ersión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de mayo de 2018.
En ocasiones, un personaje histórico vive entre tantas sombras que, al poco, incluso su procedencia termina por ser puesta en duda. He aquí el caso de un genio casi olvidado que exploró diversos campos de la tecnología y que fue un apasionado de la navegación submarina y aérea, pero que apenas ha sido mencionado en la Historia y, sobre todo, casi nunca como español.
¿Un ingeniero francés?
En plena Primera Guerra Mundial, cuando los submarinos alemanes habían ya mostrado el terrible potencial bélico de ese tipo de embarcaciones, publicaba la revista Madrid científico, en su número 850 de 1915, la siguiente nota:
“En el momento de estallar la guerra dispone Alemania de 28 submarinos, cifra dada por un anexo al anuario de Veyer, publicado por este oficial de la Marina alemana en 1914. (…) Los primeros submarinos alemanes datan de 1904 y figuran en el presupuesto de 1905. El autor de sus planos es, por cierto, un francés: M. de Equevilley, que por aquella época entraba a prestar sus servicios como ingeniero en los astilleros particulares «Germania», de Kiel. Así logra Alemania utilizar los ensayos y tanteos realizados en Francia, y desde el primer momento obtiene un modelo excelente y práctico.”
Esta anotación no fue única, sino que se repitió a lo largo de todo el continente, dando por hecho que los alemanes habían “copiado” la tecnología de los submarinos a Francia, dado que el diseñador principal de esos novísimos aparatos era francés. También hubo quien mencionó que se había copiado algo de la tecnología del malogrado Isaac Peral y, sin embargo, la realidad era bastante diferente porque detrás de todo aquello se encontraba un joven ingeniero español del que apenas se conocía nada y que, muy pronto, cayó en el olvido.
Muchos nombres para un mismo personaje
Ha tenido que pasar casi un siglo para que la figura del ignoto ingeniero empiece a brillar de nuevo. La gran cantidad de nombres por los que Equevilley ha sido conocido, rivalizan con las naciones a las que se ha atribuido su nacionalidad. La mayoría comentaba que era francés, otros que austriaco o prusiano, pero sólo mucho después se difundió su origen español. En efecto, atendiendo a obra de Diego Quevedo, junto a otros autores, titulada “Los desconocidos precursores españoles de la navegación submarina” (2013), nunca suficientemente ponderada, queda iluminada de una vez el asunto del origen de nuestro protagonista. Nacido en el verano de 1873, en Viena, Raimundo Lorenzo de Equevilley Montjustín fue el hijo menor de Victor Vicente de Equevilley Montjustín, marqués de Equevilley. A lo largo de su vida, cuando aparece citado en la prensa europea, su nombre fue escrito de múltiples maneras, casi siempre con un toque francés, al modo Raymond-Laurend d´Equevilley, por lo que fue considerado como francés por muchos.
El padre de Raimundo procedía de la aristocracia del Franco-Condado y había combatido del lado de los isabelinos en la Primera Guerra Carlista, participando en las batallas de Mendigorría y de Barbastro, lo que le hizo merecedor de la Cruz de San Fernando. Miembro del Ejército Español, pasó de ser Alférez de Caballería en 1838 a Capitán de Milicias Provinciales en 1843 (con el tiempo llegó a ser Coronel y, por sus méritos, le fue concedida la ciudadanía española, lo que no deja dudas de la nacionalidad de su futuro hijo, nuestro ingeniero de submarinos). El caso es que el tal Victor Vicente vivió una existencia llena de aventuras y acciones militares que le valieron diversos reconocimientos (por ejemplo, en 1879 obtuvo el título nobiliario de Marqués de Equevilley). Licenciado del ejército, pasó a ser en 1869 Cónsul de España en los Ducados del Danubio. Al poco nació su hijo Raimundo Lorenzo quien, pese a haber venido al mundo en Viena, tuvo la nacionalidad española desde el primer momento.
