"Auftauchen!", ¡superficie! La orden con que los submarinos alemanes emergían para cazar a sus presas o rematarlas a cañonazos tras torpedearlas sonó con gran frecuencia en la costa de Tarragona durante la I Guerra Mundial. Esa zona, en el límite de las aguas neutrales españolas, fue un cazadero habitual y fructífero para los tiburones del káiser -el emperador alemán- y está aún alfombrada de los barcos que hundieron y de los huesos de los desgraciados tripulantes. Los submarinos echaron a pique en el área 46 barcos, con un total de 98.818 toneladas de registro bruto, y causaron 366 muertos. Un libro recién aparecido, La guerra secreta del Mediterrani, submarins alemanys i vaixells aliats a la costa de Tarragona (1914-1918), de Josep Maria Castellví y Josep Guarro (Pagès Editors, 2005), documenta extraordinariamente esa historia poco y mal conocida y aporta información de primera mano -los autores son también buceadores y han realizado investigación subacuática- sobre los pecios, su situación y su estado.
El ataque del U-35 pudo seguirse desde la ciudad, al estilo de la batalla del Río de la Plata
El libro tiene su complemento en un documental con imágenes de la exploración subacuática que se emitirá en dos partes (5 y 12 de febrero) en el programa de TVE Al filo de lo imposible, de cuyo equipo es miembro Castellví. "Buceando entre esos barcos hundidos por los submarinos tienes la sensación de un viaje en el tiempo", explicó a este diario. "Un barco hundido es como una caja que ha quedado preservada en el mar". También es en el caso de los pecios de guerra un testimonio dramático e incluso una tumba. "Somos muy conscientes de ello, nos movemos allí abajo con gran respeto y nuestra investigación es al mismo tiempo un homenaje a las víctimas".
El papel de los submarinos alemanes en la primera contienda mundial es un asunto mucho menos popular que el de sus herederos, los letales U-Boots del III Reich de Hitler, pero también ellos tuvieron un papel esencial en su guerra y protagonizaron una extraordinaria aventura, llena de violencia, arrojo y crueldad. De hecho, pusieron las bases de una tradición de heroísmo (en Alemania) y felonía (entre sus adversarios) que recogerían íntegra y aumentarían los hombres de Dönitz.
Durante la I Guerra Mundial, la Kaiserliche Marine, la marina del káiser, contó con unos 350 submarinos, de los que 180 se perdieron. De los 13.000 submarinistas que lucharon a bordo de los ataúdes de hierro 5.354 murieron en combate. La flota de submarinos de esa guerra tuvo también sus ases, capitanes tan célebres como luego lo serían Prien, Kretschmer, Schepke o Topp, como Otto Weddigen, que al mando del U-9 hundió en 1914 tres cruceros británicos en una hora. Varios de esos ases -4 de los 20 más exitosos- buscaron sus presas frente a las costas catalanas e hicieron del litoral de Tarragona su coto especial. Entre ellos figuró la, pese a su desconcertante apellido francés, gran estrella de los submarinistas del Káiser -y el mayor as de todos los tiempos- el kapitänleutnant Lothar Arnauld de la Pèriere, ganador de la medalla Pour le Mérite, el Blue Max, la más ambicionada condecoración, que adornaba también el cuello del Barón Rojo y del tempestuoso Ernst Jünger.
Castellví y Guarro circunscriben el ámbito de su estudio a las acciones bélicas de los submarinos en el mar de Tarragona, un área delimitada más o menos por Barcelona y las islas Columbretes al norte, las cercanías de Ibiza al sur, y algo más allá de la mitad del canal de las Baleares al este. Los autores destacan que en ninguna otra zona de la costa catalana hubo tantos ataques de submarinos ni se da una concentración similar de restos de barcos hundidos y accesibles a la exploración (buena parte de los navíos fueron enviados a pique en cotas poco profundas, entre 50 y 100 metros). Los investigadores se han esforzado en localizar e identificar todos los barcos hundidos -con la ayuda de los pescadores, que conservan la memoria de la ubicación de los pecios como lugares que evitar donde se enganchan las redes-, y en esclarecer los hechos de cada acción. El libro se enriquece con la doble aportación de los KTB (Kriegstagebuch), los cuadernos de bitácora de los submarinos, y los datos aportados por buzos locales como Aniceto López Beivide (que hizo de escafandrista en la película Al este de Java en 1968) y Paco el Rana. Pese a las leyendas populares, los investigadores descartan absolutamente que pueda haber en la zona algún submarino alemán hundido.
El estudio presta especial atención a cómo se vivieron desde la costa los dramáticos sucesos, de qué manera los recogió la prensa de la época, qué pasó con los náufragos y qué papel tuvieron las tramas de espionaje y contraespionaje en las localidades catalanas. Aporta asimismo pormenorizada información sobre los tipos de submarinos de la época y ofrece una apasionante colección de anécdotas, como que cuando el U-64 hundió con 330 cañonazos el Amiral de Kersaint frente al cabo de Tortosa en el verano de 1917 hacía tanto calor que la tripulación del sumergible, incluido el capitán, iban todos en calzoncillos.
En 1916, el U-34 de Rücker se colocó frente a Tarragona, a 45 millas de la costa, y allí echó a pique uno detrás de otro, el mismo día del 23 de mayo, entre las 11.30 horas y las 13.30 horas a tres barcos. ¡Al final del día había hundido otros cuatro más! El as de ases Von Arnauld, con el U-35, protagonizó una tremenda acción frente a Tarragona hundiendo en media hora a los vapores Skogland y Guiuseppe. El ataque pudo ser seguido desde el paseo de la ciudad y los tejados por numerosos vecinos, al estilo de la batalla del Río de la Plata. Uno de los cañonazos contra el segundo navío decapitó limpiamente a un fogonero. Cuando llegaron a tierra los supervivientes de las dos presas, incluidos un gato y un loro, la gente reunida en la playa aplaudió solidariamente. La depredación de los sumergibles fue en otros casos también toda una atracción. "El espectáculo emocionante del torpedeamiento que ha podido divisarse con toda intensidad desde el puerto ha impresionado a todo el vecindario en gran manera", recogió el Diario de Tortosa tras el hundimiento del mercante Lefkosia por el U-34 frente a L'Ametlla de Mar.
Una técnica de los submarinos era colocarse muy visibles entre el cabo de Tortosa y Tarragona y hacer huir mar adentro a las presas que así ya no podían refugiarse en la zona de aguas neutrales españolas.
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