11 octubre 2019

La verdadera película del K-19

SIETE supervivientes del submarino nuclear ruso accidentado en 1961 frente a EEUU desmontan las mentiras del filme de Harrison Ford. «Nunca pedimos ayuda a los norteamericanos»


 El frigorífico de Yuri Fiodorovich Mujin irrumpe como un fantasma en medio del oscuro pasillo de su apartamento peterburgués. Un gato anaranjado supervisa el encuentro de su amo con el extranjero.Las patillas nevadas del fornido anfitrión, sus ojos azules y el ancla que lleva tatuado en el dorso de su mano derecha lo elevan a la categoría de personaje de cómic. Con paso ágil, Mujin conduce a CRÓNICA hasta su camarote, una habitación de 10 metros cuadrados donde esperan seis camaradas.

Son supervivientes del K-19, testigos vivos de la historia que ha inmortalizado Hollywood. A las cuatro de la mañana del 4 de julio de 1961 sus destinos y el de otros 132 tripulantes quedaron enfrascados bajo el mar cuando una avería en el reactor del submarino convirtió la nave en una bomba de relojería frente a las costas de EEUU. Mujin navegaba con el rango de comandante del segundo sector de torpedos. Tenía 30 años. El resto no llegaba a los 25.

La pesadilla comenzó cuando se averió el sistema de refrigeración del reactor. El capitán del submarino Nikolai Zateyev (Harrison Ford en la pantalla) tuvo que sacrificar la vida de ocho de sus hombres, los que repararon la avería y se enfrentaron de lleno a la fuga radioactiva. Así salvó la vida del resto y evitó un Chernóbil bajo el mar que EEUU habría interpretado en clave de agresión nuclear. «A los marinos del sexto sector les dijo: "Ustedes ya saben a lo que van". Ellos respondieron que sí, y tomaron la decisión de participar. Cuatro brigadas se turnaban para soldar en lapsos de 10 minutos», narra Mujin.

Tres peceras iluminadas se abren como ojos de buey en las paredes del recargado habitáculo, donde un ejército de figuritas orientales se entremezcla en las estanterías con maquetas de barcos o timones en miniatura. Dos alfombras de lana tejidas por Mujin cubren la pared, de la que cuelga una escopeta del siglo XIX. El capitán Zateyev solía reunirse en este mismo salón con Mujin y sus antiguos subordinados. Hace tres años falleció en Moscú.

LA FOTO DEL CAPITÁN
Una fotografía en blanco y negro del propio Zateyev preside la mesa. Mujin, de 72 años, es el decano de todos ellos y su apartamento es punto de encuentro habitual de los ex marinos, a quienes la tragedia unió de por vida. «Somos la única tripulación en el mundo que mantiene relaciones después de 40 años», dice con voz cavernosa Alexander Pierstieniov, 64 años, ex jefe del equipo de preparación y lanzamiento de misiles en el K-19.

Tras el accidente todos tuvieron que dejar la flota. Mujin dio clases en el instituto de mecánica en la cátedra militar y muchos fueron reciclados para supervisar la producción de submarinos como representantes del Ejército. Ninguno siente rencor hacia al régimen soviético, hacia los jerarcas del Kremlin que les obligaron a mantener la boca cerrada durante 25 años. Sólo a partir de 1989, su historia salió a flote y en 1993 empezaron a cobrar pensiones por invalidez. En mayor o menor grado todos padecen los efectos de la radiactividad. «Entonces se desconocía qué dosis de radiación eran mortales. A través de nuestra experiencia hemos permitido a los médicos determinar esos niveles y diseñar los tratamientos», relata Pierstieniov. «El servicio es el servicio», concluye.

Entre la pensión militar y las ayudas por enfermedad, cada uno recibe al mes en torno a los 109 euros, además de la posibilidad de asistir gratis a un balneario una vez al año. Mujin puede sentirse afortunado. Pensionista desde 1980, ganó un litigio judicial contra el Ejército y ahora percibe 225 euros mensuales por invalidez. Por rodar la historia de sus vidas en 20 días, Harrison Ford ha cobrado 25 millones de euros. La distribuidora del filme en Rusia les ha prometido un 1% de los ingresos de taquilla, pero prefieren no frotarse las manos.

La película ha removido recuerdos estancados y ha sacado emociones a la superficie. Encajados en las butacas del teatro Mariinski, donde hace siete días se proyectó el filme en preestreno, los cerca de 90 supervivientes revivieron su último viaje en el K-19 y sortearon entre llantos y resoplidos el maremoto de fotogramas orquestado por la directora Kathryn Bigelow. Pese a los constantes fallos de guión, los marinos aseguran que la interpretación de Ford les tocó la fibra sensible. «Me tuve que tomar una pastilla para el corazón durante la película», reconoce Mujin apoyado en la mesa del salón. «Desde que me dio el infarto cerebral me he vuelto un poco llorón», dice emocionado.

