Domingo de Pascua, 11 de abril de 1982. En la Base Naval Mar del Plata, el submarino ARA San Luis aprovechaba la oscuridad y un banco de niebla para deslizarse hacia mar abierto y poner proa hacia la guerra.
El submarino, aun cuando era un buque moderno, arrastraba algunas falencias y problemas, que se agravarían pocos días después, al quedar fuera de servicio la computadora de control tiro que automatiza el cálculo tiro de torpedos, entre otras cosas.
Lo mejor que tenía el ARA San Luis eran sus 36 hombres. Si bien en algunos puestos faltaba experiencia, en ninguno faltaba dedicación y valor. Estos grandes hombres, además, estaban al comando de un indiscutido líder: el Capitán de Fragata Fernando María Azcueta.
Si bien se habían extremado las medidas de seguridad y la partida había sucedido en un momento de escasa visibilidad, los movimientos del ARA San Luis no eran un secreto para las fuerzas británicas que se acercaban a Malvinas.
Conocían perfectamente cuando zarparía y, pocos días después, tomarían conocimiento hacia dónde se dirigía: al área MARIA, una zona de patrullaje al norte de las islas Malvinas.
Posiblemente el dato haya venido de los espías del CGHQ (el Government Communications Headquarters o Sede de Comunicaciones del Gobierno) en los suburbios de Cheltenham, Inglaterra, que había descifrado las claves argentinas con la ayuda del NSA (National Security Agency) de los Estados Unidos.
Las cifradoras Crypto AG de la Armada Argentina, realmente, estaban todas “pinchadas” por los servicios de inteligencia y, por tanto, cada comunicación secreta era leída sin mayores problemas. Pero nadie lo conocía entonces.
A su vez, la comunicación podría haber sido captada por algunas de las estaciones de escucha terrestres (Ascensión, Chile o incluso, según el rumor, dentro de la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires), por el buque “antártico” HMS Endurance, o por un satélite estadounidense conocido con su nombre clave Vortex (era el tercero de la serie), cuya misión original era interceptar comunicaciones estratégicas de las fuerzas armadas soviéticas.
Con esos datos, se planeó destruir al San Luis antes de que se acerque a las islas, ordenándose al submarino nuclear HMS Spartan que lo encuentre y lo hunda. Esa era la tarea primaria para la cual estos submarinos “Cazadores – Asesinos” (“Hunter-Killer”) habían sido concebidos: destruir otros submarinos. Pero no lo logró. El San Luis logró escabullirse.
Dos días después, el 1 de mayo, el San Luis estaba a navegando sumergido a muy poca velocidad, encontrándose casi en el centro del Área MARIA. Desde hacía varias horas navegaba con rumbo Este Sur Este, encontrándose su tripulación alerta a lo que pudiera ocurrir.
A las 7:55, el Teniente de Fragata Alejando Maegli estaba de guardia en el submarino, cuando desde el sonar se le informó: “Señor, tengo un contacto”. El San Luis se preparaba para la acción.
Había un “rumor lejano” en el radar, provenía del azimut 079 y fue clasificado como un helicóptero. Muy poco tiempo después, en un rumbo similar, se comenzaron a captar emisiones de sonar, los famosos “ping” de las películas.
Todo era tensión dentro del San Luis.
A las 9:40 apareció otro contacto y comenzó a seguírselo. Posteriormente, utilizando el audio del sistema, fue clasificado como una fragata tipo 21 o tipo 22. El buque se estimó estaba utilizando un sonar del Tipo 184, al cual los marinos argentinos no eran extraños, en tanto los destructores ARA Hércules y ARA Santísima Trinidad poseían equipos similares. Se apreció que el buque navegaba a 18 nudos. Asimismo, desde distintos rumbos, se detectaban otras emisiones de sonar.
Había mucha actividad allí afuera.