Raimundo demostró ser un joven con gran genio para las ciencias desde muy temprano. Por mediación del Embajador de España en Francia logró estudiar ingeniería en París, el centro del conocimiento de su tiempo, para terminar convirtiéndose en un cotizado ingeniero naval. Fue por entonces, cuando el siglo XIX estaba a punto de finalizar, cuando el joven ingeniero sintió fascinación por los submarinos, pasando a colaborar con el ingeniero naval francés Máxime Laubeuf que estaba construyendo el sumergible Narval. La cuestión del arma submarina flotaba en el ambiente, pues en muchas naciones se percibía como la única forma de combatir al poderío naval británico. De aquella pasión por parte de Equevilley nació en 1901 un libro divulgativo sobre el tema y un proyecto de nuevo submarino que presentó en Francia y que fue rechazado. En su libro, Raimundo describe con detalle los submarinos de su tiempo y elogia la figura de Isaac Peral, lamentando la pérdida que supuso para España no haber cultivado de forma adecuada aquel proyecto submarino.
Fue entonces cuando le llegó la oportunidad laboral de su vida, estableciéndose en Kiel, capital naval del Imperio Alemán. Al principio tampoco logró que sus ideas sobre naves submarinas tuvieran mucho eco, allá lo que predominaba era la construcción de buques de guerra convencionales pensando en rivalizar con los británicos en su propio terreno, hasta que el magnate de la industria del acero Friedrich Krupp se cruzó en su camino. El empresario había comprado en 1882 el astillero Germania de Kiel, y estaba decidido a financiar él mismo el desarrollo de nuevos submarinos, incluso a pesar de que no había logrado despertar el interés de su gobierno.
Nuestro ingeniero consigue así un empleo en el proyecto secreto de Krupp para diseñar un nuevo tipo de submarino avanzado. La primera nave experimental nacida de aquel encargo, que vio la luz en 1903, contaba con 13 metros de eslora y propulsión eléctrica, así como con lanzatorpedos experimentales y un desempeño realmente limitado pero que fue mejorando con el paso del tiempo y las diversas pruebas a las que fue sometido. Fue llamado como Forelle (trucha en alemán) y levantó tanto interés que incluso fue visitado en el astillero por el Emperador Guillermo II, y eso a pesar de que hasta entonces no parecía haber ningún tipo de interés oficial en ese tipo de buques. El Forelle cambió aquella opinión, aunque costó tiempo, y el Imperio Alemán se percató de que con naves mejoradas de aquel tipo sí podrían hacer frente al poderío británico. El cambio de parecer fue impulsado por el encargo comercial que llegó en 1904 de Rusia, que deseaba hacerse con submarinos modernos, bajo la supervisión del ingeniero español, para su lucha contra Japón. El encargo fue tan importante que Krupp decidió enviar en el mismo encargo al submarino Forelle a los rusos, que lo incorporaron a la que es considerada como la primera flotilla de submarinos operativa de la historia, con naves de diversas procedencias.
El nuevo diseño creado por De Equevilley para los rusos, unas naves conocidas como tipo “E” por los alemanes (clase Karp), era lo más avanzado visto hasta entonces en materia de submarinos, con casi 40 metros de eslora, doble casco con disposición avanzada y motores de queroseno para navegación en superficie (más adelante emplearon novísimos motores diésel) y eléctricos para navegación submarina, toda una maravilla de su tiempo. El éxito del encargo ruso hizo que las reticencias oficiales alemanas se diluyeran y se plantearan a su vez crear una flota propia de submarinos. Fue así como el ingeniero español recibió el encargo de diseñar el primer Unterseeboot, el U1, con más de 42 metros de eslora. Aquella nave supuso el primer paso en la creación de la flota de submarinos alemana y, aunque pronto fue superada por modelos mejorados, es considerada la precursora de todos ellos.
