Si hay algo que diferencia a las marinas de guerra más potentes de la tierra del resto, esta es sin duda la propulsión nuclear. Denostada por sus riesgos de contaminación ambiental, lo cierto es que resulta imprescindible para hacer la guerra en y desde el mar, atendiendo a la persistencia que otorga a los buques para combatir a lo largo de las grandes extensiones oceánicas; para ninguna nave esto es más importante que para un submarino.
En el año 1954 la US Navy puso en servicio el USS «Nautilus» (SSN-57), inaugurando así la era de la propulsión nuclear; el acontecimiento se tuvo lugar seis años antes de la entrada en servicio del primer portaaviones nuclear, el CVN-65 «Enterprise». Algo realmente significativo, pues a los problemas obvios de configurar una planta de este tipo se sumaba la miniaturización necesaria para introducirla en los ajustados espacios de un submarino.
La elección y el notable esfuerzo necesario para llevarlo a cabo estaban más que justificados, pues la planta nuclear acababa con el gran problema de los submarinos diesel-eléctricos: renunciar al sigilo y el subterfugio que ofrece la inmersión para recargar las baterías en superficie, con el uso de un motor de combustión y por tanto, de aire para alimentarla.
Esta capacidad de mantenerse sumergido, junto a la autonomía proporcionada por la carga del reactor [1], cambiaría el uso y posibilidades de los submarinos para siempre. Hasta tal punto que no solo la US Navy, sino que todos los actores relevantes en el mundo (curiosamente las potencias con armamento nuclear) como la entonces Unión Soviética, Francia o Gran Bretaña, acabaron por apostar casi exclusivamente por este sistema de propulsión. Hablamos de la Guerra Fría, donde el principal entorno operativo no solo se situaba en las extensiones oceánicas (lejos de las costas y la acción litoral) sino que venía determinada por la amenaza del vector nuclear naval, precisamente en manos de otros submarinos.
Gracias al gran éxito que supone este tipo de propulsión, al clásico submarino de ataque, con misiones de interdicción del tráfico marítimo y destrucción de objetivos de alto valor (acorazados y portaaviones), pronto se suma la de portar misiles balísticos nucleares; haciendo del sigilo y la ausencia de alerta previa al lanzamiento, el más peligroso de los elementos que conforman la tríada nuclear [2].
El primer submarino estratégico o SSBN (Submarine Ship Ballistic-Missile nuclear) también será obra norteamericana, con el USS «George Washington» (SSBN-598), armado con 16 misiles Polaris A1 y botado en fecha tan lejana como 1958; este programa de misiles se extenderá también a la Royal Navy británica, botando su primer SSBN, el HMS «Resolution» en 1964. Por su parte la Unión soviética lanza su primer submarino nuclear en 1958, clase November (Proyecto 627); derivando rápidamente en submarinos para misiles de crucero, de la que la flota roja fue precursora. La primera nave para misiles balísticos de la clase Hotel (Proyecto 658), entrará en servicio en 1960.
España en esta época, de la mano del régimen del general Franco, también apuesta por la incipiente y exitosa energía nuclear en el ámbito civil [3], llegando a plantearse el uso del submarino nuclear con el plan diseñado por el Almirante Carrero Blanco (a la sazón presidente del Gobierno) e incluso la posesión de armas atómicas, con el denominado proyecto ‘Islero’, ya que España se niega a firmar el tratado de no proliferación nuclear (TNP). El fin de la dictadura y la adhesión a dicho tratado por parte del presidente Felipe Gonzalez en 1987, acaba definitivamente con estos planes; la Armada, de la mano del AJEMA Almirante Nardiz, redacta en 1988 un nuevo plan estratégico denominado Alta mar (PAM) que vendrá a sustituir al PLANGENAR (plan general de la armada) de 1978 y donde ya no figuran los submarinos nucleares.
El PAM es ratificado por el ministro Narcis Serra en 1990 y es la base que ha conformado la flota actual, que avanza desde hace ya varios años sin un nuevo documento de referencia a largo plazo que tome el relevo de aquel. Se da la circunstancia de que el incumplimiento más notable del PAM es el de la flotilla submarina, donde las dos series de origen francés (S60 Daphne y S70 Agosta) han quedado reducidas a una debido a los retrasos (casi dos décadas) en el desarrollo del primer submarino enteramente nacional de nuestra armada, el S80+.
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