El submarino S-81 Isaac Peral, el primero de los cuatro de la serie S-80, ha superado con éxito las últimas pruebas de navegación y está prevista su entrega a la Armada para el 30 de noviembre. A continuación, un extracto del libro El programa S-80: dos décadas luchando por mantenerse a flote (Catarata, 2023), de Christian D. Villanueva, fundador y director de la revista Ejércitos.
A finales de los años 90, la Armada vivía un periodo de esplendor como no se había visto desde siglos atrás, posiblemente desde tiempos de Felipe V, José Patiño y el marqués de La Ensenada. No se trataba tanto de la cantidad de nuevos buques que entraban en servicio, como de su calidad y del conjunto de capacidades de las que había logrado dotarse en los años anteriores. Mediante los orgullosos grupos ALFA y DELTA, la Armada estaba en situación de proyectar el poderío naval español a miles de kilómetros en lo profundo del Océano Atlántico y del mar Mediterráneo, e incluso más allá. Es más, podían hacerlo también tierra adentro y con garantías gracias a una Infantería de Marina potente y bien pertrechada y a una aviación naval que no le iba a la zaga.
Vista en retrospectiva, la segunda mitad de los noventa y los primeros años del siglo que vivimos podrían considerarse como una auténtica edad de oro, en la que la Armada podía —y en muchos aspectos aún puede, que nadie lo olvide— medirse de tú a tú con algunas de las principales marinas de guerra de la OTAN y, por supuesto, con cualquier posible enemigo dentro de nuestra área de interés. Ahora bien, si miramos este periodo con cierta nostalgia no es porque se haya sufrido algún tipo de derrota como las de 1805 o 1898, sino porque quien más, quien menos, percibe que en los últimos años se han ido perdiendo parte de esas capacidades. Una de ellas, crítica, tiene que ver con la guerra submarina y antisubmarina.
En pocos años, la Flotilla de Submarinos (FLOSUB) ha pasado de contar con ocho buques de las series S-60 y S-70 (4+4) a disponer de apenas dos de estos últimos, a los que además se ha debido alargar su vida útil para aguantar hasta la llegada de los S-80. En el caso de la Patrulla Marítima la situación es peor si cabe, pues la baja del último P-3M ha dejado al Ejército del Aire y del Espacio huérfano en este aspecto. La aviación naval, por su parte, aunque sigue disponiendo de una docena de aviones AV-8B+ Harrier II y terminará equipando los deseados Lockheed Martin F-35B Lightning II, tiene por delante años duros hasta que esto ocurra. Además, la falta de una segunda cubierta sigue penalizando, tras la triste baja sin relevo del R-11 Príncipe de Asturias.
Para más inri, este proceso de pérdida de capacidades coincide con un preocupante aumento de estas en las marinas de guerra de nuestro flanco sur, como consecuencia de la carrera militar en la que Marruecos y Argelia se han embarcado y que tiene como daño colateral a una España que ha venido descuidando durante dos décadas su inversión en defensa. Esto, llevado al dominio naval, ha generado notable preocupación al quedarse la Armada con únicamente dos unidades en servicio, mientras Argelia dispone de seis, cuatro de ellas modernas y Marruecos tantea el mercado, aunque podría llevarle años o incluso décadas desarrollar desde cero unas capacidades submarinas dignas de mención.
A consecuencia de lo anterior, en pocos años la situación de seguridad en el Estrecho de Gibraltar se ha degradado sobremanera. No es que las Fuerzas Armadas españolas no sean superiores o más modernas que las marroquíes o las argelinas —países ambos con los que tenemos cuestiones abiertas—, pues de estas siempre se exageran sus adquisiciones y capacidades. El problema real es que el diferencial militar entre una orilla y otra del Mare Nostrum se ha reducido sensiblemente en poco tiempo y que esto genera, de una u otra forma, inestabilidad estratégica.
