Toda guerra tiene un detonante, un punto en el que las hostilidades se generalizan, las bofetadas vuelan de un lado para otro y ya no hay forma de regresar a los cálidos momentos de paz. El caso de la batalla del Atlántico, protagonizada por los submarinos nazis en plena Segunda Guerra Mundial, no fue una excepción. Esta sangrienta contienda por el dominio de las aguas comenzó el 3 de septiembre de 1939, día en que -por equivocación y pensando que era un navío de guerra- el U-Boot del capitán Lemp torpedeó y envió al fondo del mar al «Athenia», un buque de pasajeros británico en el que viajaban un millar de personas. El incidente provocó un gran revuelo, pues los nazis atacaron sin previo aviso, algo que suponía la violación de los tratados internacionales.
Corría por entonces 1939, un año controvertido para Europa, pues un tal Adolf Hitler (bien conocido ahora, no muy famoso en aquel tiempo) había decidió cruzar con sus tropas y su esvástica la frontera de Polonia fusil en mano y cañón en fuselaje. En los primeros momentos su avance fue imparable. Sin embargo, dos días después llegó la reacción de la comunidad internacional cuando los ingleses, tras meditar la decisión con más de un té, declararon la guerra a Alemania. Había comenzado la Segunda Guerra Mundial, y esta se libraría por tierra, aire y mar.
Amenazado ahora por un nuevo enemigo, Hitler ideó una estrategia para acabar con Gran Bretaña: establecer un bloqueo para evitar que llegaran hasta las islas los ansiados suministros que sus ciudadanos necesitaban para sobrevivir. «Reino Unido dependía del tráfico marítimo para su supervivencia, no sólo de material bélico, sino de todo lo necesario para mantener su industria de todo tipo. Un bloqueo naval eficaz significaba no sólo la ruina económica y la parálisis del país sino también el hambre» afirma en declaraciones a ABC Juan Vázquez García, autor de «U-Boote. La leyenda de los “Lobos grises”».
Sabedor de que, sin alimentos, los británicos terminarían por capitular, Hitler ordenó a su armada (conocida como la «Kriegsmarine») que iniciara los preparativos para viajar hacia el oeste de Inglaterra e iniciar el bloqueo. Sin embargo, el «Führer» tenía un serio problema: su armada era infinitamente más pequeña que la inglesa. Por ello, dispuso que los encargados de mandar al fondo del mar a base de torpedo y cañón a los mercantes ingleses serían los «U-boote», los submarinos alemanes. Y es que, estas máquinas podían acercarse hasta su presa sin ser detectadas para después descargar sobre ella toda su potencia de fuego.
U-30 vs «Athenia»
Dicho y hecho, el mismo día 3 partieron varios sumergibles listos para torpedear a los cargueros británicos que se pusiesen a tiro. Entre los asesinos sigilosos destacaba el U-30, un submarino tipo VII (entre los más modernos y letales de la época) al mando del teniente de navío Fritz-Julius Lemp, un oficial de 26 años bien curtido. Los marinos, contrariamente a lo que se afirmó después, salieron de puerto con órdenes estrictas de respetar en el combate los tratados internacionales.
«Lemp tenía órdenes de seguir los Convenios de Ginebra, a los que Alemania se había adherido voluntariamente en 1935 al firmar el acuerdo en Londres con los ingleses, y según los cuales, antes de hundir un buque mercante enemigo, había que registrarlo, esperar a que toda su dotación lo hubiera abandonado en los botes salvavidas y comprobar que éstos se hallaban en buenas condiciones», afirma el historiador español Luis de Sierra en su obra «La guerra naval en el Atlántico».
