De todas las cintas que he visto desde casa desde que comenzó el confinamiento, la primera que me hace extrañar una sala en penumbra, con su pantalla grande y con su respectivo sonido envolvente es Greyhound: en la mira del enemigo (2020, Canadá, Estados Unidos y China), dirigida por Aaron Schneider y escrita por su protagonista Tom Hanks.
Con una duración exquisita de 91 minutos, contando sus créditos finales (sí, lo reconozco, también extraño mucho esas películas que se concentran en contar su historia y que no intentar jugar con sus espectadores), la cinta basada en una novela de C.S. Forester narra las 48 horas en las que un grupo de 37 naves provenientes de Estados Unidos cruzan el Atlántico con armamento, combustible, víveres, medicinas y hombres, para sumarse a la batalla que libran los Aliados contra los nazis. Con apoyo aéreo norteamericano hasta cierto punto, y luego por aviones y destructores ingleses, hay un “trecho” del viaje en el que los barcos quedan a su suerte. Es en ese “trecho” en el que los submarinos alemanes se dedican a cazar a los barcos aprovechando su rapidez, la poca tecnología y hasta los pocos recursos con los que cuentan las naves. El Greyhound del título es el destructor que capitanea Ernest Krause (Tom Hanks). Y sí, estamos ante otro personaje del Hanks maduro: un hombre estoico y fiel, incapaz de dejar que sus sentimientos se apoderen de él, con la sangre tan fría como para seguir lanzando órdenes así lo veamos morderse los labios y con la mirada perdida en las enormes olas grises que chocan contra su nave. Krause sabe bien que se perderán vidas humanas, que su misión solo consiste en que ese número sea el mínimo posible; pero eso no quiere decir que cualquier desatino de él o de algún miembro de su tripulación se tomará a la ligera.
El guion del propio Hanks no se ocupa de dotarle de un pasado o arrendarle subtramas al relato. Greyhound consiste en acompañar a Krause y a algunos miembros de su tripulación desde que inicia el asedio hasta que termina. Y si, apenas y distinguiremos un rostro de otro en los jóvenes oficiales que corren de aquí para allá cumpliendo sus labores, así que igual que el propio Krause seguro que nos enredaremos con sus nombres. Incluso llegará un punto en que querremos un diccionario militar para entender qué tanto se gritan esos hombres.
Sin embargo, le doy un punto a Schneider: su película entretiene y logra, al menos en esos noventa y un minutos, evadirnos de esa rutinaria realidad y darnos, de paso, una lección sobre heroísmo que quizá deberíamos tener en cuenta en estos días. Porque ser un héroe en un momento de desespero, según Schneider y según Hanks, consiste solo en ser aquel que cumple el trabajo que le asignaron. Y que en el momento de mayor tensión, acepta que se ha equivocado y también decide arriesgarse a pedir ayuda. Y, sobre todo, no busca justificaciones o señala culpables. Ese hombre enmienda el camino sobre la marcha, escucha las críticas y a los críticos, y se lanza a buscar esa nueva hora a flote. Caray, vaya que extraño estar en una sala de cine.
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