Malvinas bien podría considerarse el último ejemplo de una marina moderna cazando activa y abiertamente un submarino enemigo en un conflicto convencional, por lo que ofrece importantes lecciones en el ámbito de la guerra antisubmarina. A partir del excelente libro Go Find Him and Bring Me Back His Hat, de Mariano Sciaroni, colaborador de esta casa, intentaremos extraer algunas conclusiones generales.
Si bien los lectores de esta página ya lo conocerán, no está de más recordar rápidamente las características del ARA San Luis, que fue el único submarino activo en el conflicto por parte argentina, si no contamos al vetusto Santa Fe. Lo primero, aunque evidente, es fundamental: el San Luis, un 209 de diseño y construcción alemana, era un submarino convencional y las limitaciones que tenía siguen siendo de aplicación a los submarinos convencionales modernos, algo paliadas en aquellos que cuentan con sistemas AIP.
Moviéndose bajo el agua por baterías, los submarinos convencionales se ven obligados a subir a superficie para recargarlas con sus motores diésel. Por supuesto, el ingenio que da nombre a esta página evita la necesidad de sacar el barco entero del agua, permitiendo a los motores respirar a través del esnórquel. Pero estar en cota periscópica y con mástiles fuera del agua sigue siendo la condición más vulnerable para el submarino, que puede ser detectado por radares o a la vista.
La gran limitación de las baterías es la autonomía y, de la mano de esta, la velocidad. En tránsito, el San Luis llegaba a pasar ocho horas al día haciendo esnórquel y, aunque era capaz de reducir esta cifra a unas tres horas en zona, nos da una idea de lo limitado que estaba. Además, esto era a velocidades muy bajas, pues a mayor velocidad los consumos se disparaban, suponiendo una gran limitación cuando se está intentando evadir a una fuerza antisubmarina, pues apenas hay margen de maniobra para escapar sin agotar las baterías.
Por otra parte, el San Luis era extraordinariamente silencioso cuando operaba con las baterías, tanto que los británicos dudaban que fuesen capaces de detectarlo con sonares pasivos. Esto les obligó a una política de transmisión activa, lo que aseguraba que el San Luis detectara antes a las unidades de superficie y helicópteros calando que estos a él. Los submarinos nucleares británicos, aunque apenas se usaron en el rol antisubmarino, mantuvieron una política sonar pasiva, pero siendo conscientes de su desventaja acústica.
Los medios antisubmarinos británicos dan fe del empeño puesto por Reino Unido en el conflicto: aviones de patrulla marítima Nimrod (aunque operaron desde lejos y poco pudieron aportar), los magníficos Sea King ASW volando desde los portaviones, los helicópteros más pequeños (solo como lanzadores de torpedos), 23 destructores y fragatas de siete clases distintas, cinco submarinos nucleares y uno convencional. De todos ellos, el Sea King, con su sonar calable, fue, sin duda, protagonista. Los sonares de casco de los escoltas estaban enormemente limitados, además de partir con una inherente desventaja frente al submarino.
Para analizar cualquier acción submarina o antisubmarina es esencial comprender el funcionamiento del sonar y, si bien el lector es probable que sea un entendido, no está de más un breve repaso para los que se enfrentan por primera vez a este asunto. El sonar es la contraparte submarina del radar, que en lugar de energía electromagnética usa ondas acústicas. Esto se debe a que la energía electromagnética se atenúa enormemente al atravesar el agua, mientras que el sonido se transmite con facilidad, aunque de forma algo caprichosa. Antes de analizar los posibles caminos que recorren las ondas sonar, conviene recordar que los sonares se dividen en dos: pasivos y activos. En el primer caso, el equipo solo escucha los sonidos del mar y, si es lo suficientemente sensible y el blanco suficientemente ruidoso, es capaz de detectar barcos, submarinos y otros emisores de sonido que pueden incluir la lluvia o animales marinos. En el segundo caso, el equipo emite una onda de sonido que, tras rebotar en el blanco, vuelve al emisor y proporciona la posición del objeto en el que ha rebotado.
