02 diciembre 2017

Tenemos submarinos de guerra: ¿para qué?

La Armada Nacional tiene cuatro y una historia operativa de 45 años, en los que ha evitado tragedias similares. Un debate entre la defensa
de la soberanía y la carrera armamentística.
Los sumergibles para guerra naval con que cuenta el país son el Pijao, el Tayrona, el Intrépico y el Indomable, que patrullan tanto en el Atlántico como en el Pacífico. / Cortesía Ministerio de Defensa


Si en algún lugar de Colombia se vive el drama de la nave argentina ARA San Juan y sus 44 tripulantes, entre ellas la primera mujer especialista a bordo, Eliana María Krawczyk, es en la Escuela de Submarinos de la Armada en Cartagena. En esas aulas y a bordo de las naves nacionales se ora por la vida de sus colegas y por la de los marinos colombianos, pues la arriesgan cada vez que se sumergen en los océanos Atlántico y Pacífico.
La emoción se resume en palabras de Roy Reason Arrieta, submarinista colombiano especializado en propulsión y electricidad. Vía Facebook mandó una carta de solidaridad con “esos 44 locos”. Cuenta lo difícil que es ejercer una de las profesiones más peligrosas. Él era un recién graduado en la época en que se produjo la tragedia del Kursk, que colapsó el 12 de agosto de 2000 en el gélido mar de Barents, al norte de Rusia, luego de que una filtración de aceite generara varias explosiones y la muerte de sus tripulantes. “Por primera y única vez sentí miedo de lo que me hacía sentir orgulloso… el imponente submarino nuclear ruso desaparecía en el fondo del océano con 118 hijos de Neptuno... En casa, el temor por el suceso inclinaba las súplicas de mi madre: ‘Mijo, sálgase de eso, andar debajo del agua es muy inseguro’”. Pero a él “jamás” se le pasó por la cabeza renunciar.
Es uno de los 300 hombres -en Colombia las mujeres no tripulan submarinos, sí corbetas- que ayudaron a convertir el submarinismo en “el arma silente” de la Armada, que el pasado 6 de noviembre celebró 45 años con la graduación de un nuevo curso de oficiales y suboficiales dispuestos, como dice Roy, “a retar a la muerte”.
Al desempolvar archivos militares sorprende saber que entre abril y septiembre de 1972 fueron los peruanos quienes enseñaron a 48 marinos colombianos las primeras lecciones de submarinismo antes de que se formaran en Alemania y Holanda para comandar por cuenta propia el ARC Intrépido y el ARC Indomable, los primeros sumergibles en llegar al país. Fabricados en el astillero Cosmos, en Livorno, Italia, eran modelo SX-506, con 24 metros de eslora -largo- y dos metros de manga -ancho-, espacio justo para 17 uniformados. 
El Intrépido llegó el 7 de agosto de 1972 y el 17 de abril de 1973 fue habilitado por el presidente Misael Pastrana. Su primera inmersión fue a 30 metros de profundidad, frente a la bahía de Cartagena, el 6 de noviembre siguiente. De ahí la fecha de celebración. El 3 de julio de 1974 se sumó el Indomable.
Incluían lanchas submarinas que se acoplaban a los lados y les permitía a los comandos anfibios hacer inteligencia a baja profundidad cerca de las costas. Esto después sirvió en operaciones contra grupos armados ilegales, desde guerrilleros hasta narcotraficantes.
Sin embargo, pensando en la defensa del territorio nacional ante amenazas de otros países, el Gobierno Nacional aprobó la compra del ARC Pijao y el ARC Tayrona, los submarinos más poderosos que ha tenido la Armada y que son casi iguales al argentino San Juan: “Submarinos diésel, eléctricos, modernos y silenciosos”. Los bautizaron así en memoria de dos de las culturas indígenas del país más guerreras, sabias y valientes. Razón por la que los comandantes hablan de su tropa como “tribu”. 
Tienen eslora de 56 metros, manga de seis metros y capacidad de desplazamiento de 1.200 toneladas. “Descomunales ballenas de amianto” -les cae bien la descripción de García Márquez en “El último viaje del buque fantasma”-, en las que décadas después Roy aprendió a defender “el azul de la bandera” desde las que él llama las más modernas “latas de sardinas”.
Quienes lucen en el pecho, sobre el uniforme blanco, la insignia del submarino dorado en forma de ballena, con el escudo besado por dos delfines, hablan de “la defensa de la plataforma submarina de Colombia”, mientras movimientos como Greenpeace los señalan como promotores de la carrera armamentista y contaminadores del mar.
