08 enero 2021

Aún se levanta en el cementerio de Arlington, Washington, el mástil del «Maine» con una placa alusiva a su voladura

 

sábado, 24 de mayo de 2014

CONTRALMIRANTE NÚÑEZ: EL HOMBRE DEL EXPEDIENTE DEL «MAINE».

Artículo escrito por Jesús Núñez y publicado en el nº 267 correspondiente al mes de agosto de 2004, de la Revista «ARMAS», págs. 82-88.
Los originales están ilustrados por siete fotografías en color y once en blanco y negro.
 
«Tengo el profundo sentimiento de participar a V.E. que acaba de volar el crucero americano «Maine» surto en esta bahía, por incidente indiscutiblemente casual, creyendo sea explosión calderas dínamo …».
Así comenzaba el histórico telegrama recibido en las dependencias del Ministerio de Ultramar en Madrid, a las dos horas y cincuenta minutos de la tarde del día 15 de febrero de 1898, remitido desde La Habana por el capitán general de Cuba, Ramón Blanco Erenas, y cuya copia se custodia en el Archivo-Museo «Don Alvaro de Bazán«, sito en la localidad de El Viso del Marqués (Ciudad Real).
 
Su continuación no podía ser más elocuente respecto a la tragedia acontecida y que daría lugar a una desigual e injusta guerra entre España y los Estados Unidos de América: «… En el momento del siniestro acudieron al sitio para ofrecer auxilio y salvamento cuantos elementos disponibles y posibles hay en esta Capital, marinos, bomberos, fuerza pública, todos los Generales entre ellos el Jefe de Estado Mayor. Ha habido muertos y heridos: comunicaré detalles conforme los vaya adquiriendo. He mandado al Cónsul norte-americano un Ayudante para ofrecerle todos los auxilios que pueda necesitar».
 

 

A partir de ese instante y ante la manipuladora campaña lanzada por la prensa amarilla norteamericana que comenzó a verter graves y falsas acusaciones contra España, responsabilizándola del suceso -«La voladura del Maine fue debida a una mina colocada por cuatro españoles, los cuales recibieron la cantidad de 10.000 pesos«- se sucedieron una tras otra e infructuosamente las acciones diplomáticas españolas.
 
El «USS Maine» se trataba de un acorazado de 2ª clase que desplazaba 6.682 toneladas y que medía 97’23 metros de eslora, 17’37 de manga y 6’55 de calado, estando armado de 4 cañones de 254 mm. en dos torres dobles, 6 de 152 mm., 15 de tiro rápido, 4 ametralladoras y 4 tubos lanzatorpedos. Su comandante era el capitán de navío Charles Dwight Sigsbee y contaba con una tripulación de 354 hombres, de los que 266 perecieron y otros 50 resultaron heridos en dicha tragedia.
 
El 24 de marzo de 1898, ante las tendenciosas versiones publicadas, el Ministerio de Estado (antecedente histórico del actual Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación) encargaba por telégrafo al embajador español en Washington, proponer «la sumisión del litigio a jueces desapasionados«. Al día siguiente dicha propuesta era ratificada en Madrid mediante la entrega del pertinente memorandum al embajador norteamericano.
 
Haciendo caso omiso a lo anterior el 28 de marzo, William Mac-Kinley, presidente de los EE.UU., publicaba un corto mensaje remitiendo al Congreso Federal el texto del Informe de la Comisión de Investigación Americana sobre la voladura del «Maine» dando por buenas las conclusiones de dicho documento y sin mencionar para nada las proposiciones de arbitraje formuladas por España. 
 
Los EE.UU. formularon sin más sus cargos contra nuestra patria, contestándosele el 31 de marzo por el Consejo de Ministros, presidido por Práxedes Mateo Sagasta, que se procediera a un arbitraje imparcial para aclarar lo sucedido realmente.
 
Desoyendo una vez más tan lógica y justa petición el presidente norteamericano formuló el 11 de abril por última vez sus cargos contra España, declarando terminantemente que no había querido dar respuesta alguna a las proposiciones de arbitraje españolas. Una semana después nuestro gobierno reiteraba que «los Americanos habían rehusado someter el casco del Maine a una investigación común y las negativas que hallaron nuestras proposiciones de arbitraje«.
 
