Si en una anterior entrega dedicamos unas líneas a los submarinos de asalto tipo “Foca”, hoy recordaremos el paso por la Armada de sus hermanos mayores, los del tipo “Tiburón”. Si la pareja de Focas tuvieron como vimos una vida efímera y poco rentable para la Armada, sus hermanos mayores SA-51 y SA-52, pareja conocida con el calificativo de “tiburones”, la tuvieron aún si cabe más efímera y menos rentable.
El desarrollo de los proyectos de ambos tipos se llevó prácticamente en paralelo y si bien los focas eran unos auténticos y genuinos submarinos enanos, con muchísimas limitaciones, los tiburones por el contrario podíamos considerar que eran algo así como unos submarinos normales, pero empequeñecidos hasta el mínimo posible, más que submarinos enanos agrandados para mejorar sus prestaciones.
Por decreto de 12 de diciembre de 1952, se facultaría al Ministerio de Marina para que diese la orden de construir estos dos mini submarinos, aprobándose para ello una suma de 14.769.722 pesetas. Las quillas de ambos (estos ya no sufrieron cambios en sus numerales de costado como los focas, sino que desde un principio ya se denominaron SA-51 y SA-52), se arbolaron en las gradas de la Bazán cartagenera el 27 de abril y el 6 de noviembre respectivamente, ambos de 1957, significando los números de construcción 107 y 108 de la citada factoría.
Debieron transcurrir siete años y medio desde el inicio oficial de los trabajos, un tiempo extremadamente largo para que ambos pasaran a “situación especial” que lo fue con fecha de 23 de septiembre de 1964, y tan solo un mes y medio después (06 de noviembre de 1964) el primero de ellos era botado a las aguas del “mar de Mandarache” quedando entonces desde ese mismo día prácticamente paralizada cualquier actividad laboral en el segundo, cuyo casco nunca llegó a ser botado de manera oficial, utilizándose incluso algunas de sus piezas como almacén de repuestos para el primero.
Su desplazamiento era de 76,80 toneladas en superficie y de 78,30 toneladas en inmersión. Tanto estas cifras como sus 19,80 m de eslora y sus 2,40 m de manga (con idéntica cifra para el puntal), le permitían un posible desplazamiento desde un extremo a otro del país por ferrocarril, extremo contemplado en el proyecto original del doctor Erich Vollbrecht, responsable de la construcción no solo de la pareja de focas sino también de la de tiburones.
Aunque en principio la propulsión mecánica estaba previsto que corriese a cargo de un motor diesel de 320 caballos construido por la Empresa Nacional de Automoción, ENASA-Pegaso, una modificación al proyecto hizo que finalmente se les equipara con dos motores de 200 caballos de potencia unitaria, lo que les reportaba indudablemente una mayor seguridad en caso de avería. En este sentido, es de reseñar que la modificación de la propulsión implicó también una variación en la eslora que inicialmente hubiese sido, de haber llevado un solo motor, algo menos de la ya citada. Ambos motores diésel irían acoplados a sendos motores eléctricos de 240 caballos, construidos por una empresa que respondía a las siglas de CENEMESA. Al igual que los focas, los tiburones disponían de un solo eje, por tanto con una sola hélice, de tres palas, de paso fijo, dispuesta también en el interior de una tobera Kort, a popa de la cual se encontraban en forma de cruz los timones vertical y de buceo.
Su velocidad era de 10,2 nudos en superficie, algo más en inmersión, con una autonomía de 2000 millas en superficie y unas 150 en inmersión a velocidades económicas. Aparte de la propulsión citada, considerada la principal, se les instalaría una secundaria consistente en un pequeño motor eléctrico llamado “de acecho”, por su funcionamiento silencioso, que permitía al submarino navegar de manera sigilosa durante un prolongado espacio de tiempo a un par de nudos de velocidad, lo cual era posible gracias a su bajo régimen de consumo de batería.