La historia surge aquí en la transición del gobierno de Carlos Lleras Restrepo al de Misael Pastrana, finales de los años 60 y comienzos de los 70, cuando el Consejo de Seguridad y Defensa Nacional decidió que, en plena Guerra Fría, Colombia no debía quedarse atrás en estrategias de protección fronteriza y política naval, y que los submarinos habían demostrado desde la II Guerra Mundial ser un “arma disuasiva indispensable”.
El 23 de octubre de 1970 el Consejo de Ministros aprobó la compra del Pijao y el Tayrona a las sociedades alemanas Ferrostaal, de Essen, y HDW, de Kiel. Mientras se construyeron en acero HY-80 (uno se terminó en mayo 1974 y el otro en junio de 1975), continuó la formación de tripulaciones en escuelas en Brasil y España, al igual que el montaje logístico, primero en Barranquilla y luego en Cartagena, a donde llegaron instructores estadounidenses, debido a que los manuales de construcción son de Estados Unidos.
 Roy reconoce que el entrenamiento físico y técnico lo pueden pasar muchos, pero el psicológico no. Cualquier asomo de desubicación espacial, ansiedad o neurosis queda en evidencia en la prueba de cámara hiperbárica y el candidato es descartado, porque uno solo que falle pone en riesgo la seguridad de todos. “Se les realiza una prueba psicológica muy rigurosa por los espacios reducidos a los que se van a enfrentar y la convivencia con sus compañeros acorde al estrés de cada operación a la que se enfrenten a bordo”, explica en un video de la Armada el capitán de Navío Luis Felipe Rojas, director de la Escuela de Submarinos. Y deben superar 30 pruebas médicas más.
El perfil profesional es similar al de un astronauta. La diferencia es que el submarinista trabaja en la oscuridad de las profundidades y es entrenado para trabajar a ciegas y para hacer la labor de al menos uno de sus compañeros por si éste enfermara. Todo pensando en contingencias. No sólo leen sobre Submarinos Convencionales de Ataque (SSK), oceanografía, electrónica, motores diésel, estrategia de guerra naval, resistencia de materiales, calentamiento global, sino las 20.000 leguas de viaje submarino de Verne y el Ensayo sobre la ceguera de Saramago.
Roy explica cómo enfrentó durante nueve años la mayor situación de claustrofobia: “Escuchar antes de cada zarpe la prueba de vacío, cerrar la escotilla principal, eran para mí cucharadas de adrenalina”. Y luego vivir en carne propia, por días o semanas, las sensaciones que había imaginado en la atmósfera submarina de Julio Verne: “40 hombres en 40 metros² de forma cilíndrica, durmiendo entre torpedos, combustible, 480 baterías de 500 kilos cada una, una cocina, dos minibaños, 36 literas para dormir a veces donde otro se despertaba y mil incomodidades más. A merced de la presión del océano que hacía sonar el metal del casco con cada metro de profundidad”. La única opción es confiar en lo aprendido mientras se “comparte el mismo aire con hombres que arriesgan su vida igual que yo, por honor, por orgullo, por valor o patriotismo”. Piensa de nuevo en los submarinistas argentinos: “Seguramente son hombres altamente entrenados; su principal enemigo es el tiempo, el oxígeno escasea lentamente, las baterías se descargan, el ambiente se vicia con el olor del viejo acero, el Co² y hasta el propio olor característico del submarinista que ya impregnado no percibes, la desesperación llega cuando la impaciencia apremia”.
El submarinismo militar se hizo realidad en Colombia a través del Plan Tritón, un “secreto de Estado”, para consolidar la Fuerza Submarina de la Armada, plasmada por primera vez en un documento fechado el 5 de octubre de 1968. En más de cuatro décadas, las rutinas de soberanía no han sido cosa fácil. Han enfrentado emergencias que pudieron terminar como la vivida en Argentina. 
El Pijao S-28 hizo agua en inmediaciones del islote de Malpelo en 1993. Los registros indican que se filtraron a uno de sus compartimentos el equivalente a diez toneladas de agua y la popa -cola- tendía hacia una situación crítica definida como “punta de aguja”. Si la nave llega a la posición vertical caerá por gravedad al fondo del océano e implosionará luego de los 350 metros, el límite de resistencia de materiales de estos modelos frente a la presión oceánica. La pericia de la tripulación permitió salvarla y anotar la experiencia en bitácora para aprender la lección.
