Cuando uno hace cumbre en el Everest, debe sentirse el rey del mundo. La nieve blanca, el aire puro, el cielo azul y todo el planeta bajo tus pies. El español Héctor Salvador tuvo este año una sensación parecida pero radicalmente diferente. Estuvo en el Everest del mar, en lo más profundo del océano. A 10.730 metros de profundidad, donde todo es negro, no hay luz y no hay una mínima posibilidad de rescate si algo sale mal.
Lo que sí tiene en común los puntos más alto y más bajo de la corteza terrestre es la huella humana. "Te parte el corazón ver basura en lugares tan remotos", cuenta a El Independiente este ingeniero aeroespacial nacido en Lugo en 1983 sobre sus viajes a las profundidades de los océanos.
Héctor Salvador ha estado en un lugar que apenas han visto unas pocas personas con sus ojos. En el Abismo de Challenger, como se conoce al punto más profundo conocido de los océanos. Está en la famosa Fosa de las Marianas, en el Pacífico, y tiene una profundidad de casi 11.000 metros. Para llegar, este español bajó durante más de cuatro horas en el batiscafo 36,000/2, diseñado por la empresa en la que trabaja, Triton Submarines.
Fueron cuatro horas viendo la oscuridad, sumergiéndose hacia la nada. O hacia el todo. "Es casi como descender a los infiernos del planeta, no puedes llegar más abajo en las entrañas de la Tierra que el fondo de la Fosa de las Marianas", indica en una entrevista con El Independiente en el marco de Sutus, la cumbre de turismo espacial y subacuática celebrada a finales de septiembre en Les Roches, Marbella.
Pregunta: ¿Cómo acaba un tipo de Lugo en el lugar más profundo que existe?
Respuesta: Yo siempre he dicho que en la vida solo te arrepientes de las oportunidades que no aprovechas. Siempre he soñado con la exploración y cuando eres pequeño siempre piensas que lo único que falta por explorar es el espacio. Por eso decidí estudiar aeronáutica y luego ingeniería aeroespacial en Holanda. Un día de casualidad conocí al hijo pequeño de Jacques Cousteau tomando una cerveza. Era instructor de buceo, me invitó a bucear y me enamoré del mundo submarino. A los tres meses encontré una oferta de trabajo para ser piloto de submarino. Mi novia me dijo que si estaba loco, pero fui el único que se apuntó y me contrataron. Llevo nueve años trabajando bajo el mar.
P: ¿Cómo ha evolucionado esta industria desde que entraste?
R: Los submarinos son cada vez más complejos. Cuando yo entré, la industria estaba en pañales. Nuestro récord era bajar a 100 metros y ahora llegamos hasta los 10.700: es una progresión de la tecnología y de la industria superrápida.
hay una presión de 1000 kilos por centímetro cuadrado, la temperatura es cercana a la congelación y hay ausencia completa de luz
P: ¿Cómo es el submarino en el que bajaste?
Hay una presión de 1000 kilos por centímetro cuadrado, la temperatura es cercana a la congelación y hay ausencia completa de luz
R: Nosotros somos el fabricante y mi trabajo es participar en el diseño, fabricación y ensayos de estos vehículos. En el que bajamos es una esfera de titanio que tiene una forma completamente esférica para que haya una distribución de los esfuerzos muy simétrica y nos ayude a soportar la tremenda presión que hay abajo. Tiene tres ojos de buey, capacidad para dos personas y la esfera va rodeada de unos bloques de espuma que le permite tener flotabilidad. Funciona como un globo aeroestático pero invertido. Lo que hacemos es llevar lastre para bajar y cuando queremos volver a subir soltamos el lastre.
P: ¿Cuánta gente ha bajado a esa profundidad?
R: A este punto del Abismo Challenger hemos bajado tres personas en toda la historia. A la Fosa de las Marianas habían bajado tres personas hasta 2018, pero desde la aparición de nuestros vehículos hemos bajado 22. Es algo muy significativo.
P: ¿Qué cuesta el submarino con el que bajó?
R: Cuesta 30 millones de dólares. Sin una referencia puede parecer mucho dinero, pero cualquier sumergible gubernamental que baja a la mitad, a 6.00oo metros, cuesta entre 200 y 300 millones de dólares. La industria privada puede hacer las cosas con más agilidad, en plazos más cortos y reducir los costes comparada con un proyecto estatal. En 1970 se realizó la primera inmersión a las Marianas en un sumergible de Gobierno de Estados Unidos y en 1961 Gagarin se convirtió en la primera persona en viajar al espacio. Sesenta años después estamos enviando gente a esos lugares en vehículos privados desarrollados por empresas privadas. Ya no son misiones gubernamentales de tan alto presupuesto. Se está empezando a popularizar el acceso a los límites de nuestro planeta, tanto hacia abajo como hacia arriba.
