Yago Rodríguez
Las últimas dos semanas han sido muy intensas para mí, ya que he creado hasta 4 vídeos distintos para hablar del programa S-80 y del propio submarino... He podido hablar con quien más ha investigado la historia del S-80, el Director de la revista Ejércitos y buen amigo Christian Villanueva, ayer mismo también pude hablar con el Jefe del Arma Submarina, Ernesto Zarco, y con el que será el primer Comandante del navío, Manuel Corral.
Previamente también pude tomar un café y hacer alguna que otra llamada para averiguar algún dato adicional sobre este submarino. Han sido 14 días intensos.
Sin embargo, desde el punto de vista estratégico, industrial e internacional ¿qué supone un proyecto como el S-80?, ¿está justificado?, ¿es demasiado grande para caer? Me propongo compartir mis reflexiones acerca de estas preguntas.
Primeramente, los submarinos pueden ser considerados activos tácticos con valor estratégico, esto significa que uno o dos submarinos en el lugar y en el momento adecuados pueden impedir que una crisis prebélica pase a ser bélica, a la vez que proporcionan una herramienta política de primer orden.
Por ejemplo, a un avión de combate lo pueden detectar los radares, los sensores ópticos y hasta el ojo humano y lo mismo sucede con cualquier otro vehículo aéreo o terrestre... ¡Hasta un francotirador es relativamente fácil de detectar! Pero un submarino es otra cosa, incluso aunque sea uno antiguo.
En tiempos de paz, cuando las naciones no movilizan todos sus recursos para la guerra, los submarinos son medios absolutamente discretos, especialmente si guardan una buena disciplina de emisiones. Solo son detectables por una operación antisubmarina de envergadura... Precisamente por eso un submarino capaz de lanzar misiles puede acercarse a cientos de kilómetros del territorio adversario y lanzar un misil desde cualquier mar u océano.
Militar, política y estratégicamente esto proporciona una habilidad fundamental, una habilidad para lanzar mensajes con forma de misiles, aunque solo sea para hacer una demostración de fuerza o de voluntad.
Por tanto, desde el punto de vista de la utilidad estratégica no hay ninguna duda sobre un submarino, sin embargo el quid está en que dicha utilidad también podría obtenerse construyendo submarinos bajo licencia con el apoyo de un socio industrial.
Si deseamos buscar un equilibrio entre cubrir nuestras necesidades estratégicas y mantener una base industrial nacional razonable, ¿qué justificaría lanzar un programa de submarinos nacionales? Se me ocurren tres factores:
- No poder contar con un socio extranjero para aspectos clave.
- Tener unas necesidades técnicas muy especiales que no encajan con los productos que ofrece el mercado internacional de defensa.
- Querer reforzar la base industrial de defensa en algunos aspectos identificados como claves.
Respecto a lo primero, España contaba con Francia, si bien aquella relación por un motivo o por otro se fue al traste. Mi hipótesis es que el "cuello de botella" decisorio estuvo en el comportamiento galo durante la Crisis de Perejil; no obstante, solo se trata de una hipótesis y caben otras interpretaciones. En este sentido recomiendo estar muy atentos al libro que publique Christian Villanueva a finales del año.
Sea como fuere perdimos a Francia. Diseñadores como Rusia o China estaban automáticamente descartados por no tratarse de países alineados con Occidente. Solo nos quedaban Reino Unido y Estados Unidos. Con el primero no hay tradición de colaboración en materia naval, al fin y al cabo Londres aún nos debe Gibraltar, y existe un cierto viejo incidente industrial con navíos diseñados allá.
Estados Unidos, en la época del Atlantista Jose María Aznar, hubiera sido el socio natural a la luz de la ruptura con Francia. Sin embargo, el 11-M alteró las elecciones en España y con un inesperado vencedor, Jose Luis Rodríguez Zapatero. El eje Atlantista volvió a ser sustituido por el tradicional de Europa-Iberoamérica. Es más, los desplantes de Zapatero a Estados Unidos solo pudieron ser enjuagados posteriormente con la llegada de Barack Obama al poder.
Pero para entonces el S-80 era ya un proyecto eminentemente español y con solo un mínimo de cooperación con otros países, si bien aquí Estados Unidos se llevaba la parte del león.
En definitiva, España sí pudo contar -aunque solo fuera a medias- con algunos socios industriales.
En cuanto al segundo aspecto "Tener unas necesidades técnicas muy especiales que no encajan con los productos que ofrece el mercado internacional de defensa", es cierto que España presenta algunas especificidades. Tenemos una necesidad de cierta proyección, pero a la vez hay una cuestión de defensa territorial en el sur, un tipo de amenaza que ningún país europeo, salvo Grecia y algunos de Europa del Este, comparten.
