Muchas de las campañas militares que marcaron la Antigüedad podrían haber tomado un rumbo muy distinto sin la intervención de unidades especiales entrenadas para la guerra submarina: estas saboteaban las defensas enemigas, entregaban mensajes de ejércitos asediados pidiendo refuerzos, espiaban campamentos y ejércitos, o recuperaban tesoros de las naves hundidas, entre otras misiones delicadas que requerían un entrenamiento especial y muy duro.
LOS PRIMEROS BUCEADORES
La primera referencia que tenemos a estas fuerzas submarinas procede de Tucídides, uno de los padres de la historiografía, quien narra que en el año 426 a.C., durante la guerra del Peloponeso, algunos buceadores socorrieron a los espartanos asediados en Pilos transportando odres con agua y provisiones. Heródoto narra un episodio anterior durante las guerras médicas, cuando un griego supuestamente escapó de los persas recorriendo bajo el agua una distancia de 80 estadios; pero el propio Heródoto sostiene que se trata de una leyenda, puesto que dicha distancia equivaldría a entre 12 y 15 kilómetros.
Aristóteles, que además de ser uno de los grandes filósofos de la Grecia antigua fue también maestro de uno de los mayores conquistadores de todos los tiempos, Alejandro Magno, menciona también el uso de buceadores, esta vez con una misión ofensiva: Aristóteles narra que su pupilo, durante el asedio de Tiro en el año 332 a.C., se valió de buceadores para sabotear las defensas de la ciudad. También se hace eco de otro episodio, claramente legendario, según el cual el rey macedonio se habría sumergido él mismo en el mar dentro de un recipiente de cristal para observar el fondo marino.
Los primeros buceadores utilizaban métodos rudimentarios de inmersión, como un tubo para respirar y esponjas impregnadas en aceite
Estos hombres utilizaban métodos rudimentarios de inmersión, como un tubo para respirar y esponjas impregnadas en aceite, que llevaban entre los dientes y que, al morderlas, creaban una pantalla de aceite que mejoraba la visibilidad debajo del agua. Todas sus esperanzas de éxito dependían de no ser descubiertos, ya que para nadar bien solo podían ir provistos de armas ligeras, como dagas o cuchillos, y ningún tipo de protección.
URINATORES, LA PRIMERA UNIDAD PERMANENTE DE GUERRA SUBMARINA
Resulta sorprendente que fuera Roma, una potencia que destacó más la guerra terrestre que en la naval, la primera en crear una unidad permanente de soldados submarinos: los urinatores, que a pesar de que su nombre pueda sugerir otra cosa, significaba “buceadores”. El naturalista Plinio el Viejo, en su obra Historia Natural, habla de ellos en algunos pasajes puesto que no todas sus actividades eran bélicas.
De hecho, una de sus ocupaciones principales era recuperar el cargamento de barcos hundidos en aguas poco profundas o mercancías que caían al agua durante el transporte, por lo cual tenían derecho a quedarse con una parte de lo rescatado. También se dedicaban a la recolección de esponjas y otros recursos marinos. Los urinatores formaban un collegium – una especie de gremio profesional – juntamente con los pescadores, por lo que se puede deducir que parte de sus actividades fuesen comunes e incluso que algunos urinatoresfuesen pescadores que intentaban ganarse unos ingresos extra.
Pero había también otros especializados en actividades bélicas, que recibían formación militar. Estuvieron activos al menos desde la guerra civil que enfrentó a Julio César contra Pompeyo el Grande: encontrándose el primero en una ciudad sometida a un asedio naval, durante la noche mandó a los urinatores hacia las naves de Pompeyo: estos cortaron los amarres de las anclas y arrastraron los barcos hacia la playa, donde las tropas de César pudieron abordarlos. Esta táctica también fue utilizada en contra de los romanos, como sucedió durante el asedio a Bizancio por parte de Septimio Severo en el año 195 d.C., cuyas naves cayeron en la misma trampa que César había usado contra Pompeyo.
Los urinatores realizaban principalmente tareas de sabotaje, espionaje y envío de mensajes
Otra de sus funciones principales era el espionaje, infiltrándose en ciudades, campamentos e incluso naves al amparo de la noche para reunir información sobre el número de fuerzas con las que contaba el enemigo. En caso de asedio en una ciudad portuaria, podían ser enviados a solicitar refuerzos o llevar mensajes entre el lugar asediado y el exterior: estos mensajes se inscribían en brazaletes de metal que, en caso de peligro, soltaban para que se hundieran y evitar que cayeran en manos enemigas.
A pesar de que la discreción era su especialidad, había maneras de frenar a los urinatores. La más sencilla, en puertos resguardados, era cerrar la entrada con una red submarina, a la que se podía añadir cascabeles por encima del nivel del agua para alertar a los guardias – provistos a su vez de redes de pesca para atraparlos – cuando alguien se enredaba en ella. También se instalaban rejas en las bocas de descarga de las cloacas o canales, que eran un buen lugar desde el cual podrían infiltrarse en una ciudad y moverse sin ser vistos. Debido a su nula protección y escaso armamento, si les descubrían estaban abocados a una muerte casi segura, probablemente precedida de una sesión de tortura para sacarles información.
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