A las 8:51 del 12 de agosto de 2000, los tripulantes del submarino ruso Kursk, desplazado en el mar de Barents, en el Océano Ártico, emitieron su última comunicación: "Listos para disparar torpedos". Desde hacía dos días, la nave, con 112 tripulantes a bordo —44 oficiales y 68 marineros—, permanecía desplegada en la zona como parte de unas maniobras rutinarias con prácticas de lanzamiento de proyectiles submarinos. Poco antes de las 11.30 de aquella mañana, cuando el comandante Gennady Lyachin calculaba la geometría final y el momento preciso de los disparos, un torpedo HTP en mal estado explotó en una enorme bola de fuego, reventando la proa del submarino. Dos minutos después, una segunda explosión provocadapor el aumento de temperatura del resto de torpedos —casi 250 veces mayor que la primera— destrozó los cuatro compartimentos delanteros y provocó un seísmo de 3,5 en la escala Richter. Los restos del submarino destrozado e inundado fondearon a apenas 100 metros de profundidad. Y en popa, en el noveno compartimento, detrás del muro protector de los reactores, 23 hombres sobrevivieron a las detonaciones sin comunicaciones ni calefacción ni ventilación ni luces —salvo las de emergencia— ni contacto con el exterior.
En la oscuridad del compartimento que empezaba a anegarse, el tripulante Dmitri Kolesnikov redactó varias cartas: "Estoy escribiendo esto a ciegas. Toda la tripulación del sexto, séptimo y octavo compartimento nos metimos en el noveno. Aquí estamos 23 personas. Tomamos la decisión como resultado del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie". Otra, privada, a su mujer embarazada y a su hijo pequeño. Su compañero, el comandante Rashid Aryapov, también escribió una misiva: "Nos encontramos mal… estamos débiles por culpa del monóxido de carbono provocado por el fuego. La presión en el compartimento crece… Si intentamos nadar hasta la superficie no sobreviviremos a la descompresión. No creo que duremos más de un día".
Dieciocho años después del "desastre naval más humillante para Rusia desde la Segunda Guerra Mundial", el danés Thomas Vinterberg lleva al cine 'Kursk', el relato de la angustiosa misión de rescate del submarinoen una adaptación del libro homónimo escrito por el periodista de investigación Robert Moore, antiguo corresponsal de la agencia británica ITN en Rusia. Un film dramático que se estrena el próximo 5 de diciembre y ha embarcado en el mismo proyecto a uno de los padres del manifiesto Dogma 95 —que prohibía rodar en 'sets', utilizar efectos especiales, mostrar armamento, jugar con el tiempo y el espacio, entre otras cosas— y a Luc Besson en el papel de productor ejecutivo, uno de los directores europeos que más ha imitado el estilo de cine 'made in Hollywood'. Las películas también hacen extraños compañeros de cama.
El hundimiento del Kursk es la analogía perfecta del desplome de una nación. Menos de una década después de la caída de la Unión Soviética, Rusia se enfrentaba a una crisis económica y de Gobierno con la dimisión de Boris Yeltsin en la Nochevieja de 1999. El desastre del submarino estrella de la flota rusa, al que habían calificado como imposible de hundir, fue la consecuencia fatal del colapso del comunismo, la cleptocracia de la era Yeltsin, el desgaste del aparato militar soviético y la desconfianza hacia los países de Europa Occidental por parte del Gobierno ruso. "Había mucha pobreza. De hecho, en ese momento más que nunca", explica Vinterberg. "Creo que tendría que haber incidido más incluso en ese aspecto en la película. Había tanta pobreza que a veces los trenes públicos paraban en medio del trayecto para que la gente pudiese correr hasta los campos colindantes con las vías para recolectar setas para llevárselas a casa y cocinarlas. No había comida. Y ni siquiera la marina tenía recursos".
Había tanta pobreza que a veces los trenes públicos paraban en medio del trayecto para que la gente pudiese recoger setas al lado de las vías
Los sueldos de los marineros pocas veces llegaban a tiempo o íntegramente. La flota naval soviética había mermado a su mínima expresión: algunos de los barcos y submarinos los habían vendido a potencias extranjeras, pero también a empresas privadas; otros estaban oxidándose en los puertos ante la falta de medios para su mantenimiento. Los tiempos de formación eran los mínimos para mantener la maquinaria en funcionamiento y las medidas de seguridad un lujo. Durante los días siguientes al accidente, la marina rusa descendió en varias ocasiones hasta la nave para rescatar a los supervivientes —que daban golpes en las paredes para indicar que seguían vivos—, pero el material estaba en tan mal estado que los intentos fueron infructuosos. "Es una ironía que los submarinos de rescate soviéticos que podían haber bajado hasta el Kursk los hubiesen vendido a Estados Unidos para que turistas ricos visitasen los restos del Titanic por 20.000 dólares cada uno. Es una ironía macabra. Es muy triste y cuenta en parte la brutalidad del capitalismo y el final de un imperio, el de la Unión Soviética, que tenía que caer, pero que acabó vendiendo como gangas sus principales recursos a los países capitalistas", continúa el director danés.