Mientras los primeros submarinos alemanes viajaban a toda máquina hacia aguas inglesas, Gran Bretaña continuaba con su habitual ida y venida de cargueros y trasatlánticos. Uno de ellos era el «SS Athenia», un viejo navío botado en 1923 que contaba con 13.000 toneladas de registro bruto. El buque, que estaba dirigido por el capitán James Cook, salió de puerto el 1 de septiembre desde las islas británicas tras haber cargado en Glasgow y Liverpool más de un millar de personas. «El “Athenia” iba consignado a Montreal con 1.103 pasajeros, 311 de los cuales eran norteamericanos que regresaban a Estados Unidos en vista de que la guerra amenazaba nuevamente a Europa», destaca Sierra.
Mercante maldito
El 3 de septiembre de 1939, tras dos días de travesía, el «Athenia» navegaba por aguas del Atlántico. La noche ya se había tragado el navío cuando Cook subió al puente de mando. Esa noche se había negado a presidir la cena con la tripulación para poder estar presente si sucedía cualquier eventualidad, y es que, acababa de ser informado a través de la radio del comienzo de la guerra. Aquel comunicado le había puesto en alerta: su buque se encontraba amenazado por los «U-Boote» de Hitler.
Toda precaución era poca. De hecho, Cook había recibido la sugerencia desde los mandos de Belfast de que el «Athenia» cambiara su forma de navegar y surcara las aguas como si fuera un buque de guerra. «El “Athenia” había apagado las luces, navegaba en zigzag y se desviaba de las rutas habituales de los mercantes», explica Juan Vázquez. Mediante esta estrategia, Cook pretendía evitar los posibles cañonazos de dos cruceros alemanes que habían sido vistos por aquellas aguas y, como no, los torpedos de los «U-Boote».
«Había caído por completo el crepúsculo vespertino cuando el primer oficial se le acercó para decirle que, gracias a las estrellas observadas durante el mismo, tenían una buena situación astronómica. El capitán echó un vistazo a la carta, tomó un compás y midió la distancia desde el centro a (…) la isla de Inishtrahull, próxima a la costa y exactamente al norte de Irlanda: había 250 millas. A esa distancia, siendo ya completamente de noche (…) el capitán sintió que sus recelos comenzaban a desvanecerse. Al amanecer estarían ya a más de 400 millas y habría pasado el peligro», añade, en este caso, Sierra.
A la caza
No obstante, mientras a Cook le bajaban las pulsaciones a bordo de su trasatlántico británico, a otro capitán el pecho le latía cada vez más rápido. Este no era otro que Lemp quien, a bordo de su U-30, había divisado en la negrura de la noche la silueta de un buque que navegaba a oscuras, tal y como lo haría un navío de guerra. Era el «Athenia», un bajel de pasajeros, pero el alemán no distinguía si aquel cascarón era civil o militar. Mientras trataba de forzar sus ojos para tratar de reconocer la función del buque, ordenó a sus hombres emerger y apagar cualquier luz que pudiera desvelar su posición. Atacaría –en contra de lo que explica «Hollywood»- en la superficie.
«Lemp se preguntó si se trataría de un buque de guerra enemigo, de una formación naval inglesa o quizá de algún atrevido y solitario mercante. Se aproximó con precaución, tratando de descubrir a otros posibles enemigos que, si lo avistaban, lo enviarían sin contemplaciones al frío abismo. Pero el desconocido navegaba solo, (…) iba completamente oscurecido y efectuaba un zigzag antisubmarino, lo que hizo entrar en sospechas a los alemanes, pues podría tratarse de un buque auxiliar británico en servicio de vigilancia. También podría no serlo, pero si Lemp lo detenía con el semáforo luminoso para comprobar su identidad, (…) el otro tendría tiempo sobrado para (…) hacer fuego y echarlos a pique», destaca el autor de «La guerra naval en el Atlántico».
Disparar, correr el riesgo de incumplir los Convenios de Ginebra y matar a personas inocentes, o dar el alto al buque y arriesgarse a que el U-30 y toda su tripulación acabaran en el fondo del mar. Estos pensamientos surcaban la cabeza de Lemp a una velocidad inimaginable e iban acompañados por decenas de interrogantes. Pero, después de algunos minutos de dudas finalmente venció la belicosidad y, sujetándose su gorra de capitán, de su garganta afloró un grito seco: «¡Fuego!».