A priori, podría parecer que los sónares activos son ventajosos, pero tienen un gran inconveniente. Si el emisor es capaz de escuchar el rebote de la onda sonora en el blanco, sin duda el blanco será capaz de escuchar esa onda de sonido. Al perder la onda fuerza a medida que se propaga, será más potente cuando llegue al blanco que cuando vuelva al emisor. Por tanto, es posible que un blanco reciba la onda de sonido pero el emisor no escuche el eco.
Las características del agua oceánica cambian en gran medida en sus distintas capas, resultando que el estudio del medio es fundamental en la guerra antisubmarina. Temperatura, presión y salinidad, en ese orden, son las características que más afectan a la transmisión de ondas sonar, tendiendo las ondas a ir hacia las zonas de menor velocidad. Junto a los fenómenos de refracción y reflexión, el cambio de estas características en las sucesivas capas da lugar a cuatro principales formas en las que aprovechar la transmisión del sonido con un sonar.
• Rayo directo o canal sonoro de superficie. Se da cuando la temperatura es más o menos constante y los rayos sonoros se ven afectados por la presión buscando las zonas más lentas, que están cerca de la superficie. Al incidir en la superficie, los rayos sonoros rebotan (reflexión) hacia abajo repitiéndose el proceso de curvatura (refracción) hacia arriba hasta que vuelven a la superficie. La profundidad que alcanza el rayo que llega más profundo de los que vuelven a la superficie se conoce como profundidad de capa. Por debajo de la capa, los alcances suelen ser muy cortos, pues los rayos que la atraviesan nunca vuelven hacia arriba.
• Rebote en el fondo: con grandes sondas y rayos sonoros que se curvan hacia abajo, puede darse que estos reboten en el fondo y vuelvan a subir. Tras rebotar en la superficie, podría repetirse el fenómeno. Debido a las pérdidas, no suelen ser aprovechables más que dos o tres rebotes.
• Zona de convergencia: la zona de convergencia es aprovechable cuando los rayos que se curvan hacia las profundidades vuelven a curvarse hacia arriba. Los alcances pueden estar alrededor de las 20 millas náuticas, pero no habrá detecciones en todo ese círculo alrededor del sonar, sino solo en un anillo de, aproximadamente, un 10% del alcance.
• Canal sonoro: los canales sonoros se producen en torno a un punto de mínima velocidad del sonido al que los rayos tienden a volver, curvándose en una trenza eterna dentro de una capa cuyos límites de profundidad tienen la misma velocidad del sonido. Su ventaja sobre el canal sonoro de superficie —o rayo directo— es que no sufre las pérdidas por rebote, obteniéndose alcances mucho mayores.
Ninguno de los sónares británicos en Malvinas estaba diseñado para explotar la zona de convergencia; las transmisiones por rayo directo tienen corto alcance por las pérdidas en los sucesivos rebotes, y menor aún por debajo de la capa; el rebote en el fondo necesita de unos fondos muy concretos y tiene muchísimas pérdidas. La opción remanente para los británicos fueron los canales sonoros, pero sin sonares de profundidad variable, los barcos no tenían acceso a estas capas. Por tanto, la detección quedaba en manos de los sonares calables de los Sea King.
El submarino HMS Valiant estimó sus alcances sonar para detectar al San Luis en 2000 yardas, ampliándose a 10 000 si estaba haciendo esnórquel. Análisis posteriores al conflicto son aún peores: 2000 y 5000 yardas de alcance con el sonar de casco de los submarinos. Casi con total seguridad, los alcances de los barcos de superficie eran peores, al verse afectados por el mayor ruido propio.
Otro aspecto interesante es que los escoltas, si bien solían estar orientados a una guerra, eran todos polivalentes, y la amenaza principal fue la aérea. Esto hizo que la mayoría de los barcos pasaran gran parte de la guerra maniobrando a altas velocidades que hacían que sus sónares estuvieran sordos (más todavía).