El 19 de abril el Congreso de los EE.UU. aprobaba la resolución mediante la que se declaraba el estado de guerra con España, hecho que aconteció oficialmente dos días después, fecha en la que el embajador norteamericano en Madrid, general Stewart Lyndon Woodford, abandonaba en tren la capital – escoltado por fuerzas de la Guardia Civil- y cruzaba la frontera hispano-francesa. 
 
Era el principio del comienzo del imperialismo yanqui y del final de nuestros territorios de Ultramar en Puerto Rico (donde se arriaría la bandera española el 17 de octubre de 1898), Cuba y Filipinas (donde se arriarían el 1 de enero de 1899).
 

 

El expediente español del «Maine».
Vista la actitud norteamericana el gobierno español había ordenado a las autoridades de la isla la realización de un minucioso informe que esclareciese la verdad de lo sucedido, siendo designado para su custodia y traslado en mano a España, el joven teniente de navío Francisco Núñez Quijano, ayudante personal del contralmirante Vicente Manterola Taxonera, Comandante General del Apostadero y Escuadra de las Antillas.
 
El 30 de marzo de 1898, Núñez zarpó del puerto de la Habana con el citado expediente a bordo del vapor «Buenos Aires» -tal y como recoge expresamente la minuciosa hoja de servicios de dicho oficial- desembarcando en Cádiz el 16 de abril para continuar su viaje hasta el Ministerio de Marina en Madrid.
 
El teniente de navío Núñez había colaborado activamente en dicha investigación y fue uno de los oficiales de la Armada que participó activamente en las tareas de salvamento de las víctimas del «Maine«, siendo además el autor de las históricas fotografías que ilustran estas páginas donde puede apreciarse al crucero norteamericano entrando el 25 de enero de 1898 en la bahía de La Habana -hacía tres años que no lo hacía un buque de la Armada norteamericana- así como de sus restos tras la explosión.
 
Como ayudante personal del contralmirante Manterola y por lo tanto hombre de su máxima confianza, se encargó además de cumplir y coordinar cuantas órdenes directas impartió éste respecto al auxilio y evacuación de los supervivientes recogidos y atendidos por diversos buques españoles fondeados en sus proximidades. 
 
Por su meritoria y destacada actuación fue recompensado con la Cruz de 1ª clase del Mérito Naval pensionada, la Medalla de Oro de los Bomberos de La Habana y la Medalla de Cuba.
 
Mientras el informe norteamericano, encabezado por el capitán de navío William T. Sampson, concluía el 21 de marzo de 1898 que «el Maine fue destruido por la explosión de un torpedo submarino que ocasionó la explosión parcial de dos o más pañoles de proa», el informe español, fechado el día siguiente y suscrito por capitán de fragata el Pedro del Peral Calvo, afirmaba que » … acreditado con estos testigos y peritos la ausencia de todas las circunstancias que precisamente acompañan a la detonación de un torpedo, sólo cabe honradamente asegurar que a causas interiores se debe la catástrofe«.
 
En 1911 los estadounidenses rescataron de las aguas del puerto los restos del «Maine» al objeto de efectuar un nuevo examen. Tras ello lo hundieron definitivamente en alta mar. El 25 de noviembre de 1975 el almirante Rickover, concluía el resultado de una nueva investigación de la Armada norteamericana: 
 
«No hemos encontrado ninguna certeza técnica en la documentación examinada de que una explosión externa iniciara la destrucción del Maine. Las pruebas disponibles están en consonancia únicamente con la explosión interna. Por tanto, llegamos a la conclusión de que una fuente interna fue la causa de la explosión. La más probable fue el calor de un incendio en la carbonera contigua al pañol de reserva de 152 mm.». 
 
Sin comentarios.
 

 

De aspirante a contralmirante.
Francisco Núñez Quijano había nacido en La Habana el 27 de diciembre de 1869 y era uno de los nueve hijos del matrimonio formado por el capitán de navío de 1ª clase -asimilado a contralmirante- Indalecio Núñez Zuloaga y de Daría Quijano Artacho, quienes se habían casado en San Juan de Puerto Rico el 3 de diciembre de 1865.
 
Siguiendo los pasos de su padre ingresó por oposición como aspirante en la Escuela Naval el 8 de diciembre de 1884 en donde permaneció hasta que por real orden de 5 de julio de 1886 fue nombrado guardia-marina de 2ª clase siendo destinado a la Escuadra de Instrucción y embarcando en diversos buques de la Armada como los cruceros «Castilla» y «Navarra«, las fragatas «Numancia«, «Blanca» y «Gerona«, así como en la Corbeta «Nautilus«.
 
