El Océano Pacífico es grande, muy grande, inmenso. Sí, se encuentra salpicado por miles de pequeñas islas, pero con un buen mapa un submarino nuclear no debiera tener muchos problemas para surcar esas aguas de polo a polo o entre América y Asia. Seguramente eso pensaban los confiados tripulantes, y el capitán, de un submarino nuclear clase Los Ángeles que tuvo un susto de esos que hacen historia el 8 de enero de 2005. Los incidentes con submarinos no son raros, pero los que llegan a cierto nivel de daño son realmente muy escasos y en aquella jornada se bordeó el desastre.
El USS San Francisco (SSN-711), como orgulloso miembro de la flota submarina de ataque de los Estados Unidos, comparte con sus hermanos de la clase Los Ángeles diversas características impresionantes. Con una eslora de 110 metros, son capaces de desplazar en superficie más de 6.000 toneladas, armados hasta los dientes con torpedos, misiles Tomahawk, cabezas nucleares capaces de hacer desaparecer a un país en un suspiro y todo ello animado por un reactor nuclear que es capaz de hacer que la autonomía de uno de estos monstruos del mar se considere “ilimitada”. La tripulación, que ronda los 140 efectivos, sin duda forma parte de los equipos más preparados de entre las marinas de todo el planeta. Y, sin embargo, un simple mapa estuvo a punto de hacer saltar por los aires al USS San Francisco en la fecha citada, sin que ninguna señal de aviso alertara de la presencia de algún peligro. ¿Alguien imagina explotando en medio del Pacífico a este gran pez de metal con toda su carga nuclear? Naturalmente, las cabezas nucleares a buen seguro que se mantendrían estables, pero no creo que se pueda decir lo mismo de un reactor nuclear vertiendo su contenido en las aguas oceánicas.
La casualidad quiso que en un mismo lugar y momento se reunieran una serie de detalles que rara vez se ven juntos. Todo sucedió a casi 700 kilómetros al sureste de la isla de Guam, en unas aguas en las que, al menos a primera vista, no hay nada de nada. La nave viajaba sumergida a poco más de 160 metros de profundidad y, curioso detalle, por alguna razón nunca aclarada, el USS San Francisco navegaba a la máxima velocidad que, al menos en teoría, es capaz de alcanzar la nave, esto es, 35 nudos o 65 kilómetros por hora. Y, sin previo aviso, algo se colocó delante del submarino. No imagino el terror que se vivió dentro de la nave que, a toda máquina, chocó frontalmente con algo desconocido. Un marinero falleció al cabo de unas horas por las terribles heridas sufridas y muchos otros necesitaron asistencia médica. ¿Habían chocado contra otro submarino? ¿Qué fue aquello que se llevó por delante toda el “nariz” del submarino? La investigación se cerró con algunas reprimendas y poco más, porque no se encontró que ni el capitán ni nadie en la tripulación hubiera cometido una negligencia grave. Sencillamente, tal y como se pudo constatar al analizar los restos del choque, una montaña submarina que se encontraba donde en las cartas náuticas no se marcaba nada, o como mucho se había dibujado un ligero cambio en la coloración de las aguas superficiales, se colocó en el camino de un submarino nuclear que, casualidades de la vida, navegaba a velocidad máxima sin aparentemente ninguna razón para ello, encontrando sin desearlo la aguja en el inmenso pajar del gran océano Pacífico.
Más información sobre el incidente: MaritimeQuest – USS San Francisco Runs Aground off Guam.
Alejandro Polanco Masa
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