 22.744 kilómetros de recorrido en esos cuatro años de investigación que comentábamos.
Bajando hasta lo más profundo para enviar datos a lo más alto
El funcionamiento de Silbo es sencillo en apariencia y curioso, aunque aguantar todo ese tiempo y las inclemencias climáticas no tiene nada de fácil. Incluso por el camino ha ido recogiendo a algún polizón, como vemos en la fotografía del inicio.
Dispone de una boya que se infla cuando ha de ascender a la superficie para comunicarse con alguna antena en algún barco o satélite. Sus interiores se dividen a grandes rasgos en dos partes, la computacional y la científica (con los sensores), y tras recibir instrucciones ambas se preparan según la misión.
Cuando se zambulle a las profundidades los sensores se ponen en marcha para recoger información sobre las cantidades de oxígeno y clorofila, la salinidad, la profundidad, la temperatura y la conductividad. Y para evitar que se choque contra el suelo marino, dispone de un altímetro que actúa de manera similar a los sistemas naturales que disponen animales como los delfines, de manera que básicamente va haciendo ascensos y descensos de hasta 1.000 metros.
Durante su trayecto total realizó más de 5.000 mediciones y ha sido el viaje autónomo más prolongado que se ha hecho en el océano Atlántico. Un vehículo submarino autónomo que recuerda a Icefin, el minisubmarino motorizado que los científicos enviaron al llamado "glaciar del día del juicio final".
Imagen | Teledyne Marine
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