Por real orden de 12 de diciembre de 1889 ascendió a alférez de navío habiendo estado destinado durante dicho empleo en el Arsenal de El Ferrol; cruceros «Reina Cristina» y «Velasco«, con el que navegó por aguas de China y Filipinas; cañonera «Gardoqui» como comandante de la misma, también en aguas de Filipinas; Arsenal de Cavite; ayudante personal de los vocales Manuel de la Cámara y José Navarro del Centro Consultivo del Ministerio de Marina; acorazado «Pelayo«, con el que navegó por aguas de Rusia; y ayudante personal del contralmirante Jesús de Martínez Espinosa, Jefe del Estado Mayor General del Ministerio de Marina. 
 
El 7 de abril de 1894 contrajo matrimonio en Madrid con María Dolores de Olañeta y Gordo, con quien tuvo tres hijos varones y cuatro hembras, una de las cuales, Julia, falleció al poco de nacer.
 
El 21 de abril de 1897, cuando contaba con 27 años de edad, ascendió a teniente de navío y fue destinado a La Habana como ayudante personal del Comandante General del Apostadero y Escuadra de Las Antillas, siendo el responsable del traslado y custodia desde su salida de Cuba el 30 de marzo a bordo del vapor «Buenos Aires» hasta el 16 de abril de 1898, del expediente sobre la voladura del «Maine», no pudiendo regresar a su destino a causa de la guerra iniciada por los EE.UU.
 
El 5 de mayo de 1898 embarcó en el crucero auxiliar «Rápido» con el que tras navegar por aguas africanas regresó a La Habana, incorporándose a su antiguo puesto de ayudante hasta el 11 de abril de 1899 en que marchó para Madrid como ayudante personal del vicealmirante Manterola. 
 
A partir del 2 de agosto de 1900 estuvo destinado en el crucero «Lepanto«, como profesor; realizó el Curso de Torpedos realizando las prácticas en los torpederos «Rigel» y «Acevedo«; auxiliar de la Dirección General de Material del Ministerio de Marina; ayudante personal del capitán de navío de 1ª clase Leopoldo Boado Montes; auxiliar y secretario de la Dirección General de Personal del Ministerio de Marina; comandante del cañonero «Mac-Mahón«; vocal de la Delegación española de la Comisión de Límites de los Pirineos; secretario de la Sección Ejecutiva del Estado Mayor Central; ayudante personal del capitán de navío de 1ª clase Francisco Chacón y Pery, Jefe del Estado Mayor de la Jurisdicción en la Corte; y ayudante de Marina interino del Distrito de Pasajes y capitán de su puerto.
 
Por real orden de 11 de diciembre de 1911 ascendió al empleo de teniente de navío de 1ª clase, cambiando dicha denominación por real decreto de 10 de enero de 1912 por la de capitán de corbeta. Fue destinado como ayudante personal del vicealmirante Chacón, General Jefe del Estado Mayor Central; comisionado en Berlín para la recepción de torpedos automóviles; 3º comandante del acorazado «España«; jefe de la Estación Torpedista de El Ferrol y vocal de la Comisión Inspectora de construcción y recepción de las minas Vickers.
 
En septiembre de 1917, durante la 1ª Guerra Mundial se encargó de la vigilancia y custodia en el Arsenal de EL Ferrol del submarino alemán UB-23 internado en ese puerto así como de desactivar minas alemanas que aparecieron en aguas de Bermeo (Vizcaya).
 
Por real orden de 27 de marzo de 1918 ascendió a capitán de fragata siendo nombrado 2º comandante del acorazado «Jaime I»; después 2º comandante del crucero «Cataluña«; posteriormente 2º comandante del acorazado «Pelayo«; y por último comandante del Aviso «Giralda«, yate real de los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia.
 
Por real orden de 30 de noviembre de 1920 fue promovido a capitán de navío, ocupando sucesivamente los cargos de jefe de la Base Naval de «La Graña«; jefe de Estado Mayor Interino del Departamento de El Ferrol; comandante del crucero «Carlos V«; Comandante de quilla del crucero «Príncipe Alfonso«; comandante del crucero «Princesa de Asturias«, buque insignia de las Fuerzas Navales del Norte de Africa, y de las que llegó a ser su jefe interino, participando activamente en las operaciones navales de las Campañas de Marruecos correspondientes al periodo 1925-1927.
 
