14 febrero 2024

Imagen: El País Si algo nos ha enseñado la Historia, es que se puede matar a cualquiera. Con esa lapidaria frase, Michael Corleone sentaba las bases del mundo criminal, pero con un asterisco: los policías son intocables. O mejor dicho, eran. Sin hacer spoilers de la legendaria trilogía de Coppola, parece que ese aforismo es cosa del pasado. O, tal vez, de estilo, códigos o simple pragmatismo. Asesinar a un policía era sinónimo de que el peso del Estado cayera de bruces sobre el malhechor. Hoy, todo eso ha cambiado. La lentitud del sistema judicial, el desinterés depositado en la lucha contra el narcotráfico y los pocos medios con los que Guardia Civil, Policía Nacional y Vigilancia Aduanera cuentan, contrastan con una política de muchos gestos y pocas nueces. Tras la operación Nécora en 1990, el narco dejó de ser visto como un benefactor, y la gente se concienció de que el polvo blanco que lamía las costas gallegas era el pasaporte directo a la cárcel o el cementerio. Aquel operativo policial no se tradujo en el fin del problema, pero sí se le puso coto: se acabaron los vistosos pazos o los coches deportivos por la ría de Arosa. Al menos, de cara a la galería. Sin embargo, en el sur, este negocio tan lucrativo hizo que otros tantos también perdieran el norte: si Galicia estuvo a punto de ser la Sicilia española, Cádiz va camino de convertirse en nuestra particular Sinaloa. Los narcos disponen de gomas ―zodiacs de hasta doce metros de eslora como la que se llevó la vida de los guardias civiles― cruzando el Estrecho en tiempos de récord, drones e incluso submarinos para que el hachís llegue al sur de España y, desde ahí, a los mercados europeos. Lo inédito de este caso ha elevado la situación de grave a preocupante. La coyuntura en Barbate, Algeciras, la Línea de la Concepción y en el campo de Gibraltar en general recuerda a la vivida en Galicia en los años ochenta. Los frutos de una tierra rica en algodón, trigo, maíz y vid han germinado en forma de esa pasta parduzca que proviene, no de la campiña de Cádiz, sino de la cordillera del Rif. Aquí cabe preguntarse a quién beneficia todo esto. La respuesta a esa pregunta, sea persona, institución o país, aclarará muchas dudas. El paro genera narcotráfico y el narcotráfico provoca que los jóvenes, a sabiendas de un futuro laboral poco prometedor en la provincia con más desempleo de España, se embarquen en este tipo de actividades. Y con un añadido nunca visto: el infame jolgorio de quienes se creen impunes jactándose del sinsentido de las vidas truncadas. No nos engañemos. Siempre hubo tráfico de drogas y siempre lo habrá. El tungsteno de estraperlo en la posguerra derivó en el Winston de contrabando, ya en la democracia. A la demanda inelástica de estas sustancias hay que sumarle una oferta ilegal que encuentra en torno a la cultura del narco su propio cortijo. Esto queda reflejado hasta en la ficción: pasamos del smoking de James Cagney al chándal de Tony Soprano. Y si el arte es un trasunto de la realidad, los luctuosos hechos del pasado fin de semana en Barbate superan cualquier ficción.

 

Investigadores del Laboratorio de Investigación Aplicada de Penn State llevan trabajando desde 2016 en una tecnología que permitiría construir submarinos tripulados capaces de viajar a velocidad supersónica bajo el mar, llegando a un teórico Mach 3 (3.704 km/h) utilizando un fenómeno físico conocido como supercavitación. Como referencia, el submarino más rápido de la historia —el K-222 soviético— solo fue capaz de alcanzar los 44,7 nudos (82,8 km/h).

La supercavitación no es un concepto nuevo. Básicamente, es una burbuja gigante que permitiría que la nave avanzara sin resistencia alcanzando velocidades impensables para un vehículo subacuático.

