Durante la Guerra Fría, la mayor fuente de orgullo militar soviético eran sus submarinos nucleares. Entre finales de los 50 y el año 1997, la Unión Soviética, y después Rusia, construyeron un total de 245 sumergibles con capacidad para armas atómicas, más que el resto de naciones juntas, a pesar de que los estadounidenses fueron los inventores. Sin embargo, esta proeza tecnológica tuvo un importante coste humano y sobre todo ambiental: miles de objetos radiactivos acabaron en el fondo del mar, fruto del hundimiento accidental de naves y la falta de previsión ecológica de las autoridades de la URSS.
A lo largo de varias décadas, el kilómetro cero de la actividad submarina rusa fue el puerto ártico de Murmansk, en cuyos alrededores se concentraban decenas de bases militares desde las que se gestionaba la marina nuclear y los rompehielos de la URSS. Y es precisamente en el Ártico donde se encuentran la mayoría de estos restos contaminados: según un estudio de viabilidad encargado de forma conjunta por la Comisión Europa y Rusia en 2019, hay unos 18.000 objetos radiactivos en el Océano Ártico, entre ellos 19 buques y 14 reactores, de los cuales 1.000 todavía tienen niveles elevados de radiación gamma.
En concreto, el 90% de este peligro latente está contenido en seis objetos que la corporación nuclear estatal rusa Rosatom ha asegurado que sacará del fondo del mar en la próxima década, según han anunciado varios medios locales. El primero de ellos será el submarino nuclear K-27, una nave que sufrió una avería en el reactor y fue hundida deliberadamente cerca del archipiélago de Nueva Zembla, la misma isla donde se probó la bomba de hidrógeno más potente que se haya fabricado. La idea es utilizar este rescate, previsto para comienzos de 2021, para probar nuevas técnicas de extracción de restos del fondo marino que luego serán usadas para eliminar el resto de objetos radiactivos hundidos.
Lo cierto es que nunca se ha llevado a cabo una limpieza nuclear de este calibre en alta mar. La recuperación de un submarino nuclear hundido a 75 metros de profundidad implicará duros trabajos de extracción en las gélidas aguas del Ártico, que solo son seguras para tales operaciones durante los tres o cuatro meses que dura el verano. Además, habrá que tener en cuenta que mover estos restos radiactivos puede ocasionar fugas de combustible que tendría terribles consecuencias para la fauna y flora de la zona.
Dos submarinos históricos
Como se ha indicado anteriormente, el primero de los submarinos nucleares que Rusia intentará recuperar es el K-27, conocido como el “pez de oro” por el alto coste de su fabricación. Este enorme buque de guerra tenía 118 metros de largo sufrió un accidente en el reactor cuando se encontraba en el mar de Bárents en 1968, lo que provocó la muerte inmediata de unos de los tripulantes y la penetración de altas dosis de radiación en otros ocho, que acabaría falleciendo en el hospital días después. Aunque el submarino fue inmediatamente retirado de la circulación, no fue hasta 1982 cuando la Marina decidió deshacerse de él rellenando el reactor con asfalto y hundiéndolo en el fondo del Ártico. Una patada hacia adelante que ahora intentan remediar las autoridades rusas.
El segundo submarino que quiere extraer Rosatom también tiene una larga historia detrás,que se detalla en este reportaje de la BBC. El K-159, un navío con 107 metros de eslora, tuvo más éxito que su dorado predecesor y estuvo activo entre 1963 y 1989. Sin embargo, una vez retirado de la circulación, se mantuvo el vetusto submarino en puerto durante más de una década. No fue hasta que ocurrió la tragedia del Kursk, un submarino que se hundió en 2000 con 118 tripulantes a bordo, que las autoridades rusas decidieron que era el momento de jubilar el K-159.
A pesar de que el pronóstico meteorológico no era bueno, en la mañana del 29 de agosto de 2003 llegó la tardía orden de remolcar el decrépito K-159 a una base cercana a Murmansk para su desmantelamiento. El submarino estaba conectado a cuatro pontones de 11 toneladas con cables para mantenerlo a flote durante la operación, pero éstos no resistieron el embate de los elementos y se rompieron en alta mar, haciendo que el submarino se hundiera. Ocho de sus nueve tripulantes perecieron ahogados ante la inacción de la Marina, que tardó demasiado en enviar una embarcación de rescate.
Sin embargo, ¿qué es lo que ha cambiado en la geoestrategia rusa para que, tantos años después, Rosatom lance un proyecto de esta envergadura para recuperar estos submarinos?
Una amenaza para el Ártico ruso
Desde 2013, el interés de Rusia por el Ártico ha sufrido un espectacular crecimiento. En apenas seis años, se han construido siete bases militares árticas y dos terminales de petroleros como parte de la Ruta del Mar del Norte, una vía marítima más corta a China que Putin ha prometido que tendrá 80 millones de toneladas de tráfico para 2025. Y el olvidado K-159 se encuentra justo debajo de ella.
Además, los barcos de pesca de Rusia y otros países vecinos como Noruega dependen del mar de Barents para su actividad, ya que es uno de los caladeros mundiales más importantes de bacalao y pescadilla. Para los pescadores, cualquier radiación que escape de los submarinos, por pequeña que sea, puede ser preocupante, ya que ésta tiende a concentrarse en los animales en la parte superior de la cadena alimentaria a través de la llamada “bioacumulación” y luego ser ingerida por los humanos.
Pero más allá de evitar costes económicos en materia comercial y pesquera, la eliminación por parte de Rusia de estos seis objetos radiactivos del fondo del mar busca reforzar la imagen del presidente, Vladimir Putin, como defensor del frágil entorno ártico. Si el líder ruso ya hizo toda una campaña de relaciones públicas en 2017 en torno a una operación para retirar 42.000 toneladas de chatarra del archipiélago de Franz Josef Land como parte de una “limpieza general del Ártico”, desde el año pasado Putin ha multiplicado sus apariciones ambientales.
En poco menos de un año, Putin ha ordenado la limpieza de una de las centrales químicas soviéticas abandonadas más peligrosas y ha hablado sobre la preservación del medio ambiente en una conferencia anual para las naciones árticas. Y el mismo día de marzo de 2020 en que emitió su proyecto de decreto sobre los submarinos soviéticos hundidos, firmó una política ártica que enumera «la protección del medio ambiente ártico y las tierras nativas y los medios de vida tradicionales de los pueblos indígenas» como uno de los seis intereses nacionales en la región.
Sin embargo, estas políticas contrastan fuertemente con otras acciones de Putin en el Ártico, donde Rusia ha seguido construyendo nuevos rompehielos y ocho submarinos nucleares en los alrededores de Murmansk. De hecho, en 2019, se inauguró la única central nuclear flotante del mundo, una inquietante novedad que ha vuelto a convertir al Ártico en las aguas con mayor riesgo nuclear del planeta. Esto podría significar que la limpieza submarina sin precedentes que se va a producir en los próximos años fuera tan solo el preludio de lo que se necesitará para hacer frente a la nueva ola de poder nuclear en el Ártico
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