Es obvio que el principal problema que afrontan algunas sociedades occidentales con la energía nuclear es de carácter ético o político. La apuesta por las energías alternativas o la ensoñación de un modelo de sociedad energéticamente sostenible, ha provocado graves disfunciones que incluso han atentado contra la soberanía nacional de los países impulsores.
Si algo ha demostrado la agresión rusa a Ucrania es, por un lado el fin de una falsa garantía de seguridad en el seno de Europa, y por otra que el principal socio del continente para el suministro de hidrocarburos básicos, como el gas, ha resultado ser el agresor y enemigo ancestral de occidente desde el fin de la segunda guerra mundial.
La política de apaciguamiento por mero interés y a costa de los derechos soberanos de otros países, como Chechenia, Georgia o Ucrania, no ha dado los resultados esperados, con lo que el entorno estratégico ha dado un giro copernicano y ha convencido a occidente de que no puede seguir fomentando la dependencia energética de terceros, ni de Rusia ni de nadie. Por este motivo las políticas que abogaban por el fin de la energia nuclear han dado paso a su definición por parte de la UE como energia limpia, y cancelado o retrasado algunos de los planes de desmantelamiento de las centrales nucleares, cuando no un renovado impulso a otras nuevas de alta tecnología, con reactores de mayor rendimiento, caso de Francia o de Japón.
El caso francés es significativo, al anunciar que la combinación de energías renovables y su planeada red de hasta 14 nuevas centrales (dispone de 58 en total), convertirá al país en el primero que puede suprimir las energías fósiles. Tal es así, que a principios de 2023, Francia ha liderado en Estocolmo un plan de desarrollo nuclear al que se han sumado Bulgaria, Croacia, Finlandia, Hungría, Países Bajos, Polonia, República Checa, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia. Es tan significativa la ausencia de Alemania como el hecho de que fuera el principal cliente de rusia a través de los ya famosos gasoductos Nord Stream, que planteó el cierre de sus centrales por presiones ecologistas y que ha acabado quemando carbón en centrales térmicas; el más sucio, contaminante y subóptimo método existente y que nos reporta al siglo XIX.
Igualmente, tanto la amenaza militar de la federación rusa como la mayor dependencia de combustibles fósiles procedente de más allá del continente, como Oriente Medio o América, pone en valor la necesidad de volver a asegurar las rutas marítimas, revirtiendo ciertas doctrinas basadas en la proyección del poder naval sobre tierra para recuperar ideas ya olvidadas de control del mar.
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