El comandante, entonces, ordenó acercarse al blanco, aumentando la velocidad temporalmente para acortar las distancias. Trataría de destruirlo utilizando uno de los torpedos alemanes (inteligentes) SST-4 que llevaba.
Azcueta y su dotación, con esta actitud, entraron por la puerta grande al selecto número de héroes militares de nuestra nación: en un buque con problemas, en aguas de poca profundidad, decidieron ir en busca de los peores enemigos de los submarinos, las fragatas y los helicópteros. No rehuyeron el combate, sino que, aún sabiendo que posiblemente no salieron vivos, se metieron en la boca del lobo.
Cuando Azcueta estimó que podía darle al buque enemigo, expuso por segundos el periscopio de ataque, pero vio absolutamente nada porque había una bruma que dejaba una visión borrosa.
Como explica el comandante del submarino:
“Sólo expuse periscopio una vez, por muy breve tiempo, durante la aproximación previa al lanzamiento. Una mirada sin detectar blanco. Fui muy conservador con el periscopio debido a que la superficie del mar estaba como un lago (Mar 0), las peores condiciones para exponer apéndices. No vi el blanco, pero el alto valor de la velocidad de variación de la marcación (3 grados por minuto) me llevo a la conclusión de que estaba, con comodidad, dentro del alcance del torpedo. En ningún momento emití con sonar activo, eso hubiera delatado mi posición”.
A las 10:05, cuando se estimó que el objetivo se encontraba a una distancia apenas inferior a 9.500 yardas (unos 8,7 km), ordenó lanzar un torpedo SST-4 en forma manual y en emergencia (la única forma posible, en tanto la computadora de tiro continuaba rota). En ese momento, el submarino se encontraba a 30 metros de profundidad, con un rumbo 040° y un azimut al blanco de 015°.
Azcueta explicó en el Diario de Guerra el motivo de un lanzamiento a tal distancia:
“Este lanzamiento con distancia grande lo decido considerando que… la corrida del torpedo se reducirá considerablemente (dado que el blanco y el submarino se acercaban) y que dada la proximidad del helicóptero será necesario iniciar maniobras evasivas en cualquier momento”.
Para facilitar el guiado del torpedo, el Capitán Azcueta ordenó entonces detener las máquinas (el submarino tenía una velocidad de 4 nudos). Cuando el torpedo se alejaba, el silencio dentro y fuera del San Luis era total.
A los dos minutos, Fernando Azcueta se dio cuenta que el blanco se había movido y ordenó que se corrija suavemente la trayectoria del torpedo hacia su derecha. El torpedo recibió la orden pero, instantes después, desde la computadora de tiro se recibió la señal de “cable cortado”. El equipo de sonar también corroboró esta información, al indicar que se escuchaba un “golpeteo sobre el casco”.
Ello no implica que el torpedo se pierda ya que a partir de allí sigue su camino programado (que es el que puede modificar el submarino con el cable de guiado) y, al llegar a destino, empieza a utilizar su propio sonar para el ataque final, como explicaba el entonces Teniente de Navío Ricardo Alessandrini, Jefe de Armamento del submarino:
“El torpedo tiene un sonar en la proa… no quiere decir que se corte la comunicación del mismo con el submarino y éste se pierda. Si el cálculo está bien hecho, el torpedo tiene que ir igualmente sobre el blanco y los datos a nosotros nos daban bien, pero pudo haber habido mil factores. Lo real y concreto es que no hubo explosión”.
Exactamente, luego de pasados 44 minutos, corrida máxima esperable del torpedo, no existió ninguna explosión.
El problema de los cables de guiado persiguió a los lanzamientos del San Luis y, también, los lanzamientos de práctica de su gemelo el ARA Salta durante el conflicto. Estudios de postguerra determinaron que “el torpedo debe abandonar el tubo con una orden de profundidad igual o mayor que la profundidad de quilla del submarino. Es que, de salir con una profundidad menor, el buque monte el cable y lo corta”. Sin embargo, como en el tiro en situación de guiado de emergencia (como realizó el San Luis) el torpedo automáticamente se dispone a navegar a 12 pies de profundidad, lo cierto es que siempre en estos casos, y luego de unos minutos, el cable se corta. En la Armada Argentina nadie conocía esta información.
