Aunque nunca han sido amarillos más que en la canción de The Beatles, ni rosas, como en la deliciosa película de Blake Edwards (Operation Petticoat, 1959), los submarinos nos han llamado la atención desde su invención. Incluso, el genio de Julio Verne no pudo sustraerse a la magia del submarino y escribió dos obras con un protagonista indiscutible, el Nautilus el fantástico navío de “Veinte mil leguas de viaje submarino” (1871) y “La isla misteriosa” (1875).
Pero es en España donde existe una mayor y más antigua tradición submarina. Sí, sí. Así es, aunque no se lo crean. En el siglo XVI, podemos encontrar en un escrito, el “Opusculum Taisnieri” (Colonia, 1562), una tosca descripción de una prueba submarina llevada a cabo en Toledo: «dos griegos entraron y salieron varias veces del fondo del Tajo ante en la presencia del emperador Carlos V, sin mojarse y sin extinguirse el fuego que llevaban en sus manos». Claro que, durante toda la Edad Media, se conocen versiones castellanas de un relato muy antiguo que hacía bajar al fondo del mar en una bola de cristal, nada menos que a Alejandro el Macedonio.
El aparato toledano era una especie de campana hermética, que sería más bien una primitiva Batisfera, cuyo invento se debe a los estadounidenses William Beebe y Otis Barton en 1930, una especie de bola sumergible pendiente de un cable de la que se tienen noticias en España en 1678, cuando la llamada “Campana catalana” es probada en el Mediterráneo. Las batisferas son las predecesoras de los actuales batiscafos, (un invento de Auguste Piccard en 1948), ya autopropulsados.
Pero, en todo caso, no fue el único intento español de construir un artilugio con el que recorrer el fondo marino, ya que, mucho antes, en 1602, el ingeniero navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont (1553-1613) realiza una prueba con un ingenio submarino nada menos que en aguas del Pisuerga, en Valladolid, ante el asombrado público que presenció la prueba aquel 6 de agosto, incluido el rey Felipe III.
Aunque diseñó una suerte de “barca submarina” (la documentación se encuentra en el Archivo General de Indias), en Valladolid probó otro invento suyo, un “traje de buceo” con el que un hombre pudo descender a más de tres metros por debajo del nivel del agua, y por más de una hora. Es la primera vez que se documentó una inmersión submarina.
Ayanz, caballero de la orden de Calatrava y Administrador General de Minas del Reino (desde 1587), entre otras muchas ocupaciones y aficiones (cosmógrafo, pintor, compositor…) fue un gran inventor español que no se conformó solo con este logro (hasta 48 patentes le fueron reconocidas por privilegio real), pues sus contribuciones a la mejora del trabajo de minería son numerosas, como una máquina de vapor (antes de que James Watt patentara la suya un siglo y medio más tarde) para achicar el agua en las minas. Sin embargo, tristemente es poco o nada conocido en España.
En el siglo XIX, otro español, Cosme García Sáenz (1818-1874), realiza una prueba en Alicante con un vehículo submarino que patentó en agosto de 1860 y que llegó a mandar construir (en la empresa Maquinista Terrestre y Marítimade Barcelona) para exhibirlo ante Isabel II.
Pero no se llegó a financiar y el aparato quedó anclado en el puerto de Alicante hasta que su hijo, algunos años más tarde, lo hundió en el mar (se conservan los planos), ante un requerimiento oficial de que lo retirase. Y es que no tuvo el riojano mejor suerte que su antecesor Ayanz, pues a una intensa vida dedicada a procurar adelantos casi inverosímiles (construyó innovadoras máquinas selladoras para las oficinas de Correos, desarrollo una imprenta a base de rodillos que distribuían la tinta, creó una máquina timbradora para la Casa de la Moneda, inventó una carabina de retrocarga…, hasta patentó su submarino en París con el nombre que ya utilizara Ayanz, “barca submarina” o Bateau Plongeur) le siguió una muerte en el olvido y la indigencia a los 55 años. Dos submarinos de la Armada española, uno en 1917 y otro en 1972, llevaron el nombre de Cosme García como tardío reconocimiento.
De principios del siglo XIX se sabe también de la existencia de un diseño llevado a cabo por el cordobés Rafael Covó que no llegó nunca a construirse. El que sí que se construyó fue un ingenio diseñado por un personaje del que solo se sabe que se apellidaba Cervó y que podía ser de origen francés o catalán. En 1831, en el puerto de Barcelona, se dispuso a probar la idoneidad de su invento, una esfera de madera con una portezuela acristalada de observación, sujeta a un buque, pero el peso era excesivo y el ingenio acabó destrozado por la presión del agua y muerto su ocupante.