También hay datos de una emergencia del ARC Tayrona del 7 de septiembre de 2014, que según el portal infodefensa.com, ameritó “intensos trabajos de reparación y revisión de sus sistemas”. Había sido enviado a participar en el ejercicio multinacional Unitas 55 en Perú y “a su paso por el Canal de Panamá, sufrió una falla de su sistema de propulsión provocando un alto total de los motores. Se vio obligado a regresar a su base en Cartagena. El día 15 ingresó en un hangar de Cotecmar para ser reparado por técnicos colombianos e ingenieros alemanes”.
La responsabilidad es grande -que lo diga Roy-, pero el adiestramiento les permite estar tranquilos y concentrados en turnos de seis horas durante las que detectan embarcaciones dedicadas a actividades ilícitas, recolectan información de inteligencia en costas y mares, apoyan cruceros de investigación científica con datos meteorológicos e hidrográficos, o participan en intercambios de entrenamiento con marinas de países europeos, suramericanos y de Estados Unidos, al igual que en operaciones como Unitas y la operación Morro Castle con la OTAN.
 En los últimos años, han detectado no menos de 70 semisumergibles usados por los carteles del narcotráfico para transportar cocaína hacia Centro América. En ese confinamiento tienen zona de esparcimiento y no falta oratorio y altar para la Virgen. En el Pijao también se acude a las cábalas de buena suerte: una herradura y un muñeco marinero llamado “Chafi”.
Con ese tipo de información realizan simulacros como el de febrero de este año en el que navegantes apoyados por unidades aéreas y guardacostas de la Armada rescataron un tripulante del submarino ARC Intrépido cerca de Cartagena. Maniobra similar a una real de 2014, cuando los colombianos atendieron el llamado de un submarino peruano y rescataron a un tripulante enfermo. El entrenamiento básico requiere dos años y cuatro fases desde que practican en lanchas submarinas hasta las inmersiones en los 209 vistiendo el overol antifuego. A Roy su padre y sus amigos le repetían: “Ser submarinista cuesta y es para siempre”. Hasta la muerte.
Del lado de los críticos surge la pregunta: ¿Tiene sentido asumir multimillonarios gastos operacionales para hacer presencia simbólica en la profundidad de los mares y en prevención de un conflicto? La mayor justificación para la Armada llegó hace 30 años, luego de que el 9 de agosto de 1987 se desatara una crisis con Venezuela porque la corbeta Caldas entró a aguas del golfo de Coquivacoa, frente a La Guajira, y el país vecino pensó en declarar la guerra. Los submarinos colombianos permanecieron un mes sumergidos, sigilosos, incluso bajo las corbetas venezolanas, a la espera de una orden de ataque con sus 14 torpedos de combate SST4. El incidente se salvó con diplomacia y demostró la importancia del factor submarino de las Fuerzas Militares de Colombia. Una hipotética guerra con Venezuela pasó a ser la segunda prioridad de la defensa nacional después del conflicto interno, más con la llegada al poder de Hugo Chávez en 1999.
 Otro punto de quiebre fue el litigio marítimo con Nicaragua luego de que la Corte de La Haya le concediera en noviembre de 2012 no menos de 75 mil kilómetros cuadrados del archipiélago de San Andrés. Desde entonces el presidente Daniel Ortega intensificó su alianza militar con la Federación Rusa para crear la Armada Nacional. Luego negoció submarinos con Vladimir Putin.
 Mauricio Jaramillo Jassir, del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad del Rosario, le había explicado a este diario: “Se trata de estrategias consistentes en acumular tal nivel de capacidades militares que el uso de la fuerza sea inviable. Es decir, cuando un Estado se arma con fines disuasivos busca convencer de que el uso de la fuerza es la más costosa de todas las opciones”. La lógica de la carrera armamentista.
Según el Plan de Defensa Nacional Orión, entre 2010 y 2013 se hizo la modernización del Pijao y el Tayrona con sistemas de combate Atlas Electronik, torpedos DM2A3 Seehecht, periscopio de búsqueda Cassidian Optronics, baterías Exide Technologies y nuevo sistema de propulsión. Implicó desarmarlos con mano de obra colombiana y asesoría alemana en el astillero de Cotecmar en Cartagena. 
¿Cuánto más durarán con garantías de seguridad? Mínimo hasta 2030, año en que se completa la Fuerza Defensiva Oceánica (FDO). Esto si los ciclos de mantenimiento los siguen aprobando como “altamente operativos” y “los más modernos de Latinoamérica”. Pueden detectar a 40 o 50 millas náuticas (80 kilómetros) a la redonda motores de lanchas, buques y todo tipo de naves.
El Pijao volvió de Estados Unidos donde se actualizó en entrenamiento de guerra con la Marina de ese país como lo hace desde 2004. En promedio navega 7.000 millas náuticas por año y cuenta con 40 tripulantes como el suboficial Edwin Escobar, con 17 años de experiencia, jefe de la unidad de guerra y dos hermanos también submarinistas.
