La invasión rusa en Ucrania ha encendido algunas alarmas y ha servido para reimpulsar la industria armamentística. Muchos países tomaron la decisión de aumentar sus presupuestos militares y mejorar su artillería. Drones, tanques, aviones y sistemas de defensa aéreos se fabrican por montones para el rearme. Pero la carrera por la renovación bélica también sucede en un lugar menos visible. En el fondo del mar. Y Estados Unidos participa activamente.
La Marina estadounidense está desarrollando un nuevo submarino de clase Virginia, y el presupuesto estimado para esta nave, según un informe del Congreso norteamericano, es de 5.100 millones de dólares (4.800 millones de euros). Casi mil millones más de lo que suelen costar sumergibles de esta categoría.
Según el portal 'Naval News', especializado en defensa y tecnología naval, el trabajo está en marcha en el astillero Electric Boat en Groton, Connecticut. Kevin Graney, el presidente de General Dynamics Electric Boat, compartió en enero de 2022 un boceto del diseño en la Cumbre Económica de Connecticut. Pero hasta ahora, lógicamente, los detalles permanecen ocultos.
Combate y espionaje
Gas, petróleo y comunicaciones fluyen mediante conductos y cables en las profundidades del océano, conectando a unos continentes con otros. No están a la vista como podría estarlo una carretera o una frontera, y por eso resultan más difíciles de proteger. Son objetivos militares valiosos porque su ataque, además de ser relativamente sencillo, puede infligir graves daños. Así sucedió con el gasoducto Nord Stream, a través del cual Rusia surtía a Europa del Este. Pérdidas multimillonarias y una reducción de la influencia rusa derivaron de su sabotaje. Y todavía no se sabe de quién es la autoría. Del mismo modo, se podría impedir el suministro de otros elementos tan básicos como el internet, pues más del 95% del tráfico de internet viaja a través de cables submarinos.
Y, aunque los submarinos de clase Virginia estén preparados para la guerra antisubmarina, para combatir buques de superficie y para dar apoyo en operaciones especiales, parte de su función esencial es la recopilación de inteligencia. Y la experiencia de espionaje subacuático de Estados Unidos no es nueva. En la década de 1970, durante la Operación Ivy Bells, la NSA interceptó una de las redes de comunicaciones soviéticas que reposaban en el fondo del mar, accediendo a información privilegiada que se transmitía desde las bases de la Flota del Pacífico en Kamchatka hasta Vladivostok. La Unión Soviética solo se enteró cuando Ronald Pelton, un espía dentro del aparato de inteligencia estadounidense, dio aviso.
La lucha por el control bajo la superficie
En julio de 2022 la OTAN se puso en alerta. La armada rusa había botado el Belgorod K-329, que con casi 200 metros de eslora, es considerado el submarino más largo del mundo. Es el más avanzado de la flota rusa, una actualización y ampliación de la clase Oskar II. Y es peligroso no solo por ser extremadamente sigiloso y tener la capacidad de pasar hasta 120 días sin volver a la superficie, sino lo que lleva en sus entrañas: el Poseidón, un torpedo nuclear de veinte metros catalogado como «arma del juicio final».
China también ha hecho inversiones importantes en su flota marítima. Un informe del Servicio de Investigación del Congreso estadounidense advierte sobre el desafío que representa la modernización militar del país asiático, que desde mediados de los 90 no ha dejado de incrementar su capacidad naval. «Es el primer reto de este tipo que enfrenta la Marina de Estados Unidos desde la Guerra Fría» expresa el documento. Para el año 2030, se pronostica que la flota de submarinos chinos de ataque de propulsión nuclear, haya crecido en seis unidades.
Para contener el expansionismo de China en aguas asiáticas, Australia, Reino Unido y Estados Unidos, han creado una alianza de seguridad trilateral que cubre materias de seguridad cibernética, tecnología espacial, inteligencia artificial y desarrollo de submarinos.
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