El comandante del submarino modificó poco después su rumbo, dirigiéndose hacia el Sur-Oeste a baja velocidad. Los contactos en el sonar eran cada vez más fuertes, así como se escuchaban claramente los ruidos típicos de helicópteros calando su sonar. El blanco sobre el cual se había lanzado, debe señalarse, se había perdido enmascarado ante los ruidos del torpedo del propio submarino.
El San Luis había lanzado sobre dos buques cuya misión, nuevamente, eran encontrarlo y destruirlo.
Desde el portaaviones HMS Hermes, el comandante de la Fuerza de Tareas, el Contralmirante John Foster “Sandy” Woodward había ordenado que la fragata Tipo 22 HMS Brilliant (con sus dos helicópteros Lynx HAS.2) y la más vieja fragata Tipo 12 HMS Yarmouth (con un único helicóptero Wasp HAS.1) se desprendieran del núcleo y se dirigieran al área MARIA. La orden de Woodward a los buques había sido inusual pero concreta: “Encuéntrelo y tráigame su sombrero”.
Tres helicópteros Sea King HAS.5 de la Escuadrilla Aeronaval 826, con base también en el Hermes, fueron afectados también a esa misión antisubmarina.
Los Sea King, previendo un largo día de operaciones, llevaba cada uno una tripulación de reemplazo de cuatro hombres, que fueron desembarcadas en las dos fragatas. Se reabastecerían desde los buques: sin poder aterrizar en las mismas (por su tamaño), volarían cerca de ellas y se los conectaría con una manguera para pasarles combustible.
Dos fragatas y seis helicópteros para encontrar un submarino en un área pequeña y de escasa profundidad.
El primer golpe había sido para el submarino. Pero inefectivo. Ahora era el turno de los británicos.
La Royal Navy se había focalizado en la guerra antisubmarina y, podía decirse, era la líder mundial en el área. Su desventaja era que estaba preparada para luchar contra los grandes y relativamente ruidosos submarinos soviéticos, en un ambiente geográfico que le era familiar.
En este caso, su contrincante era un submarino pequeño y silencioso, hábilmente conducido y en las extrañas aguas del Atlántico Sur. Para peor, las aguas circundantes de las islas estaban repletos de viejos naufragios, que confundían a los sonares y los detectores de anomalías magnéticas.
Por tanto, las frustraciones británicas aumentaban. Se decidió investigar cada contacto, con los sonares de las fragatas (la Brilliant tenía uno de los sonares más modernos de la flota) o con los detectores de anomalías en los helicópteros Sea King (dos de ellos los tenían instalados) y se atacaría cada blanco que pareciera un submarino.
Los explosivos, por tanto, comenzaron a caer cerca del San Luis.
A las 12:00, en plena tensión (ruidos de helicópteros, detonaciones, ping de sonar), se escuchó lo que nadie quería escuchar, al gritar el sonarista, Suboficial Segundo Ernesto Errecalde “Splash de torpedo en el agua”. Un helicóptero (posiblemente uno de los Lynx HAS.2) había lanzado un torpedo buscador sobre el San Luis.
Azcueta, sin dudarlo, ordenó “toda máquina adelante”, lo que hizo que el submarino comenzara a vibrar.
Mientras tanto el operador del eyector de señales, Cabo Principal González, lanzaba los artefactos productores de burbujas para distraer y desorientar al torpedo, conocidos popularmente como Alka-Seltzer en la Armada Argentina. Después de expulsar los dos señuelos (el San Luis llevaba un stock de 24), el comandante ordenó parar máquinas y caer hacia babor.
Sin embargo, al estar completando esta maniobra, el sonarista informó algo que paralizó a todos: “Torpedo cerca de la popa”.