En el momento del hundimiento, Vladímir Putin, que acababa de ganar las elecciones apenas 100 días antes, estaba de vacaciones en Sochi. Tardó más de una semana en comparecer ante los medios y cuando le preguntaron en una entrevista en la CNN qué había pasado exactamente dentro del Kursk, el presidente ruso se zafó con un lacónico "Se hundió". Hasta el noveno día, el Gobierno ruso no aceptó la ayuda que le ofrecían Noruega y Reino Unido, que tuvieron que esperar a poca distancia del Kursk a que la marina rusa permitiese a la Royal Navy desplegar su sumergible de rescate LR5. "Probablemente alguien dentro de los altos mandos rusos, casi seguro perteneciente a la Flota del Norte, que prefirió rechazar la ayuda extranjera [...] a cambio de mantener el orgullo nacional y los secretos navales".
Vinterberg obvia el papel de Putin durante toda la película: siquiera se pronuncia su nombre. "Es que tengo a un grupo de rusos hostigándome a las puertas de casa", bromea. "No, ahora en serio. Fue una elección puramente artística. Sinceramente, yo no quería ver a un imitador de Putin en pantalla. Creo que hubiera desmerecido la película, la hubiese convertido en un producto de serie B. También he cambiado los nombres de los almirantes y de la tripulación. Es una ficción, inspirada en hechos reales, sí, pero una ficción, un drama, pero no es un documental sobre la vida de Putin. No sabemos en este sentido lo que pasó exactamente. No sabemos hasta qué punto participó. Creo que como él acababa de llegar a la Presidencia y como, además, estaba de vacaciones y había otros poderes fácticos más antiguos que venían desde el sistema soviético, hubo gente que tomó decisiones por él. Yo siquiera creo que fuese él quien tomó la decisión final".
Se suponía que esta época debía ser el comienzo de una sociedad libre en Rusia, pero se convirtió en el fin
'Kursk' divide su metraje entre el interior del submarino y el exterior, donde las familias en Murmansk esperan noticias sobre sus maridos, hijos, hermanos y padres ante el oscurantismo de las autoridades. La película reproduce incluso una rueda de prensa en el que, por primera vez, los familiares se rebelaron y acusaron a los altos cargos de ocultarles información. Y el Gobierno recurrió a tácticas que recordaban a tiempos sombríos. "En internet todavía hay colgados vídeos de ese momento desgarrador en el que se ve esta rueda de prensa —muy similar a la que nosotros hemos rodado— en la que las autoridades sedaron a traición a muchos de los familiares… ¡enfrente de las cámaras! Esta rueda de prensa es muy simbólica, porque se convirtió en la muerte de la prensa libre en Rusia. Se suponía que esta época debía ser el comienzo de una sociedad libre en Rusia, pero se convirtió en el fin; sólo hay que recordar que, desde entonces, muchos periodistas rusos han aparecido muertos".
Fueron los buceadores noruegos, apoyados por la Royal Navy, los primeros que abrieron la escotilla interior del Kursk. El lunes 21 de agosto, nueve días después del accidente, comprobaron que el noveno compartimento se había inundado. El Gobierno ruso adujo que los marineros no podían haber sobrevivido más de unas horas a partir de las explosiones. En su libro, Robert Moore contradice la versión oficial. "Inicialmente, los comandantes de la flota creían que la tripulación sólo había podido sobrevivir entre 18 y 24 horas. Pero las pruebas forenses rescatadas del submarino hundido sugieren que Dmitri Kolesnikov y sus compañeros sobrevivivieron al menos varios días, posiblemente hasta el miércoles o el jueves. El vicealmirante Vladislav Ilyin, que encabezó el gabinete de emergencia, está convenciado de que al menos sobrevivieron tres días".
"Los ochenta y seis tripulantes del submarino que no están enterrados en San Petersburgo descasan en cementerios repartidos por toda Rusia, mayoritariamente en las ciudades natales donde crecieron", explica Moore en su libro. "Las lápidas tienen fijada la fecha de la muerte como '12.08.2000', el día en que dos explosiones se extendieron a lo largo del submarino, matando a la mayoría de los que estaban a bordo en unos pocos minutos. Pero la inscripción para uno de los marineros, Dmitri Kolesnikov, es la excepción. No hay un acuerdo, sino una controversia considerable, sobre cuando murió, de manera que la fecha en su tumba lleva la sencilla inscripción de '08.2000', con el día exacto visiblemente ausente".
"Es el individuo contra el sistema, de nuevo, que es un tema recurrente en mi filmografía", explica Vinterberg sobre lo que le atrajo de la idea de llevar la historia del Kursk al cine, probablemente el proyecto de mayor envergadura de su carrera. "El guión me lo ofreció Matthias Schoenaerts [que comparte reparto con Colin Firth y Léa Seydoux], con quien ya había trabajado antes muy a gusto y que en 'Kursk' hace el papel principal. Al leerlo, pensar en el personaje de Matthias dentro del submarino, a oscuras, con frío, sin saber qué está pasando más allá de las paredes de su compartimento, me pareció demoledor. A nivel político era la oportunidad de que el antiguo bloque soviético y el antiguo bloque occidental de reencontrarse y cambiar el curso de la historia. La escena final, cuando el hijo de Mikhail rechaza darle la mano a las autoridades, es mi voz interior. Yo crecí en una comuna llena de socialistas, de socialistas desnudos. Esta indignación en contra de la autoridad es algo que he mamado desde pequeño. Esa desobediencia final es mi manera de animar a las generaciones más jóvenes a que se rebelen contra el sistema".
Marta Medina
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