Teniendo en cuenta todo lo anterior, el San Luis se vio obligado a explotar sus ventajas (la acústica, principalmente) y paliar sus limitaciones. La primera medida fue entrar en zona con las baterías cargadas y operar a muy baja velocidad, además de posarse bastante en el fondo, para reducir los consumos y no tener que subir mucho a hacer esnórquel.
Operando en pasivo, aprovechaba su ventaja acústica de dos formas: siempre escucharía el sonar activo de un barco antes de que el barco lo escuchara a él y siempre escucharía la maquinaria de un barco antes que este la suya, pues los barcos son más ruidosos y más a altas velocidades.
A pesar de ello, el San Luis también utilizó el periscopio para confirmar contactos, a pesar del peligro de ser detectado visualmente o en el radar. Por desgracia, no tuvo muy buen funcionamiento el equipo de guerra electrónica, que debía haber avisado de la presencia de radares enemigos en las proximidades.
Otra táctica utilizada por el capitán de fragata Azcueta a los mandos del submarino argentino fue una de las tácticas antitorpedos más comunes: al ser consciente de que le habían lanzado un torpedo, lanzó uno propio en la dirección de la detección, con el objeto de poner nervioso al lanzador. Si el torpedo era filoguiado, cabía la posibilidad de que el atacante cortara la filoguía para hacer maniobras evasivas.
Por parte de las fuerzas antisubmarinas, se demostraron algunas de las tácticas más comunes en esta compleja guerra. Los británicos fueron conscientes de lo difícil que es cazar a un submarino, limitándose a una estrategia defensiva. Principalmente, protegieron a sus dos portaviones. Esto se hace rodeándolos de escoltas (destructores y fragatas) pero, por suerte, no hay que rodearlos en todo el horizonte. Al tener ventaja de velocidad sobre el submarino, las fuerzas ASW podían limitarse a cubrir los sectores proeles, donde tendría que estar el San Luis para alcanzar una posición de lanzamiento de torpedos. Por tanto, simplemente navegar a altas velocidades ya es una potente táctica contra submarinos convencionales, reduciendo los sectores a defender. Una cortina antisubmarina típica incluía sectores para fragatas a unas siete millas del grueso y una barrera de helicópteros entre la milla 12 y la 20. De contar con ellos, habrían usado a los aviones de patrulla marítima para hacer descubiertas por la proa.
Otra táctica antisubmarina usada en Malvinas consiste en navegar en zigzag, con un doble propósito. Primero, dificulta al submarino conocer exactamente nuestra posición futura, evitando que se preposicione por nuestra proa. Y segundo, le complica obtener nuestro rumbo y velocidad con sensores pasivos, para lo que necesita varias detecciones sucesivas y hacer un cálculo en el que asume que mantenemos rumbo y velocidad constante.
La clasificación estándar de contactos es uno de los santos griales de la guerra antisubmarina, intentando asegurar que se está seguro de que lo que se combate es un submarino. Aunque pueda parecer absurdo, no es tan sencillo, y los propios británicos lo demostraron en Malvinas poniendo en el agua más de cincuenta torpedos, de los cuales solo unos pocos realmente estaban dirigidos a un submarino.
Por un parte, esa alegría con la que ponían armas en el agua puede parecer una táctica desesperada, pero también tiene su razón de ser: se trata de acosar al submarino y asegurar que, de aparecer, se le pondrá un torpedo encima. El propio Azcueta admitió verse saturado y que el elevado número de explosiones submarinas le disuadió de aproximarse a la fuerza enemiga.
En definitiva, la guerra antisubmarina es vital en cualquier conflicto de importancia y Malvinas sigue siendo una de las mejores escuelas sobre este asunto. En un artículo mucho más detallado que podéis encontrar en mi blog https://www.fsupervielle.com/post/guerra-antisubmarina-asw-moderna, he hecho un análisis profundo, acompañado de imágenes, diagramas, esquemas y una larga infografía. En resumen, la guerra antisubmarina moderna es compleja y cara. Se necesitan equipos modernos y personal adiestrado «solo» para defenderte de un submarino. Pero es que eso ya es un éxito.
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