Explicado en términos sencillos, esto supone que los incentivos que nuestros vecinos tienen para recurrir a la fuerza a la hora de perseguir sus objetivos son cada vez mayores. Es decir, que la inestabilidad estratégica no determina, pero sí condiciona las apuestas de sus decisores políticos y, en la medida en que España siga quedando rezagada en el plano militar, la tentación de solucionar manu militari algunos contenciosos será cada vez más fuerte. En este sentido, no es casualidad que Marruecos haya venido orquestando acciones contra España y sus intereses en el norte de África en la Zona Gris, pues superar la barrera de la guerra abierta no le compensa todavía. Todavía.
Hemos hecho referencia en el párrafo anterior a que la situación de inestabilidad condiciona, pero no determina. Sean cuales sean las tendencias en un determinado momento, su evolución futura depende de las medidas que tomemos. Algunas importantes de cara a restablecer la disuasión y con ella la estabilidad estratégica ya se han aprobado o se están negociando, como ocurre con los programas Halcón 1 y Halcón 2 o el futuro SILAM, así como con los futuros aparatos de Patrulla Marítima —no entraremos en si se trata, en cada caso, de la solución más adecuada— aunque queda mucho por hacer y podrían resultar insuficientes. No obstante, no todo tiene que ver con la inversión o con la adquisición de determinadas plataformas y sistemas de armas.
En muchos aspectos, la forma en la que se deciden los programas a los que deben destinarse los fondos y el modo en que se gestionan es tan o más importante que el volumen total de recursos disponibles. También es crucial saber en qué momento hay que apostar por adquisiciones extranjeras, por el diseño y producción nacional o por soluciones mixtas, fabricando partes o apoyándose en tecnólogos foráneos que suplan las carencias propias. En un mundo globalizado en el que ningún país, ni siquiera Estados Unidos, es totalmente autosuficiente en materia de defensa, en el que la competición económica es feroz, el ritmo del progreso tecnológico continúa acelerándose y las potencias medias como España lo tienen cada vez más complicado para encontrar su lugar bajo el sol, se requiere de una estrategia clara y proactiva si lo que se pretende es sobrevivir y, en lo posible, mejorar. Alinear medios, modos y fines, en eso consiste. Algo que no es posible sin saber qué se es y qué se pretende, pues nadie puede establecer la forma de pasar de lo primero a lo segundo sin una idea clara del punto de partida y el objetivo final.
Una continua huida hacia adelante
Es aquí en donde entra el Programa S-80, como ejemplo al mismo tiempo de todas las virtudes, defectos y altibajos que han acompañado a nuestra defensa en las últimas décadas, pues el país que decidió abandonar el programa Scorpène para lanzarse a diseñar su propio submarino y el que lo llevó posteriormente a efecto, poco tenían que ver en cuanto a ambición y preferencias exteriores. Lo mismo podría decirse de la Empresa Nacional Bazán que hizo los primeros estudios y la Navantia encargada más tarde de acometer la construcción, una empresa descapitalizada en términos humanos y que se vio ante un reto imposible debido a decisiones políticas ajenas a la compañía. Un programa que ha vivido desde el principio en una continua huida hacia adelante y cuyas consecuencias en última instancia pagarán nuestros marinos y, con ellos, todos nosotros. Al fin y al cabo, salvo que se destinen cuantiosos fondos adicionales a los casi 4.000 millones que ya han sido asignados al programa, la clase Isaac Peral constará de buques con unas características inferiores a lo inicialmente esperado, sin que por ello vayan a ser malos buques.
En este periodo, del S-80 original hemos pasado al actual S-80 Plus, que es como se denomina oficialmente tras sufrir tanto un profundo rediseño, como múltiples vicisitudes relacionadas con el sistema de propulsión. Solo la puesta a flote y más recientemente la primera inmersión completa han logrado devolver a muchos parte de las esperanzas perdidas, aunque siguen siendo varios los interrogantes incluso ahora que el primer buque de la serie está ya muy cerca de entrar en servicio. No para la prensa, claro.
En estos años la mayor parte de los titulares han pasado de ser abiertamente críticos —cuando no escandalosamente falsos e injustos— , a ser excesivamente optimistas —y muchas veces interesadamente aduladores— buscando siempre la atracción del lector. Eso que ahora se llama clickbait, pero que William Randolph Hearts ya dominaba hace más de un siglo. También, por supuesto, ingresos publicitarios. Antes casi exclusivamente por parte de los medios especializados y ahora, desde que la guerra de Ucrania ha puesto todo lo relacionado con la defensa en el foco, por parte de los diarios generalistas, que ni saben ni les importa, pero que, ante la caída de los ingresos tradicionales, necesitan visitas en sus webs.