Uno de los momentos más espeluznantes cuenta cómo los voluntarios salen del reactor vomitando bilis y con la cara cubierta de horribles pústulas y quemaduras. «Les sacaban del sector en brazos. Estaban rojos y se mareaban. Pero en ese momento no sabíamos a qué se debía el enrojecimiento: si era por la radiactivad o por las altas temperatura. Allí dentro siempre hacía mucho calor y vestíamos camisetas de manga corta», cuenta Pierstieniov. Sus ojillos rasgados, vivaces, sólo naufragan cuando recuerda cómo luchaban por vencer el pánico. «En soledad uno puede sentir miedo, pero cuando te miran tus compañeros y tienen sus esperanzas puestas en ti, tu temor les puede hacer daño».

Pese al sugestivo despliegue de efectos visuales y sonoros, los verdaderos héroes no acaban de encontrarse en la pantalla. Y no sólo porque cambiaran sus nombres. Ya el título les produce risa. «¿Cómo pueden titularla K-19, la fábrica de viudas cuando la mayoría apenas teníamos 20 años y estábamos solteros?», se jacta Mujin.

«No me gusta la escena en la que los marinos corren mucho de un sector a otro y reina el pánico y la desorganización. En un submarino esto no ocurre. Cuando se dio la alarma, cada uno estaba en su puesto y no había ningún barullo», comenta indignado Leonid Sologub, jefe del sistema eléctrico de los primeros cinco compartimentos del K-19. «En la película se pasan los torpedos de mano en mano como si fueran de juguete y el ayudante riñe con el capitán.Al capitán no se le podía discutir nada», añade Sologub.

«En la flota soviética y rusa es inconcebible que el capitán le ordene a su ayudante acudir al sector para aclarar la avería y éste se niegue a cumplir la orden», corrobora Vadim Sergueyev, jefe del sistema electrónico de navegación del K-19. «Cuando se declara la avería, el jefe del sector saca de una caja fuerte las instrucciones y empieza a leerlas. Eso no era así. Antes de zarpar ya están grabadas en su cabeza», replica Kuzmin con estupor.

LOS SECRETOS
A Sergueyev le resulta familiar la atmósfera opresiva que reina en la escena del Tribunal de Guerra contra Zateyev. Sabe de lo que habla porque tras el accidente perdió uno de los documentos secretos que estaban bajo su cargo, lo que atrajo la atención de KGB. «Si no lo hubieran encontrado a tiempo ahora no estaría sentado aquí hablando con usted», afirma sereno.

La presencia de cadenas y candados en torno al reactor o la puesta en marcha de las turbinas cuando la nave está en un dique seco son algunos de los errores técnicos que los ex marinos no pasaron por alto. «El capitán ordena al oficial de radares comunicarse con los americanos y pedir ayuda. Eso nunca pasó. Alrededor no había helicópteros, ni barcos norteamericanos. Nos plantamos en sus narices y no nos detectaron. Y ahora intentan justificarse», proclama Mujin sin poder contener su acceso de furia.

Para completar el rosario de quejas, Pierstieniov recuerda cómo, en el filme, los marinos rusos se burlan de los pilotos de un helicóptero norteamericano. «Mi cultura de marino no me permitiría jamás bajarme los pantalones en el casco del submarino como hacen en la película».

Los siete optan por salvar a Harrison Ford del naufragio. «Por la manera de moverse, por sus diálogos, se asemeja mucho a Zateyev.Hasta se parecen físicamente», comenta Mujin. Aunque le dan un aprobado raspado a la película, los supervivientes no se pueden quejar, ya que la primera versión (que ellos mismos corrigieron) les dejaba peor parados. «Los oficiales golpeaban a los marinos, robaban naranjas, uno estaba sentado en el reactor y bebía vodka, y todos decían tacos», cuenta Kuzmin, convencido de que falta mucho para que la Guerra Fría se derrita en Hollywood.

De pie, de izda. a dcha.: Boris Kuzmin,
jefe del sistema eléctrico del K-19;
 Alexander Pierstieniov, jefe de
 lanzamiento de misiles y Leonid Sologub,
jefe del sistema eléctrico de cinco sectores.
 Sentados, de izda. a dcha.: Vladimir
Kondratov, instructor y  operador de misiles
; Vadim Sergueyev,  jefe del sistema electrónico;
 Alexei Troitski, codificador, y  Yuri
Mujin, comandante del 2º sector de misiles.
DANIEL UTRILLA. San Petersburgo
Domingo 13 de octubre de 2002 - Número 365
TESTIMONIO | VIVIR PARA CONTARLO

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