Como colofón a su brillante carrera militar fue ascendido por real decreto de 30 de octubre de 1927 a contralmirante, habiéndosele concedido la Placa y Cruz de San Hermenegildo; la Cruz de María Cristina Naval de 2ª clase; seis Cruces del Mérito Naval, una roja de 1ª clase y cinco blancas de 1ª, 2ª y 3ª clase; dos Cruces del Mérito Militar, una roja de 3ª clase y una blanca de 2ª clase; la Medalla Militar de Marruecos con pasadores de Melilla y Tetuán; la Medalla de Oro de los Bomberos de La Habana; la Medalla de Cuba; la Medalla de Alfonso XIII; la Medalla de Los Sitios; Caballero de la Legión de Honor de Francia; Comendador de San Carlos de Mónaco; Comendador de San Benito de Avis de Portugal y numerosas felicitaciones por «su celo, inteligencia y laboriosidad en el cumplimiento de las órdenes recibidas«.
 
Asimismo estaba en posesión de la Especialidad de Torpedos y fue coautor, junto Federico Monreal Fernández-Rodil, de la obra «Torpedos Automóviles» editada en 1904 por el Ministerio de Marina y declarada de texto para su Escuela de Aplicación.
 

 

El fallecimiento del Contralmirante Núñez.
La muerte le sorprendió el 5 de octubre de 1928 en Madrid, durante su convalecencia tras un accidente de automóvil, siendo jefe de la Sección de Personal del Ministerio de Marina, cuando contaba 58 años de edad, no llegando por lo tanto a conocer la tragedia que se cebaría años después sobre su familia como consecuencia de la trágica Guerra Civil.
 
Su hijo Indalecio, casado con Josefina Quijano Bausá, sería asesinado junto a otros oficiales en Valencia el 29 de agosto de 1936, siendo capitán del Regimiento de Infantería Guadalajara nº 10; su hijo Narciso, casado con María del Carmen García Pérez, teniente de navío y comandante del submarino B-1, sería asesinado el 3 de agosto de 1936 en Mahón junto a un centenar de jefes y oficiales de la Armada y el Ejército en la matanza de la fortaleza de La Mola; su hijo Francisco, casado con María Josefa Lacaci Morris, combatiría en la contienda como alférez y teniente de navío, llegando a alcanzar posteriormente el empleo de contralmirante; su hija Sofía se casaría con Hipólito Fernández Palacios, quien siendo comandante de Infantería y al frente del 3º Tabor de Regulares nº 1 de Tetuán sería condecorado con la Medalla Militar Individual por la acción del paso del río Jarama el 12 de febrero de 1937, llegando posteriormente a alcanzar el empleo de teniente general; su hija María Dolores se casaría con el capitán de Infantería Manuel Martínez Ballesteros, quien pasó toda la contienda encarcelado en el bando republicano, alcanzando posteriormente el empleo de coronel; y su hija María del Carmen se casaría con Juan de la Fuente Casares, ingeniero naval, que a lo largo de la guerra civil sufriría prisión en ambos bandos.
 
El sable del contralmirante Núñez que ilustra el presente artículo también tiene su propia historia. Tras su fallecimiento fue heredado por su hijo Narciso quien solía utilizarlo en determinados actos oficiales. 
 
Tras los sucesos del 18 de julio de 1936 y ser detenido y encarcelado en La Mola, todos los uniformes y efectos militares que guardaba en el camarote de su submarino fueron saqueados y sustraídos, entre ellos su sable de oficial de la Armada y sus condecoraciones -Medalla Militar de Marruecos con los pasadores de Melilla y Tetuán, Cruz de Guerra Francesa, Cruz Roja del Mérito Naval, Cruz Roja del Mérito Militar, Medalla del Homenaje a SS. MM. Los Reyes y la Medalla de la Paz de Marruecos- no sabiéndose nunca más de todo ello. 
 
Su pistola, una Astra modelo 300 de 9 mm. corto fue arrojada por su viuda a un pozo de la vivienda en que habitaban al objeto de evitar que fuera encontrada en uno de los habituales registros de los milicianos. 
 
El sable de su suegro fue celosamente escondido y milagrosamente salvado del expolio, continuando hoy día en poder de sus descendientes y más concretamente en el autor de estas líneas.

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