Sabemos que la burbuja reduce la resistencia a la fricción del agua al envolver la nave en una burbuja de gas porque ya lo hemos probado. La tecnología fue descubierta y aplicada por primera vez por científicos de la Unión Soviética en el VA-111 Shkval, un torpedo armado con una cabeza de más de doscientos kilos de explosivos que avanzaba propulsado por un motor de cohete de combustible sólido. Su velocidad de lanzamiento era de 93 km/h, pero llegaba a más 200 nudos (370 km/h), un límite impensable para los torpedos típicos, que solo llegan a unos 90 km/h. El prototipo de torpedo Barracuda alemán, que también utiliza supercavitación, podría alcanzar los 400 km/h.

 

La supercavitación se basa en la creación de una burbuja de cavitación alrededor del vehículo, típicamente iniciada en su proa y mantenida por el movimiento hacia adelante. Esta burbuja, según han observado, reduce la resistencia al permitir que el objeto viaje a través de gas en lugar de líquido. Como el gas tiene una densidad y viscosidad mucho más bajas que el agua líquida, la fuerza de arrastre se reduce drásticamente, permitiendo velocidades mucho más altas bajo el agua.

Pero aunque funciona para objetos pequeños como los torpedos, la supercavitación para submarinos tripulados o drones se enfrenta a desafíos enormes, principalmente la dificultad de manipular la dirección utilizando métodos convencionales. Los investigadores de Penn han estado llevando a cabo experimentos en el túnel de agua Garfield Thomas para comprender y controlar cómo funciona exactamente la supercavitación con el objetivo de estabilizar la burbuja alrededor del submarino.

Los retos de la alta velocidad submarina​

Otro de los grandes problemas es la propulsión. Las hélices submarinas tradicionales son incapaces de generar el empuje necesario para alcanzar velocidades supersónicas y la imposibilidad de funcionar bajo la supercavitación que envolvería el submarino, reduciendo su rendimiento y causando daños estructurales.

 

Para realizar este sueño de la Marina de los EEUU (que es quien paga esta investigación), se necesitaría propulsión a chorro como un motor de cohete submarino. Esto en sí mismo es un desafío tecnológico tremendo.

placeholderEl torpedo soviético que triplicaba la velocidad de los actuales gracias a la supercavitación.
El torpedo soviético que triplicaba la velocidad de los actuales gracias a la supercavitación.

El tercer gran reto es dirigir un buque de este tipo. En un estado de supercavitación, las superficies de control como los timones y los alerones son ineficaces porque están diseñadas para interactuar con el agua, no con el gas. Para cambiar de dirección sería necesario desarrollar medios alternativos de control direccional, quizás utilizando el empuje vectorial con motores adicionales al estilo de una nave espacial— o la manipulación de la forma de la supercavidad.

 

Por último está la necesidad de mantener la integridad de la supercavidad a largas distancias y a velocidades variables, otro problema complejo en el que están trabajando. La burbuja debe ser estable y consistente para proporcionar el efecto de reducción de la resistencia mientras se ajusta a los cambios de velocidad y dirección. Además, los sistemas internos del vehículo —como el soporte vital— deben adaptarse para hacer frente a las fuerzas y tensiones asociadas.

El inevitable ruido

Un vehículo así sería extremadamente rápido si se consigue, pero es probable que el ruido generado sea más que notable. Esto no solo lo haría fácil de detectar en aplicaciones militares —que buscan el sigilo y pasar totalmente inadvertidos por las defensas enemigas— sino que además puede afectar a la vida marina. Las ondas de choque y las turbulencias creadas también podrían plantear peligros para la navegación de otros navíos.

 

La idea de viajar de NY a San Sebastián a tomarse unos pinchos en una hora, sin embargo, es emocionante. Algo realmente del futuro. Pero la realidad es que los obstáculos tecnológicos son sustanciales y requerirían de serios avances en dinámica de fluidos, la ciencia de materiales, la propulsión y los sistemas de control. De ahí el trabajo de investigación del laboratorio pagado por la US Navy: primero hay que ver si es factible a nivel económico aunque lo sea a nivel teórico.

 

Sin embargo, sí hay aplicaciones militares que den una ventaja a los EEUU, es probable que terminemos viendo un sistema así en un futuro probablemente bastante lejano.

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