Su tripulación era variable, aunque la máxima permitida se consideraba de ocho personas, que disponían de hasta cuatro literas, dos por banda, siendo el primer submarino de la Armada española en utilizar el sistema conocido como de “cama caliente”, que pocos años después popularizarían los submarinos de la clase Daphné.
Iba provisto de dos tubos lanzatorpedos interiores, pero como la única escotilla se encontraba en la vela, la recarga de torpedos se hacía directamente por la boca de los tubos, que para que asomasen lo suficiente era preciso hundir el barco de popa. No llevaban por tanto y además lógicamente así era en todos los tipos de enanos en servicio en otras Armadas, la más mínima posibilidad de llevar torpedos de recarga.
La única singladura fuera de Cartagena la realizaría el SA-51 en junio de 1966, navegación que le llevaría hasta Barcelona para participar en los diferentes actos organizados allí con motivo de la Semana Naval. A su término, y tras regresar a Cartagena, volvió al ostracismo, limitándose sus navegaciones a breves salidas diurnas en aguas próximas a Cartagena. Así continuó durante los siguientes años, en los que el ritmo de salidas a la mar fue decayendo paulatinamente y al poco quedó definitivamente varado en una de las gradas de la Bazán cartagenera, hasta que con fecha 9 de marzo de 1979 causó baja en la Armada de manera oficial, junto con su gemelo SA-52, merced a la orden ministerial nº 198/79 que disponía que ambos pasasen a disposición del Arsenal de Cartagena para su “aprovechamiento y desguace”.
Al poco de darse ambos de baja, la Armada colocó al SA-52 junto al segundo de los Foca, que desde hacía unos años (1969) figuraba como ornato de los jardines en la Base de Submarinos, quedando varado el SA- 51 en la desaparecida “grada inclinada nº 4”. Allí vería transcurrir el paso del tiempo hasta que a finales de 1985, la Armada decidió sacarlo a pública subasta para su venta a un desguazador. Fue entonces cuando se interesaron por él desde Barcelona, la única ciudad que había tenido el privilegio de haberlo visto evolucionar en las aguas de su dársena veinte años atrás, de modo que fue adquirido por La Caixa, que se lo llevó por carretera para remozarlo en unos talleres del puerto de Barcelona.
Tras un perfecto lavado de imagen, y puesto que el submarino lo componían tres secciones, las mismas fueron colocadas sobre un basamento del Museo de la Ciencia, con la particularidad de que la parte central se fijó en una basada en el suelo, mientras que las secciones de proa y popa quedaron también fijas al suelo pero separadas de la central un metro aproximadamente. Una vez hecho esto, se colocaron chapas de acero uniendo las partes entre sí, pero solo por la banda de estribor, de modo que por la banda de babor quedó una abertura lo suficientemente importante como para acceder a su interior y poder ser visitado.
Esta inusual visión de un submarino español quedó definitivamente inaugurada en los jardines del Museo de la Ciencia de Barcelona el 10 de mayo de 1986, donde llegó en olor de multitudes. Pero a pesar de la inmediata aceptación del SA-51 en el citado Museo, donde pronto se convertiría en una de sus estrellas, poco habría de durarle la ubicación ya que unos años después, en 1992, a resultas de diversas obras públicas que habrían de realizarse con motivo de las Olimpiadas de ese año, fue reubicado fuera del museo aunque muy cerca de él, en uno de los nudos de carreteras que circundan la ciudad y que nacieron como consecuencia del evento deportivo, donde continúa en la actualidad.
Aunque como hemos visto las dos parejas de focas y tiburones nunca llegaron a prestar importantes servicios a la Armada, es de resaltar el hecho de que los cuatro submarinos, de uno u otro modo hayan conseguido ser salvados del soplete. De haber dado el resultado apetecido, posiblemente se hubiese acometido la construcción de otra pareja de mejores prestaciones prevista en un principio, que hubiesen significado la clase “cachalote”, pero sobre todo debido a las penurias de la época, finalmente la Armada optó por desistir de seguir contando con submarinos de asalto.
Fotos: archivo y autoría de Diego Quevedo Carmona
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