17 julio 2023

Flach, viaje al fondo de esta historia

 El gobierno financió la construcción de este experimento y colaboró con dos buques torpedos que fueron acondicionados por el alemán. Aquí viene el primer dato que muchos desconocen, no fue uno, sino dos submarinos los que se armaron en Valparaíso.

A raíz del interés que generó la historia del primer submarino chileno, Flach, relatada en estas páginas, quise sumergirme en esta tragedia y recabar más antecedentes que puedan saciar mi curiosidad y la de los lectores.

En primer lugar, hay que recordar que esto fue en el contexto de la guerra contra España. A fines de 1865, el alemán Karl Flach propuso al gobierno la construcción de una nave que pudiera hundirse, acercarse a otros barcos sin ser vista y disparar torpedos a corta distancia.

El gobierno financió la construcción de este experimento y colaboró con dos buques torpedos que fueron acondicionados por el alemán. Aquí viene el primer dato que muchos desconocen, no fue uno, sino dos submarinos los que se armaron en Valparaíso.

Según las crónicas de este diario: “Fondeados frente al muelle que más tarde había de llamarse Prat, eran la admiración del mundo entero y un estorbo para las faenas portuarias”. Otros manifestaban su preocupación de que las embarcaciones fuera tomada por el oleaje y lanzada contra el mismo muelle.

El 21 de abril de 1866 se llevó a cabo la primera prueba de navegabilidad en el mar con una de las naves. Tres horas en la bahía fueron suficientes para demostrar que, aunque lento, la nave flotaba. El problema ocurrió en la noche, cuando sin tripulantes, el mismo prototipo se fue a pique.

Sin embargo, quedaba un segundo submarino para la prueba oficial del lanzamiento de un torpedo. Ésta se hizo el 1 de mayo a las 14:30 en presencia de autoridades y de un público que estaba expectante. Un timonel, un maquinista y un torpedista fueron los encargados de hacer la prueba del lanzamiento que resultó todo un éxito. Una columna de agua se elevó a cinco metros de altura provocando el éxtasis del público que se imaginaba el efecto fatal que podría tener esta arma contra los barcos españoles.

Fue esa experiencia la que envalentó a Karl Flach a realizar una nueva prueba dos días después, aunque sin dar aviso a las autoridades. Ahí se embarcó junto a su hijo y diez amigos. Formaban parte de esta tripulación, además de Carl y su hijo Enrique Flach, sus compatriotas Valentín Bauum, Augusto Warmuth, Germain Schmith y Luis Grinecoieke. Los chilenos Adolfo Pulgar y Francisco Rodríguez y dos franceses de nombres desconocidos.

“Una vez que la gente abordó, se desamarró el aparato y empezó a navegar a impulsos de su maquinaria hasta llegar a la boya sur (…) En ese lugar, Flach dijo al práctico de la bahía, que lo acompañaba en bote, que procediera a cerrar las escotillas para sumergirse, pero sin designarle la dirección que tomaría”, decía la crónica de este diario.

El marinero a cargo del bote fue a buscar una cuerda a un barco cercano para amarrar al submarino y conocer su ubicación, pero cuando llegó, ya era demasiado tarde, había desaparecido. Luego de un par de días de búsqueda, un buzo aseguró haber dado con el submarino, pero por su enorme peso, no había forma de rescatarlo. El público pasó de la expectación a la tristeza.

Una hipótesis era que las pruebas se habían hecho a pocos metros de profundidad y no bajo la fuerte presión del fondo. Otra, que se les había corrido el lastre, lo que explica que se haya hundido tan rápido.

La prensa lamentaba la suerte de la esposa de Flach que, además de quedar viuda, perdió a su hijo. Algo similar sucedía con el chileno Pulgar: “Este infeliz -decía El Mercurio- era trabajador de Sres. Henderson y Cía., con lo que mantenía a su hermana y su padre enfermo”. Ahora quedaban desamparados por la muerte de su único apoyo.

Medio siglo después, cuando los submarinos marcaban el curso de la primera guerra mundial, las páginas de este diario volverían a recordar la hazaña de Flach: “Un hombre que tuvo la videncia del enorme poder reservado a las naves submarinas y pereció víctima de su valentía y de su amor a la ciencia”.

Publicada en El Mercurio de Valparaíso.

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