En ese año el biólogo William Beebe a través de una esfera de acero de metro y medio de diámetro con una ventana de cuarzo grueso, sujeta a un cable de acero y cerrada con diez tornillos pesados, fue el primer hombre en descender a las profundidades y observar a los seres abisales en su hábitat.
La esfera de acero se sumergió 32 veces (dos veces alrededor del golfo de Méjico) llegando a una profundidad de 805 metros.
Tras el éxito de Beebe se provaron diferentes modelos de maquinas para poder bajar al fondo marino, pero en 1948 August Picard creó la más efectiva de todas, una máquina basada en la estructura del globo de altura con el que llegaría a los 4.000 metros de profundidad en el Atlántico.
En 1964, del Woods Hole Oceanographic Institute de Estados Unidos, salió el Alvin, una esfera de dos metros de diámetro con capacidad para un piloto y dos viajeros. Con el Alvin se podía viajar a tanta profundidad como con el Triestre pero además tenía una magnífica movilidad, por ello en poco tiempo se convirtió en la mejor herramienta para las exploraciones oceánicas.
En 1876, el HMS Challenger, un barco inglés dirigido por Wyville Thompson, marcó el nacimiento de la biología abisal. El Challenger lógicamente no se sumergía sino que era el encargado de la recogida de muestras con redes y otros mecanismos, complementándolo con sistemas electrónicos y acústicos. La operación del Challenger finalizó con 4000 nuevas especies.
Nacho Padró
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