En ese momento, el torpedo era claramente escuchado por toda la tripulación: “Lo escuchamos como si fuera el motor de una moto, pero debajo del agua”, dijo el entonces Teniente de Fragata Jorge Fernando Dacharry, Jefe de Electricidad del San Luis.
Todo indicaba que el torpedo impactaría contra el San Luis, lo cual generó un enorme clima de tensión allí dentro. Todos iban a morir. El Cabo Principal Alberto Fernando Poskin recuerda de esos momentos:
“Durante algunos segundos me dedique a disfrutar del miedo. Una sensación que había tenido muchas veces pero que esta vez tenía el condimento de ser la última. Y me gustaría decirles que fue el mejor y más memorable de todos mis miedos pues es como que el alma se relaja, toma otra actitud y se deja llevar por el momento. El momento de la entrega final”.
Sin embargo, diez segundos después, el sonarista (que se encontraba a un par de metros del Cabo Poskin) informó: “Torpedo pasó a la otra banda”. El arma enemiga los había perdido.
Y todos respiraron aliviados. Tenían otra oportunidad.
El Capitán Azcueta recuerda esos momentos y explica el por qué de sus órdenes:
“Ante la información del torpedo ordené maquinas adelante Flank (máxima potencia) en una maniobra llamada “batería por batería”. Esta significa oponer, a la batería del torpedo, la batería del buque, en la esperanza de que el torpedo agote su energía antes de alcanzar al submarino. En esas condiciones era poco probable que mi intento fuera eficaz, aunque me permitió abrir distancias. Al tiempo lanzamos falsos blancos para intentar seducirlo. Pasados unos minutos ordené parar las máquinas, caí a Estribor cambiando de plano, en silencio, en una suerte de espiral descendente. Tampoco tenía mucho margen con respecto al fondo, porque navegábamos en aguas de poca profundidad. Creo que, sobre todo, tuvimos suerte”.
A partir de allí, se escucharon constantes explosiones. El submarino cambió su rumbo en varias oportunidades, pero su sonar escuchaba ya la existencia de buques cercanos. Su comandante, con pocas opciones, decidió asentarse en el fondo, lo que hizo a las 16:25. Se encontraba en aguas poco profundas (unos 50 metros) a muy pocas millas al norte de Malvinas.
El Cabo Poskin recuerda:
“En un momento el Comandante ordena parar máquinas y “asentar” en el fondo. Cuando disminuye la velocidad (aproximadamente 6 nudos) tocamos en el fondo del mar con la proa, pero el buque comenzó a elevarse nuevamente, en el momento del “toque”, el Cabo Primero Damian Washington Riveros, sin orden alguna e iluminado por Dios, hizo que en el preciso momento del impacto en el fondo, abriera las válvulas de compenso de los tanque de torpedos de proa, produciendo la inundación de ellos. Esto motivó que el submarino se pusiera “pesado” de proa produciendo una serie de 4 o 5 rebotes en el fondo marino, evitando la segura avería en la hélice y timones. Si esto sucedía, de allí abajo nunca hubiéramos salido”.
El submarino quedó en el fondo hasta las 21:05. Para economizar oxígeno y, también, para hacer descansar a sus hombres, el comandante ordenó que, mientras estuvieran en el fondo, la tripulación abandonara sus puestos de combate y permaneciera en sus camas.
Las explosiones seguían alrededor, el comandante sabía que muchas de las explosiones que se escuchaban eran cargas de profundidad o salvas de mortero antisubmarino, pero otras eran explosivos de bajo poder, lanzados con fines disuasorios. “Pero nos disuadían”, según filosofaba después de la guerra el Capitán Azcueta.
Sin embargo, la Brilliant, la Yarmouth y los helicópteros no estaban ahora en las cercanías del San Luis, sino unas pocas millas más al norte. A las 20:45, luego de decenas de incidentes, se ordenó a los dos buques regresar a la seguridad del núcleo de la flota. Los helicópteros ya habían vuelto un poco antes.