Los submarinos militares, por su parte, fueron también un invento temprano. Se sabe del Turtle, de invención estadounidense, para una sola persona y por tracción humana, que ya se utilizó y fue hundido en la Guerra de Independencia de ese país… y también del Nautilus, un submarino francés diseñado por Robert Fulton en 1800, pero que terminó por fracasar en unos años. Es entonces cuando se conoce el ingenio que Cosme García Sáez patentó en París, pero el inventor rechazó la oferta hecha por Napoleón III. Muchos fueron los aparatos submarinos que se diseñaron o pusieron en marcha entonces al servicio del enfrentamiento naval durante las guerras anteriores a la Primera Guerra Mundial de 1914, por ejemplo, durante la Guerra ruso-turca de 1877. Pero aún quedaba mucho camino para estos navíos y, de nuevo, fue un español el que vino a solucionar uno de sus principales problemas: la propulsión humana.
El primer submarino de impulsión mecánica (por aire comprimido) del mundo, el Plongeur (1863), fue un invento francés, pero el militar y científico español, Isidoro Cabanyes y Olcinellas (1843-1915) es quien va a dar un paso importe en el desarrollo de la navegación submarina. De Cabanyes se conocen varios inventos: un torpedero submarino de gran transcendencia futura; la maquinaria que realiza para la industria del carbón artificial; un regulador de aire comprimido (una patente presentada en Francia en 1873) que pudo utilizarse para propulsar un tranvía en 1877 y en las máquinas utilizadas en la construcción del Túnel de San Gotardo… Y varias patentes más relacionadas todas ellas con las aplicaciones de la electricidad (un acumulador de energía, una pila eléctrica…), entre las que se encontraba un proyecto para construir un submarino eléctrico que presentó junto con el ingeniero Miguel Bonet en el Ministerio de Marina y en la Academia de las Ciencias española, pero que no se llevó nunca a término (la Marina estaba más interesada en el diseño Peral en aquellos momentos).
El invento más notorio de Cabanyes fueron las llamadas Torres Solares (motor aero-solar, patentado en 1902), probadas por primera vez en Cartagena, y que consistían en un ingenio para obtener electricidad con unas altísimas torres a las que se aplicó una turbina que funcionaba mediante las corrientes de aire, previamente calentada por la radiación del sol. Junto a Luis de la Mata, presenta su invento en la Exposición Industrial madrileña de 1907. Sin embargo, la primera construcción se realizó en Alemania en 1931 y las patentes fueron concedidas en los años setenta a EEUU, Canada, Australia e Israel.
Antes que Peral es Narciso Monturiol (1819-1885) quien diseña el primer submarino de propulsión anaeróbica, (a vapor), el Ictíneo II, apenas un año más tarde que el Plongueur francés, en 1864. El primer submarino militar de propulsión eléctrica y armado con torpedos, era botado el 8 de septiembre de 1888 y puesto al servicio de la Armada española por el ingeniero marino, Isaac Peral y Caballero (1851-1895), y fue uno de los ingenios utilizados en la Guerra hispano-cubana del 98. Los submarinos de guerra entraban en la leyenda.
Aunque se utilizaran también durante la Gran Guerra, la evolución de los submarinos fue decisiva durante la Segunda Guerra Mundial, donde las naves de la Kriegsmarine alemana se enfrentaron a las poderosas armadas aliadas. La más conocida fue la Batalla del Atlántico, donde los U-Boot alemanes se las vieron con a la práctica totalidad de la escuadra británica y los buques estadounidenses. Sin embargo, la flota rusa de submarinos fue la más potente en la contienda y la que más submarinos alemanes hundió.
Durante la posterior Guerra Fría, con el enfrentamiento diplomático de bloques, aderezado con la siempre terrorífica amenaza de una guerra nuclear, es cuando los submarinos atómicos alcanzan su más preocupante protagonismo. Como siempre, el cine se encargó de hacernos llegar todas esas sensaciones, con películas como “Duelo en el Atlántico” (The Enemy Below, 1957) de Dick Powell, basada en la mencionada Batalla del Atlántico; “La Caza del Octubre Rojo” (1990) de John McTiernan, sobre un “perdido” potente submarino nuclear ruso; o la comedia con la que iniciaba este artículo “Operation Petticoat” (1959), de Blake Edwards, donde un submarino rosadespierta recelos entre enemigos y aliados.
Curiosamente, el cine español no se ha prodigado en este tipo de cine de “submarinos” y solo he encontrado una comedia, la titulada “Tritones, más allá de ningún sitio” (2009) de Julio Suárez Vega, donde la nave y su tripulación están asignadas a la Consejería de Marina de Castilla y León… volvemos al Pisuerga.
AlmaLeonor_LP
Fuentes: Wikipedia, Filmaffinity, Javier Coria, Tecnología Obsoleta, España Ilustrada, Domus Pucelae, Vallisoletvm, Blogthinkbig.com , Submarinos, un mundo en profundidad, “Isidoro Cabanyes y las torres solares” (2014) Ministerio de Defensa (googlebooks).
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