Casi al instante, del «U-Boot» salió disparado un torpedo directo hacia la sala de máquinas del «Athenia». Tras surcar el agua, impactó provocando una gran explosión que acabó con la vida de aquellos pasajeros que se encontraban cerca del lugar del impacto. Además, la sacudida del explosivo lanzó a muchos tripulantes que pasaban la noche en cubierta a las heladas aguas. Lemp no se detuvo aquí, sino que ordenó disparar el cañón de cubierta hacia la estación de radio. No la alcanzó, pero derribó uno de los mástiles del trasatlántico.
Fallo catastrófico
Feliz, Lemp podría haber ordenado asaltar y asegurar el buque. En cambio, escuchó como el viento traía hasta el U-30 un sonido que no olvidaría jamás: los gritos de hombres, mujeres y niños. Había errado y, en lugar de acabar con un buque de guerra, había mandado al fondo del mar a un navío destinado al transporte de mercancías y pasajeros.
Mientras, en el «Athenia» la situación era desesperada. «A duras penas podían los oficiales imponerse para dirigir a las mujeres y los niños, algunos recién levantados de sus literas, hacia los botes salvavidas. La tira de uno de estos, cargado ya con cincuenta personas, se partió de pronto al iniciarse el arriado. La embarcación cayó violentamente (…) arrojando al agua a sus ocupantes. Los gritos y el desconcierto aumentaron. El comandante del U-30, apesadumbrado ante aquella catástrofe que ya era irreversible, no quiso ver más y decidió alejarse», completa Sierra.
A pesar de todo, la violación de los acuerdos de Ginebra no era el único problema al que se enfrentaba Lemp, y es que, además, había atacado y acabado con la vida de pasajeros estadounidenses -una nación neutral que ahora podía volverse en contra de Hitler-. «En el ataque al “Athenia” hubo 112 muertos, entre ellos 28 estadounidenses. Suponía, en esos momentos, un grave precedente, sobre todo al haber víctimas norteamericanas», completa, en declaraciones a ABC, Vázquez.
La noticia llega a España
Como era de esperar, al día siguiente la noticia atravesó continentes y llegó a los diarios de todo el mundo. Así contaba ABC el suceso tan sólo un día después de que ocurriera:
«El ministro de Informaciones ha anunciado que el paquebote “Athenia” ha sido torpedeado a 200 millas al Oeste de las Hébridas. El barco se ha hundido. El “Athenia” pertenecía a la matrícula de Glasgow y era propiedad de la Donaldson Atlantic Line. Había salido el viernes, al mediodía, de Glasgow e hizo escala en Liverpool, de cuyo puerto partió el sábado a las dieciséis horas con rumbo a Montreal (Canadá)».
«Uno de los armadores ha declarado que la mayoría del pasaje regresaba a América a causa de la situación actual. Las lanchas de salvamento del “Athenia” eran capaces para mil ochocientos pasajeros, y el barco llevaba además mil toneladas de carga. (…). El secretario del presidente Roosevelt ha declarado que, según las informaciones recibidas sobre el hundimiento del “Athenia”, la mayoría del pasaje lo componían americanos y canadienses».
Tras conocer el error cometido por el capitán del U-30, Alemania negó el ataque y acusó a los ingleses de torpedear su propio buque para obligar a EE.UU. a entrar en la guerra. De esta forma narraba ABC la posición germana:
«El ministro de Propaganda del Reich, Goebbels, ha pronunciado un discurso ante los micrófonos de Radio Berlín, en el que ha dirigido duros ataques señalándole (a Churchill) como el principal instigador de la guerra y como un peligro para Europa. Afirmó con referencia a las declaraciones de un testigo presencial que éste no fue torpedeado por un submarino alemán, sino por tres destructores ingleses, con lo que perseguía el Almirantazgo inglés enturbiar las relaciones germano americanas».
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