Aún así, los 209 son muy criticados en Argentina, no sólo por la tragedia del San Juan, sino porque la única vez que fueron usados en batalla, en el conflicto por las Malvinas con Inglaterra, los calificaron como “altamente deficitarios” porque atacaron tres veces blancos enemigos y fallaron. Eso fue en 1982. En Colombia han sido perfeccionados. Claro que distan mucho de los “submarinos de lanzamiento estratégico” de las potencias o de Corea del Norte, capaces de disparar misiles teledirigidos con cabezas nucleares.
Ahora están respaldados por los 206 Alpha, más pequeños y “ágiles”, bautizados como ARC Intrépido y ARC Indomable, los mismos nombres que tenían los italianos retirados del servicio en 2013. Fabricados en 1973 en Alemania, el Gobierno colombiano los compró en 2012 y los sometió a “repotenciación” de tres años en sistemas de navegación, rastreo y armamento, aparte de un proceso de “tropicalización” por haber sido fabricados pensando en los mares del norte que navega la Deutsche Marine. Cuentan con cascos amagnéticos, para no ser detectados por radares enemigos, sistemas guerra electrónica y de control de armas Atlas, ocho tubos lanzatorpedos, minas, sonares, sistemas de control de tiro, otros para extinción de fuego y última tecnología de posicionamiento satelital GPS. Costo: 110 millones de euros. Los 209 están avaluados en más de 300 millones.
El presidente Juan Manuel Santos recibió en noviembre de 2015 al Intrépido, que llegó a Cartagena luego de 17 días a bordo de un buque mercante. Con sus 500 toneladas de desplazamiento, 49 metros de largo por 4,5 de ancho, alberga 24 tripulantes. Se divide en cuatro compartimentos de proa a popa: uno de torpedos, el puesto central, el de controles y el de motores. Sobre ellos está el puente donde va la tripulación, todos con sistema de aire acondicionado. Tiene dos escotillas que le permiten al capitán navegar en superficie cuando entra o sale de un puerto. “La importancia estratégica de estos submarinos para el país es indiscutible”, dijo el jefe de Estado.
Este tipo de inversiones han generado desde los años 70 denuncias por posibles irregularidades que se han quedado en los archivos, como los 5.000 folios que permanecen en la Unidad Anticorrupción, desde que fue fiscal general (e) Guillermo Mendoza Diago, a raíz de que el semanario alemán Der Spiegel denunció sobornos millonarios en países como Colombia. 
Hay otro expediente en la Contraloría General contra el Plan Orión, años 2008 y 2009. La Contraloría Delegada para el Sector Defensa concluyó, para citar un caso, que la alemana Ferrostaal sí fue oferente de un contrato por 69 millones de euros para el mantenimiento de los submarinos oceánicos de la Armada, firmado en diciembre de 2008, pero que fue HDW (aliada de la primera) la que se quedó con el negocio. “Las contrataciones entre Ferrostaal y HDM, que hacen parte de la denuncia, constituyen hechos conocidos con anterioridad, sobre los cuales se adelantaron las investigaciones fiscales que concluyeron en autos inhibitorios”. 
En el año 2000 la Contraloría advirtió que el Ministerio de Defensa y la Armada le pagaron a Ferrostaal AG US$7,3 millones por la entrega, montaje y mantenimiento de dos baterías principales para submarinos oceánicos tipo 209 con irregularidades como: los certificados de disponibilidad presupuestal por mil y cuatro mil millones de pesos “presentan un concepto diferente al expedido por el jefe de presupuesto”. Los bienes fueron suministrados “sin que se realizaran los informes de supervisión correspondientes, situación que refleja la falta de control por parte de la Armada”.
En todo caso, lo ocurrido en Argentina reabre el debate en Colombia para prestarle más atención a este tipo de inversiones y operaciones. Una fuente de alto nivel del sector Defensa le dijo a El Espectador: “Lo único demostrado es la eficiencia de nuestra Armada. Una vez tengamos el informe de lo que realmente ocurrió allí con el ARA San Juan, la institución estudiará el caso para prevenir cualquier tragedia similar aquí”.
Las cenizas del padre de Roy están en el fondo del Atlántico. Evoca su espíritu: “Si puedes hablar con Neptuno avísale que hay 44 tripulantes valientes, en un submarino argentino en la inmensidad del mar esperando un milagro”. Con razón al escritor colombiano Álvaro Mutis lo atraían “la gracia de medusa metálica de los submarinos” y “ la gloria de la muerte”.

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