hablando de submarinos: España, en las fábulas históricas, es un poco como Brasil con un avión.
Oficialmente, generalmente se remonta a la invención del submarino en el siglo XVII, por el holandés Cornelius Drebbel.
Pero, en la actualidad, algunas fuentes mencionan el protagonismo previo de un genial inventor español, que habría precedido a la chaval Dutchman y creó el primer prototipo un siglo antes –o, al menos, uno de los más antiguos de los que hasta ahora se tiene noticia documentada.
El navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont (1553 – 1613) es conocido como una especie de Leonardo da Vinci español. Entre otras cosasmhabría sido un precursor visionario de inventos como la máquina de vapor y el traje de buceo.
Creció en una familia adinerada y tuvo una educación multifacética, que incluyó letras, matemáticas, astronomía, ingeniería, música e incluso artes marciales.
Obtendría la protección del rey Felipe II y, como administrador de las minas de extracción de metales del reino, tendría la oportunidad de probar algunos inventos en situ.
El primer sistema mecánico de vapor implantado por Ayanz fue precisamente en una mina intervenida en Sevilla.
El invento, casi un siglo antes que la bomba de vapor del británico Thomas Savery (1698), pretendía solucionar uno de los problemas más recurrentes en las minas: las inundaciones y el aire sofocante y embriagador de las profundidades.
El sistema inventado por Ayanz bombeaba agua fuera de las minas mientras dirigía aire fresco a las galerías.
El genial español dejó un legado impresionante: entre sus patentes se encontraban bombas de aire acondicionado, métodos para destilar agua de mar o separar plata, una balanza de precisión, una escafandra de madera…
Y un submarino.
El «barco submarino» diseñado por Ayanz, con una ocupación máxima de 2 tripulantes, estaría fabricado en madera y cuero con refuerzos metálicos, y soportaría profundidades de casi 20 metros.
Su propulsión y sumersión se realizaría mediante remos y un sistema de lastres y contrapesos. Los tubos dorsales conectados a la superficie asegurarían la renovación continua del aire, que a su vez circularía por el interior de la nave gracias al uso de ventiladores accionados por agua.
El diseño presentaba pinzas y mangas con guantes en el casco. El objetivo sería poder recoger, por ejemplo, perlas y otros objetos sumergidos, guardándolos en compartimentos en el propio casco.
El nivel de detalle del proyecto, según cuenta su biógrafo más conocido, el ingeniero industrial aragonés Nicolás García Tapia, era tan inédito y cariñoso que el tipo vaticinó medidas de seguridad para los pilotos -por las minas, le apasionaba la seguridad-. en el trabajo, e incluso unas esponjas empapadas en agua de rosas para perfumar el interior del sumergible.
El proyecto original presentado por Ayanz a la corte del rey Felipe II tenía una clara finalidad militar, pero posteriormente sería reformulado con objetivos civiles.
Según Tapia, se trata del primer proyecto submarino patentado del mundo, y una de sus principales novedades sería el sistema de renovación de aire, basado en válvulas de aspiración y escape.
Ahora, la pregunta principal: ¿alguna vez despegó toda esta maravilla del Renacimiento español?
Actualmente se cree que no, aunque existen registros de modelos completos.
Por otro lado, el solo hecho de que existiera una patente supuso, para la época, que el proyecto se considerara viable, ya que para ser concedido pasó por el tamiz de científicos del reino.
Tapia cree que el mérito de Ayanz radica, sin duda, en el grado de detalle y precisión del proyecto, sumamente avanzado para la época.
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La historia es traviesa y, a veces, además de no acabar en las narrativas establecidas, tampoco empieza por ahí.
Entre otros, se dice que Ayanz se inspiró en los dibujos del inventor italiano Guido da Vigevano realizados en el siglo XIV, o incluso en los bocetos del propio Da Vinci un siglo después.
Después de Ayanz, otros españoles puntuarían la historia -o historias- del submarino.
Los más estelares son, sin duda, Isaac Peral (Cartagena, 1851 – Berlín, 1895), considerado el inventor del submarino de propulsión eléctrica, probado por primera vez en 1888, y el genial inventor catalán Narcís Monturiol (1819 – 1885), cuya réplica del Ictíneo I modelo, de 1859, puede ser apreciado actualmente por los transeúntes que pasan frente al Museo Náutico de Barcelona.
Monturiol, por cierto, moriría en la pobreza y el anonimato.
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