11 noviembre 2017

Cosme García y el primer submarino español

Hace pocos días que tuvo lugar en Alicante la prueba del aparato buzo inventado por D. Cosme García. El inventor, con uno de sus hijos, se introdujo en el aparato. Desde el interior de este, lo sumergió sin auxilio ninguno al mayor fondo que se conoce en este puerto, y permaneció sumergido y completamente incomunicado con el exterior por espacio de tres cuartos de hora precisamente. Durante este tiempo se movió en todas direcciones, quedando entre dos aguas, haciéndose visible a la superficie varias veces para dar señales de que ninguna novedad ocurría. Según parece, los que presenciaron la prueba quedaron satisfechos de ella.
La Época, edición del martes 14 de agosto de 1860.
imgCosme García no inventó el submarino, ni mucho menos, pero en la historia de los orígenes de la tecnología capaz de navegar bajo las aguas merece ocupar un lugar no precisamente nimio. Si bien en la historia mundial no queda claro a quién considerar como “inventor” de las naves submarinas, pues padres aparecen en diversas épocas y lugares, en el caso español suele afirmarse que fue este inventor riojano quien llevó a la práctica al primer submarino visto en tierras o, mejor dicho, en aguas ibéricas.
En realidad, como en tantos otros ámbitos, el inefable Jerónimo de Ayanz se adelantó a sus futuros émulos, pues el 6 de agosto de 1602 realizó con éxito una prueba de inmersión de su sistema de buzo en el Río Pisuerga, a su paso por Valladolid, ante Felipe III. Ahora bien, más allá de buzos y otras técnicas que permitirían sumergirse a personas adecuadamente ataviadas, fue Cosme García quien pensó en ir más allá y tuvo la audacia de construir una verdadera nave capaz de realizar inmersiones. Más tarde Monturiol o Peral harían entrar a la ingeniería española en la historia submarina con mayúsculas, pero todo comenzó con un humilde y obstinado aventurero.
Caído en el olvido
Como en tantas ocasiones, la figura de Cosme García ha caído prácticamente en el olvido aunque, eso sí, no le han faltado ciertos homenajes. Ahí quede, por ejemplo, el haber dado nombre a un instituto de bachillerato en La Rioja o, también, el privilegio de bautizar a dos submarinos de la Armada Española, uno en 1917 y otro, el remozado USS Bang cedido por los Estados Unidos, en 1972, llevó orgulloso el nombre de S-34 Cosme García.
Cosme nació en Logroño, curiosamente lugar alejado de los puertos de mar, en 1818 y desde muy temprano mostró gran pasión por lo mecánico. A los artilugios que realizaba con sus propias manos desde niño se unieron los encargos que le llegaron de multitud de industrias y talleres. Trabajó además como militar, su labor a la hora de mejorar armas era prodigiosa a decir de sus contemporáneos y no debe extrañar por ello que también fuera un gran cazador. Por alguna razón, de entre todos los campos de la ingeniería que pudo haber elegido para retar a su propio ingenio, decidió que sería apasionante construir un barco capaz de navegar bajo las aguas. En 1859 logró un privilegio de invención donde describía un primitivo submarino, lo que le convierte en uno de los más adelantados pioneros de este tipo de naves en la historia.
Sí, ya tenía en mente un submarino, los planos, los cálculos, pero no se iba a quedar en imitar a Leonardo da Vinci limitándose a especular, decidió pasar a la acción. Durante años trabajó como funcionario público en Madrid, tiempo en el que se dedicó con pasión a mantener y perfeccionar uno de sus inventos. Se trataba de una máquina fechadora de sellos, un artilugio automático adelantado a su época. Quien piense que se trataba de un soñador que únicamente se dedicaba a su arte inventivo se equivoca por completo. Cosme era todo un personaje, digno de una película de acción de lo más trepidante. Entre invento e invento, osado y hasta temerario, organizó todo tipo de líos empresariales y, cómo no, de faldas. Vivió rápido y falleció prematuramente a los 56 años de edad, pobre y triste ante la falta de interés hacia su submarino pero, años antes de abandonar este mundo, probó su invento, no podía dejar de hacerlo y peleó cuanto pudo para conseguir los recursos necesarios para dar vida a su máquina.
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El experimento de Alicante
Sucedió en el verano de 1860. Con el dinero ganado con sus primeros inventos, como un sistema de impresión tipográfica y la genial máquina de timbre en tinta, con la que logró un contrato de explotación de larga duración por parte de Correos, el inventor convino en que ya había logrado suficientes recursos como para lanzarse al agua. A la vez que patentaba diversos tipos de armas de fuego, buscando un ideal sistema de repetición, iba perfeccionando su submarino. Dos fueron las naves que construyó, siendo el primero de ellos poco más que un cilindro de metal con unos tres metros de eslora que podía sumergirse gracias a la inundación de varios depósitos adosados al casco. Se impulsaba con remos, lo que le daba al conjunto un aspecto de extraña barca muy poco atractiva. La prueba realizada en Barcelona hacia 1858 con el cacharro cilíndrico no marchó muy bien, pero sólo se trató del primer intento.
