27 junio 2015

El submarino Peral y la ciudad de Cádiz

Pocos hombres en la historia han obtenido en vida tantos honores y gozado de tanta fama como Isaac Peral. Sin embargo, como reiteradamente ocurre en España, de la inmensa gloria pasó al olvido más absoluto en apenas dos años. 

A las 14,35 horas del 8 de septiembre de 1888, en el arsenal de la Carraca, el torpedero submarino ideado por el teniente de navío Peral entraba en el agua. El propio Peral dirigió la operaciones de botadura auxiliado eficazmente por el carpintero de ribera, Adolfo Romero. 

A partir de ese día comenzó a subir la expectación en torno al invento. En los periódicos de Madrid se hablaba de la construcción de una poderosísima arma de guerra que podría devolver a España el imperio perdido a comienzos del siglo y conservar Cuba y Filipinas ante la avaricia de los Estados Unidos y otras potencias europeas. 

La Reina Regente, María Cristina, apoyó decididamente el proyecto. En Madrid el diputado Felipe Ducazcal y el celebrado autor teatral Javier de Burgos, también gaditano, movieron la opinión pública en favor de Peral. Cualquier novedad en torno al submarino era rápidamente relatada con todo detalle en los periódicos. Hasta San Fernando y Cádiz llegaban corresponsales y enviados especiales de la prensa ávidos de relatar lo que sucedía en la bahía gaditana. 

En ese clima de expectación, pronto se inició una lucha por ser los primeros en felicitar a Peral o en colmarle de honores.  

Curiosísimo resulta hoy, 125 años después, leer la sucesión de homenajes que se tributaban al inventor del submarino, mucho antes incluso de que llegaran los resultados de las pruebas o que se hubiera probado su eficacia. 

No hubo ciudad, pueblo o aldea que dejara de poner el nombre de Peral a una plaza o calle. En teatros y zarzuelas se interrumpía la actuación para dar vivas a Peral.  

Este mismo periódico, Diario de Cádiz, pidió al Gobierno que concediera a Peral el franqueo gratuito de la correspondencia, pues eran miles las cartas que el inventor recibía en su casa de San Fernando y su contestación suponía cuantioso gasto. 

Todo era poco para rendir gratitud a Peral. El célebre doctor Federico Rubio acudió gratuitamente desde Madrid a San Fernando para pasar consulta al suegro del inventor, que se encontraba enfermo de gravedad. El Puerto de Santa María no se contentó con darle el nombre de una plaza, sino que lo hizo diputado a Cortes sin que el teniente de navío participara o tomara parte en acto electoral alguno. El Ayuntamiento de San Fernando le obsequió con la casa donde vivía y en la que había resuelto el problema de la navegación submarina.  

El encumbramiento de Peral llegó a términos difíciles de creer hoy en día. En julio de 1890 el inventor tuvo que acudir a Madrid para dar cuenta al Gobierno del resultado de las pruebas. Al llegar el tren, Peral fue llevado a hombros hasta el carruaje. La multitud llegó a quitar los enganches de los caballos para arrastrar el coche. La intervención del gaditano Javier de Burgos logró evitar esos excesos. El regreso a San Fernando, en tren, duró mucho más de lo previsto, pues en las paradas en cada pueblo los vecinos asaltaban el tren y llevaban a Peral a hombros al Ayuntamiento de turno para que hablara a la población.  

Tampoco Cádiz se quedó a la zaga en los homenajes a Peral. La ciudad vivió intensamente y como cosa propia las vicisitudes diarias del submarino. Los periódicos locales anunciaban detalladamente, y con la debida antelación, las pruebas que iba a realizar el torpedero submarino en aguas de la bahía. 

Las murallas de Cádiz, desde el muelle hasta la Caleta, eran el escenario ideal para presenciar las pruebas del Peral. Por si fuera poco, infinidad de pequeños vapores y botes salían a navegar para observar de cerca las maniobras del revolucionario invento. 

Las páginas de Diario de Cádiz recogen detalladamente el ambiente que se vivía en la ciudad. Azoteas y ventanas atestadas de público, que agitaba sus pañuelos al paso del submarino.  

Por vez primera en su historia, este periódico lanzó una edición especial con motivo de las pruebas de lo que se denominaba torpedero submarino. Con todo lujo de detalles se informaba a los lectores sobre la primera inmersión del submarino, junto al baluarte de la Candelaria, y cómo el numeroso público presente en la cercana muralla aguardó en impresionante silencio unos interminables minutos hasta que, por fin, salió el submarino.  

En junio de 1890, los casinos y sociedades de Cádiz comenzaron a recoger firmas para pedir al Ayuntamiento que otorgara el nombre de Isaac Peral a una calle. En el escrito se indicaba que "ninguna vía más apropiada que la calle de la Aduana, por su proximidad a la bahía y por haberse podido apreciar desde ella el éxito del submarino, viéndose perfectamente desde sus balcones y azoteas el campo de gloria de su ilustre inventor".  

El 20 de junio de 1890, el Ayuntamiento acordaba en sesión ordinaria dar el nombre de Isaac Peral a la mencionada calle, sin escuchar algunas voces que pedían prudencia y esperar al resultado de las pruebas y su aprobación por el Gobierno. 

Pero muy pronto comenzó el declive de Peral. Finalizadas las pruebas, el teniente de navío obtuvo dos meses de permiso para atender asuntos particulares. Peral tuvo que marchar a Madrid para ser tratado de un tumor en la cabeza y el 22 de agosto se conoció que el dictamen de la Comisión Técnica era desfavorable a la construcción de los submarinos de Peral. 

De nuevo hubo manifestaciones populares en favor del marino, pero las autoridades se mostraron firme en el rechazo al proyecto. La envidia de algunos, las maniobras de otros y la rotunda negativa de Peral a modificar su invento dieron al traste con el submarino. El artefacto permanecería muchos años abandonado en la Carraca hasta su posterior traslado a Cartagena. 

La calle Isaac Peral llevó el nombre del célebre marino hasta que pasó a llevar el actual de Ramón de Carranza.


http://www.diariodecadiz.es/article/cadiz/2056744/submarino/peral/y/la/ciudad/cadiz.html

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