El Comandante de la Brilliant, John Coward (quien falleció en mayo de 2020) recuerda de ese largo día:
“Sabía que estaría en el fondo y todo el lugar estaba plagado de viejos barcos balleneros. Si encontrábamos algo, hacíamos volar un helicóptero con un detector magnético sobre él. Pero no tenía suficientes bombas y muy pocos helicópteros con detectores de anomalías magnéticas. El lugar también estaba lleno de ballenas, que daban enormes ecos en el sonar. De vez en cuando se acercaba una ballena, soplaba y una bandada de gaviotas se reunía alrededor, apareciendo como un rápido destello en el radar. Todo el mundo decía: “Dios, debe ser un submarino”, y lanzábamos unos cuantos torpedos a cosas así. En definitiva, fue una frustración total, pero, mirando hacia atrás, tengo la sensación de que uno de esos naufragios era el San Luis”.
Posiblemente uno de esos naufragios resultara ser el San Luis. Pero nada pudieron hacer al respecto.
Las fuerzas británicas finalmente habían utilizado:
-HMS Brilliant: Un torpedo Mk.46 y otro Mk.44
-HMS Yarmouth: Siete salvas de mortero antisubmarino Limbo
-Helicóptero Lynx (del HMS Brilliant, solamente uno de ellos participó finalmente): Dos torpedos Mk.46
-Helicóptero Wasp (del HMS Yarmouth): Una carga de profundidad Mk.11
-Tres helicópteros Sea King: Dos torpedos Mk.44 y tres cargas de profundidad Mk.11
A las 23:45 el San Luis, que ahora navegaba muy lentamente con rumbo Este Sur Este ya fuera del Área MARIA, tuvo su última detección, que consideró eran helicópteros. Había emisiones sonar al Sur, que estimó su comandante eran de buques de superficie y también al Norte, pero estas últimas se escuchaban lejanas y débiles.
“Puestos de combate”, se ordenó nuevamente y se comenzó a realizar un acercamiento a los blancos al Sur. Sin embargo, poco después, desde el submarino se consideró que nunca se llegaría a alcanzar el blanco, sino con una corrida a alta velocidad. Pero la batería se encontraba al 73 % y el nivel del dióxido de carbono estaba llegando a un nivel peligroso del 2 %.
Por tanto, se desistió de tratar alcanzarlo, especialmente, como anotaba el comandante “con una dotación cansada por el hostigamiento”.
El día había terminado. El submarino se posó nuevamente en el fondo, donde siguió detectando emisiones sonar y, a las 5:15 del día 2 exponía su snorkel y sus antenas, para recambiar el aire, cargar las baterías, recibir información e informar el resultado de sus ataques. Dentro del San Luis, el Cabo Primero Enfermero Rafael Guaraz escribió entonces en su diario personal:
“…creo que el día 1 de Mayo de 1982 quedará grabado en mi mente y en la de todos los que estamos aquí como el día más largo, angustioso, infeliz y desesperado de todos los vividos hasta ahora. Nunca yo, hasta ahora, me sentí tan cerca del fin como ayer. Esta cacería duró todo el día y se prolongó hasta la madrugada de hoy (2 de Mayo). Estábamos muy cerca de la costa y rogábamos que nos ayudasen los aviones desde las Malvinas, pero nosotros no podríamos saber que allí se estaba luchando fieramente también, aunque era una de nuestras suposiciones para la falta de apoyo. Recién nos enteramos de todo lo que pasó, esta mañana cuando salimos a hacer snorkel y pudimos escuchar noticias por la radio”.
Si bien el submarino no había podido hundir ningún buque, tampoco pudieron encontrarlo.
El Capitán Azcueta conserva aún hoy su boina de submarinista. Ningún británico pudo jamás encontrar al San Luis y, menos, robar la boina a su comandante.
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