La realidad del programa, sin embargo, no es ni tan halagüeña como para pensar que podamos llegar a exportar docenas de submarinos a otras marinas de guerra, ni tan desastrosa como para tachar el conjunto del Programa S-80 de absoluto fracaso, alegando que el producto final no cumple con las especificaciones que durante años nos habían anunciado o con los objetivos iniciales de autonomía constructiva. Es por eso por lo que el lector tiene este libro entre las manos, pues es necesario, más que nunca, poner un poco de mesura —y eso es lo que nos aportan los datos objetivos— sobre unas implicaciones e impacto van mucho más allá de la Armada. De hecho, en este caso es fundamental, pues el Programa S-80 es un auténtico punto de inflexión para España, país que ha de mantener a —casi— cualquier precio las capacidades ganadas en cuanto a diseño y construcción de submarinos si no quiere poner en peligro el futuro de su industria naval militar.
Además, después de lo que este programa ha supuesto —en todos los términos que podamos imaginar— para el contribuyente, para las empresas implicadas y para el Ministerio de Defensa, pensar en que pudiese terminar como ocurriera con la línea de producción de los cazaminas de la clase Segura, es poco menos que aterrador. Muy a nuestro pesar, los datos en abierto relativos a los aspectos más importantes del programa brillan por su ausencia, con lo que por mucho esfuerzo que haya detrás de este libro, hay cuestiones que nunca podremos resolver.
Por otra parte, sucede también que proyectos de tal magnitud se prestan a la crítica fácil incluso cuando son un éxito absoluto. Cuánto más cuando no han cumplido con todo lo esperado como es el caso. Además, si hay algo genuinamente español, más allá del valor, el sacrificio o la envidia —ese deporte nacional—, es el cuñadismo. Así es, como se llama ahora —según Fundéu— a la costumbre de opinar sobre cualquier asunto, queriendo aparentar ser más listo que los demás. Dicho de otra forma, es la “actitud de quien aparenta saber de todo, habla sin saber, pero imponiendo su opinión o se esfuerza por mostrar a los demás lo bien que hace las cosas”.
Y es que, quien más, quien menos, todos los españoles tienen una opinión sobre lo que ha fallado en este programa y, lo que es mejor, sobre las soluciones —fáciles— a tomar para enderezar tanto su rumbo, como el de la Armada, el país y posiblemente el del Universo entero (de la Selección, ni hablamos). No obstante, si pretendemos ser un poco serios, tendremos que dejar de lado la crítica vacía, para centrarnos en analizar qué ha fallado en realidad —si es que ha fallado algo— y, en su caso, tomar las medidas pertinentes para que no vuelva a ocurrir, depurando de paso responsabilidades.
Sin transparencia no hay aprendizaje
No todo es malo, ni mucho menos. En el lado del haber figura todo lo aprendido durante el diseño y construcción de los cuatro (+1) buques de la clase S-80, así como la carga de trabajo y oportunidad de aprendizaje que ha supuesto para una gran cantidad de empresas españolas. Desgraciadamente, dadas las tendencias a nivel continental, es muy posible que salvo que sepamos jugar nuestras cartas de forma magistral, parte de este esfuerzo se diluya a medida que nuestra empresa de bandera bascule hasta integrarse en un gigante europeo de la construcción naval.
Aun siendo el camino lógico para que la industria europea de defensa gane el peso necesario para sobrevivir en un mundo de colosos liderado por empresas asiáticas y estadounidenses, las consecuencias para España podrían ser muy difíciles de asumir. En este caso, posiblemente el Programa S-80 fuese el mayor damnificado en el sentido de que no vería continuación, volviendo España a una casilla de salida en la que los futuros submarinos se construyesen si no bajo licencia, sí con un liderazgo francés (o alemán) en cuanto a diseño.