Aprendiendo de los errores, Cosme mandó construir a la Maquinista Terrestre y Marítima de Barcelona, empresa que igualmente había dado forma al primer ingenio, un submarino más avanzado. Así, el aparato-buzo, tal y como Cosme lo llamaba, surcó las aguas del puerto de Alicante dotado de ingeniosos artilugios. Por ejemplo, el navío de casi seis metros de eslora era hermético, contaba con timones y sistemas de lastre capaces de ofrecer una maniobrabilidad considerable. La ley de Privilegios exigía que aquello que fuera presentado para conseguir una de aquellas primitivas patentes debía probarse en el mundo real antes de lograr el codiciado documento. Ante notario, la nave de Cosme consiguió superar la prueba, pero no pasó de ahí. Nadie hizo caso de tan extraña aventura y el submarino terminó por ser hundido ante la falta de interés del ejército o el gobierno, un triste final que, por desgracia, se repite de forma reiterada en estas tierras.
Recordando a Cosme
Mucho después de su muerte, cuando ya casi nadie recordaba el experimento de Alicante, hubo quien quiso recuperar su figura del olvido, aunque no logró grandes frutos. A modo de ejemplo, léanse estas elogiosas frases de Eduardo Andicoberry en la edición del 15 de agosto de 1916 de La Ilustración Española y Americana:
…hasta ahora, para la creencia del vulgo, era Peral el precursor en España de la navegación submarina. Los más ilustrados sabían que Narciso Monturiol, el inmortal gerundense, realizó las pruebas oficiales de su barco-pez, Ictíneo, el día 7 de marzo de 1861, y le atribuían la gloria de ser el primero que llevara felizmente a cabo los ensayos de naves sumergibles. En tanto, el verdadero precursor, don Cosme García Sáez, permanecía en el olvido sin que, ni aun en su propia cuna –Logroño–, perpetuase su gloriosa memoria el simple rótulo de una calle. (…) No era don Cosme un iluso ni un indocumentado.
Dedicado toda la vida a los estudios mecánicos, un día, presintiendo el gran papel que en los combates podrían desarrollar los submarinos, dio en el propósito de resolver tan magno problema. Para ello no pidió protección ni auxilio alguno al Estado, temeroso sin duda de que su afán patriótico se interpretara torcidamente. (…) [En Alicante] el aparato permaneció en el fondo del mar sin tubo, cuerda ni nada que le comunicase con la atmósfera, empleando en las pruebas de cuarenta y dos a cuarenta y cinco minutos. Se hizo visible varias veces entre dos aguas; permaneció en otras ocasiones inmóvil; evolucionó en direcciones diferentes; navegó a diversas velocidades y ejecutó virajes complejos sin ningún auxilio ni agente exterior. Después subió a la superficie y, abierta la escotilla, aparecieron el inventor y su hijo sin muestra de fatiga, manifestando a los concurrentes que podían haber permanecido bajo el agua mucho más tiempo, pero que no lo hicieron para evitarles zozobra respecto a su seguridad personal. (…) Relatar las amarguras que don Cosme García sufriera sería prolijo. Baste saber que no sólo no halló facilidad alguna para dar cima a sus patrióticos planes de defensa nacional, sino que ni siquiera obtuvo remuneración por los muchos sacrificios pecuniarios que su invento le costara. (…) Cansado de luchar contra la estultez, don Cosme moría en 1874, llevándose al sepulcro la visión dolorosa de una España decadente, ingrata e ignorante. Su hijo, don Juan García Porres, continuador de la magna obra de su padre, ha sido también víctima de la impresión y desdén de nuestros hombres de Estado, y cuantas veces llamó a las puertas oficiales, las encontró cerradas a todo espíritu innovador.
Cuando la declaración de guerra de los Estados Unidos, ofreció al Ministerio de Marina datos, planos y sus servicios personales para la construcción, en un plazo brevísimo, de un submarino pequeño, pero suficiente para sorprender a la escuadra enemiga e inutilizar sus buques. La comisión técnica, luego de escuchar toda clase de explicaciones y de examinar los planos, en un informe cuya copia poseemos, dijo que sólo en algún caso en extremo excepcional podría ser considerada la embarcación como arma de guerra, y que, restringida su eficacia a casos, sino imposibles en remotos extremos, no procedía someterla a nuevos ensayos. (…) Don Cosme García no tuvo solamente para con la Patria los méritos de ser precursor de la navegación submarina, que otro invento, también muy notable, se debe a su inteligencia. Fue éste la construcción de la primera arma de fuego con sistema de aguja cargada por la recámara con cartuchos de papel. Se hicieron experimentos en 1855, pero la comisión técnica desechó el modelo por estimar peligroso que estuvieran reunidos en el cartucho la pólvora y el fulminante. En 1861 emprendió nuevos estudios de armas de fuego, y después de probar modelos diferentes construyó una carabina que, según informe de la Junta Superior facultativa del Cuerpo de Artillería (…) hizo 3.687 disparos, y de ellos 3.071 sin limpiarla, a pesar de lo cual no experimentó la alteración más leve en su mecanismo obturador y sin que hubiera el menor vestigio de escape de gases. En vista de tan favorable dictamen, el Gobierno mandó construir 500 carabinas en la fábrica de Oviedo. (…) Las circunstancias que entonces atravesaba la política española impidieron a don Cosme García proseguir negociaciones con los gobiernos, y tanto este invento como el otro quedaron abandonados.

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