P: ¿Qué se tarda en llegar a semejante profundidad?
R: Es una caída libre. Empezamos la inmersión bombeando agua en unos compartimentos para hacerlo pesado y cuando dejamos de tener flotabilidad positiva empieza una caída libre en la columna de agua. Se desciende a 100 metros por minuto y a los tres minutos dejas de ver la luz del sol. Luego tienes cuatro horas y medio de descenso por la columna de agua, sin maniobrar. En ese tiempo mantienes la comunicación, vas triangulando posición y vas viendo el profundímetro cómo corre sin parar. Me pareció sobrecogedor que puedas caer durante cuatro horas y media. Ahí realmente te das cuenta del tamaño del océano, porque desde arriba es difícil visualizarlo. Somos muy pequeños y la complejidad de la superficie es muy sencilla comparada con la del planeta que está cubierta por agua.
P: Un ingeniero aeroespacial debería mirar hacia el espacio en vez de hacia el océano, ¿no?
R: El ser humano siempre ha querido ir al espacio, pero hay gran parte de la tierra que desconocemos. Ponemos el ojo demasiado fuera sin conocer lo nuestro. Cuando estudié aeronáutica, pensaba que lo que quedaba por explorar estaba hacia afuera, pero el 60 por ciento de nuestro planeta está cubierto por el agua y del fondo de los océanos solo conocemos entre el dos y el cinco por ciento. Queda muchísimo planeta por explorar y guarda muchos misterios. En cada inmersión estamos descubriendo de cuatro a cinco especies nuevas, encontrando formaciones geológicas, las fumarolas de donde se crea la nueva corteza. Además, los científicos de la misión están encontrando proteínas y sustancias que tiene aplicaciones farmacológicas inmediatas.
P: Océano o espacio, ¿con qué se queda?
R: Falta mucho por descubrir en el espacio y en el océano, pero la ventaja del océano es que forma parte de nuestro planeta y de nuestro ciclo de vida. Regula la temperatura del planeta, produce oxígeno, absorbe el dióxido de carbono y es la base de nuestra cadena alimenticia. Todo lo que descubramos en el océano tendrá un impacto directo en la calidad de la vida en tierra de una forma mucho más directa que lo podamos encontrar en Marte o Júpiter.
P: ¿Sintió como si hubiera coronado el Everest?
R: La sensación es la opuesta, de sentirte completamente solo, el único ser humano que estás a esa profundidad en el planeta, muy lejos de cualquier posibilidad de resctate. Tú y la máquina y nadie puede hacer nada para ayudarte. Es un momento muy íntimo con el océano. Además tiene un nombre mitológico, la Fosa de las Marianas. Es como ese punto inaccesible que muy poca gente ha visitado, es lo más remoto. El poder estar ahí abajo y contemplar con tus ojos el suelo de la tierra. Fuera hay una presión de 1000 kilos por centímetro cuadrado, la temperatura es cercana a la congelación y hay ausencia completa de luz. Es casi como descender a los infiernos del planeta, no puedes llegar más abajo en las entrañas de la Tierra que el fondo de la Fosa de las Marianas.
P: ¿Existen los problemas ahí abajo?
R: Para mí cerrar la escotilla del submarino supone entrar en mi rincón de felicidad, mi escondite, desconectas del mundo, no hay señal de teléfono, no te llegan correos. Eres tú y el océano que te rodea.
P: El problema que se mantiene es el de la basura y el cambio climático. ¿Qué piensa uno cuando se encuentra basura humana a 8.000 o 9.000 metros de profundidad?
R: Te parte el corazón ver basura en lugares tan remotos. Pero no ya a esa profundidad. Yo tengo más de 2000 inmersiones y no hay una sola en la que no haya visto restos de actividad humana. Da igual lo mucho que te alejes de la costa, siempre que bajas te encuentras latas de refresco, neumáticos, bidones de aceite. Bajas en un punto aleatorio y lo primero que te encuentras son basuras humanas. Es algo que tenemos que concienciarnos, toda actividad humana tiene un impacto en el océano. Todo lo que creamos en tierra se acaba acumulando en el agua. Es muy triste ver a un pez alimentarse de un plástico o ver un entorno totalmente pristino destrozado por nuestras basuras.
P: ¿Tiene solución?
R: Creo que sí, me gusta por ser optimista. Pasa por la educación y la concienciación. Hacen falta entrevistas, documentales o submarinos turísticos para que la gente lo vea con sus ojos. Es una experiencia muy potente, una vez que lo ves, te da cuenta de que el problema es real y que la solución pasa por ti. Y te conviertes un poco en un embajador de los océanos. Con educación se puede llegar a una relación mucho más respetuosa con nuestro planeta.
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