Como quiera que esta previsión, un tanto sombría, no se ha materializado todavía, a lo largo de las próximas páginas nos centraremos en lo que sí sabemos sobre el Programa S-80, desde su concepción hasta el día de hoy, cuando la primera unidad está a punto de ser entregada a la Armada tras múltiples retrasos y contratiempos. El aspecto central del libro no serán los buques, sino las decisiones y sus razones, intentando esclarecer los porqués. No es tarea sencilla, pues incluso después de décadas de democracia, con sus más y sus menos, los distintos gobiernos han seguido tratando a la ciudadanía con un paternalismo impropio de una sociedad madura, al menos en lo que a Defensa concierne.
Las razones son complejas y variadas y van desde inercias institucionales dentro del propio Ministerio de Defensa al miedo entre la clase política a tratar en abierto ciertos temas —máxime cuando el desconocimiento de nuestros cargos electos sobre el mismo es palmario— o a los equilibrios políticos cuando los gobiernos han sido de coalición o han necesitado del apoyo de otros partidos. También, por supuesto, es culpa de cada uno de nosotros, pues si por algo destaca la sociedad española es por su cultura política de súbdito.
De una forma u otra, y volviendo sobre el Programa S-80, la falta de transparencia y de rendición de cuentas han provocado que después de más de una década de retrasos no sepamos a ciencia cierta ni quiénes son los culpables, ni cuáles las medidas adoptadas para solucionar los errores. Tampoco las razones por las que se ha seguido adelante con el programa cuando había otras opciones o qué cambios se han introducido en la gestión para que situaciones similares no se repitan. Y nada de esto implica que las decisiones no hayan sido las correctas, eso deberá juzgarlo el lector. Lo escamante es que, escudándose bajo el secreto de Estado, como si clarificar el proceso de decisión que ha llevado a determinados callejones sin salida fuese lo mismo que conocer los entresijos de un sonar o la programación de un sistema de combate, en ningún momento se hayan ofrecido al contribuyente explicaciones acerca del destino de sus impuestos, más allá de vagas referencias al componente industrial, los empleos o las posibles exportaciones.
Nuestro lugar el mundo y el precio a pagar
Se han dejado sistemáticamente de lado todos los temas fundamentales relacionados con la cultura estratégica, es decir, con el conocimiento básico que cada español debería tener sobre la posición que ocupa su país, las amenazas que le acechan y el coste que tiene enfrentarlas o las distintas opciones existentes para hacerlo. Es tan sangrante como justo que, al privar de elementos de juicio a los ciudadanos, al carecer de una verdadera estrategia nacional desde hace décadas y al haber pervertido la estrategia de defensa hasta reducirla a una estrategia industrial de defensa (y no son en absoluto lo mismo), los medios, modos y fines de los que hablábamos unas líneas más atrás hayan quedado totalmente desalineados, perdiendo de paso España gran parte de su impronta internacional y resintiéndose su seguridad.
Pese a todo lo anterior, y llegados a este punto, el programa S-80 debe seguir adelante. Hemos de ser lo suficientemente valientes como para hacer la necesaria autocrítica y transformar una larga serie de errores en una oportunidad. También para coger lo aprendido, el personal increíble que al albur del programa se ha formado en los últimos años y las capacidades industriales que se han desarrollado en Cartagena —pero no solo—, dedicándolas a futuros proyectos mejor planificados, más razonables y cercanos a los intereses de España.
Esto último es quizá lo más importante: hasta que no sepamos qué tipo de país queremos ser, qué lugar queremos ocupar en el Mundo y qué precio estamos dispuestos a pagar por ello, será difícil que dejemos de movernos como un péndulo entre programas faraónicos y orgánicas inasumibles cuando hay fondos y recortes dramáticos cuando vienen mal dadas.
Dicho lo anterior, esta obra y pese a que en algunos momentos incurra en críticas, ha sido escrita con una intención constructiva; únicamente busca aportar un poco de luz en el deseo de que en el futuro de nuestro país y nuestras Fuerzas Armadas una estrategia bien definida, una Ley Presupuestaria de la Defensa, un planeamiento a largo plazo, una mayor transparencia y la imprescindible rendición de cuentas, sean la norma.
* Christian D. Villanueva es fundador y editor de la revista Ejércitos.
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