Curiosamente, al ser español y su familia de origen francés, nuestro ingeniero siempre tuvo problemas de confianza con sus superiores, sobre todo con los militares, por lo que algunos años antes del comienzo de la Gran Guerra, en 1907, se ve obligado a abandonar su trabajo en Kiel. Incluso tras haber trabajado en diseño de los modelos U3 y U4, decidieron prescindir de él por ser extranjero. Había puesto la semilla de los submarinos modernos, pero algo tan impresionante no mereció apenas reconocimiento. Los siguientes meses De Equevilley patentó nuevos sistemas de propulsión submarina y de navegación (esas patentes se pueden consultar en el Archivo Histórico de Patentes de Madrid).
Un avión de extrañas formas
A pesar del gran logro de ser el diseñador de los primeros submarinos modernos alemanes, el español De Equevilley apenas es recordado por ello. Sin embargo, si se busca su nombre en enciclopedias de historia de la técnica, aparecerá siempre, mencionado como francés en la mayor parte de las ocasiones, asociado a un proyecto que llevó a cabo hacia 1910 sobre una máquina volante. Las imágenes de ese “avión” son hoy una de las escasas muestras visuales que nos han llegado de su trabajo en este otro campo naciente de la tecnología que también le llamó la atención: las naves volantes.
El avión de don Raimundo, construido en Francia, era un multiplano de extraño aspecto con formas elípticas que llama la atención al verlo (también desarrolló un modelo completamente circular). Dotado de un pequeño motor de gasolina y de materiales avanzados para su tiempo, como el uso de estructura de tubos de acero, nunca levantó el vuelo. Es curioso que el ingeniero naval de submarinos más celebrado de su tiempo sea recordado hoy día casi exclusivamente por esa imagen de un avión extravagante y nada práctico.
Y, es triste, sobre todo porque la pista de este ingeniero se pierde en la Primera Guerra Mundial. Cuando Raimundo abandona Alemania, es considerado allí poco menos que alguien indeseable (no se podría gritar a los cuatro vientos que el padre de su flota submarina era extranjero). En Francia, a pesar de que solicita la ciudadanía francesa y decide entrar en el ejército de ese país, es repudiado por el trabajo llevado a cabo en Alemania años antes. Los británicos lo consideraban casi un criminal por haber creado los submarinos que estaban destruyendo su flota y, en España, nadie le hacía caso, a pesar de que sus patentes más novedosas las registró en Madrid con la esperanza de que la Armada las tomara en cuenta. Al final, desaparece de la Historia sin hacer ruido y se desconoce qué pudo ser de este genio olvidado (algunas fuentes afirman que falleció en septiembre de 1925).
Las patentes de don Raimundo
Un repaso a las patentes españolas otorgadas a don Raimundo Lorenzo de Equevilley Montjustín nos descubre a un osado ingeniero especializado en el diseño de submarinos de vanguardia para su tiempo. De las catorce patentes de De Equevilley conservadas en el Archivo Histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas, concedidas entre 1907 y 1909, todas corresponden a tecnología aplicable a naves submarinas (en otros países, como Estados Unidos o Gran Bretaña también patentó, además de aplicaciones de navegación submarina, sus propuestas sobre aviones multiplano).
Las descripciones de esas patentes nos muestran el vivo interés de don Raimundo por mejorar el diseño de todos los componentes de un submarino. Así, podemos encontrar diseños desde ingenios para nuevos tipos de motores, como por ejemplo su “procedimiento de funcionamiento de las máquinas de vapor, cuyo vapor motriz está producido en una caldera de sosa, y máquinas de vapor para realizar este procedimiento (patente 44913)”, hasta patentes de sistema de lastre: “barco submarino de compartimentos en los cuales se puede hacer entrar agua y de los cuales se la puede expulsar (patente 43088)”, e incluso sistemas de control de navegación: “un sistema para gobernar los buques submarinos en el estado de inmersión (41238)” y de utillaje: “un pozo de entrada para barcos submarinos provisto de chupetas de cierre en sus extremidades superior e inferior (patente 42972).”
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