Nuestra Armada también tiene que lidiar con el eterno dilema de operar en una zona como el Estrecho y en dos masas de agua muy distintas: el Océano Atlántico y el Mar Mediterráneo, a la vez que se defiende la soberanía de los islotes frente a África y de las aguas adyacentes a las Islas Canarias.
Quizás es cierto que la geografía española y nuestros desafíos políticos y militares exigen de unos submarinos adaptados a nuestras necesidades, si bien este es nuevamente un factor discutible.
Finalmente, el tercer punto quizás sea el que más justifique el proyecto: "Querer reforzar la base industrial de defensa en algunos aspectos identificados como claves".
A principios de siglo Navantia iba viento en popa, y ciertamente hasta ahora no ha ido mal. Hemos vendido buques de reabastecimiento, fragatas, corbetas y buques de proyección estratégica a naciones de peso como Australia, Turquía, Noruega, Arabia Saudita o Venezuela. España se ha abierto paso en un sector estratégico y caracterizado por un alto I+D, es lógico querer desarrollar al máximo esta potencialidad y querer competir también en el mercado de los submarinos.
También hay quienes justifican al S-80 aludiendo al prestigio internacional que supone entrar al reducido club de países que diseñan este tipo de ingenios. El argumento es tentador, pero resulta difícil demostrar que dicho prestigio realmente exista más allá de los despachos de algunos entendidos en las Armadas de medio mundo y, aunque tal prestigio existiera, no está claro que tenga efectos reales.
Lo que sí es cierto es que ser diseñadores de submarinos proporciona a nuestros políticos una baza inestimable en los asuntos internacionales. Por tanto, más que el prestigio, los submarinos ofrecen una potencialidad que luego hay que ser capaz de explotar.
Ante una crisis militar, la necesidad de alcanzar acuerdos bilaterales o simplemente para poder aumentar el I+D y los puestos de trabajo en España el S-80 es una gran oportunidad, más aún si se combina con una buena red de comerciales o hasta con Juan Carlos I, por polémico que suene.
Por último hay quienes justifican el S-80 como una baza para aumentar nuestra independencia estratégica, sin embargo me temo que hay componentes críticos y consumibles para los que la colaboración con Estados Unidos seguirá siendo vital. Así que este podría ser solo un objetivo parcial a lo sumo.
Mi conclusión es que el S-80 solo puede tener sentido para España desde un punto de vista estratégico-industrial, que debe estar imbricado de alguna manera con los máximos representantes políticos del Estado y de las Fuerzas Armadas: Presidente, Rey, Ministerio de Defensa, JEMAD y Ministerio de Exteriores. Dicha imbricación solo puede tener un fin: exportar para ganar influencia en los proyectos navales estratégicos de otras naciones, ganar independencia industrial y mejorar nuestra economía.
El caso es que casi todos los países que diseñan submarinos lo llevaban haciendo desde 1945 o poco después, cuando el submarino era la alternativa barata al buque de superficie. España se ha introducido en este mercado casi 60 años después, con un producto tecnológico de alta complejidad y quizás por ello debía ser previsible que no todo iría como la seda.
Alemania lleva construyendo submarinos desde la Gran Guerra, igual que Reino Unido, Francia o Estados Unidos. Casi desde entonces sus industrias navales han podido ir mejorando sus diseños gradualmente. Nosotros no, nosotros nos hemos lanzado en 2004. En economía se suele hablar del "coste inicial", que puede ser definido como el espacio que separa al artesano del aprendiz. El coste inicial es el coste de los errores que cometerás antes de igualarte con otros competidores.
El S-80 ya ha pagado su coste inicial, lo ha hecho a base de sobrecostes y de provocar graves daños a nuestra Arma Submarina. Nos ha hecho tanto daño como haber sufrido una gran derrota naval ante Marruecos, nos hemos infligido un pequeño Trafalgar. Que no sea en vano.
Si al final hacemos un buen submarino, quizás podamos llegar a exportar un futuro S-90 y empezar a recuperar nuestra inversión. Si por el contrario las cosas se han hecho verdaderamente mal, el S-90 volverá a ser un desastre y no habrá coste inicial, tan solo el coste de "paniaguar" a una industria.
Hay que exportar, hay que hacer un buen S-80 y un buen S-90.
Por último, solo albergo un temor, un Cisne Negro en el horizonte, ¿será la guerra naval dentro de 20 o 40 años la misma de hoy?, ¿seguirán teniendo sentido las inversiones en los SSK tal y como los llevamos concibiendo desde tiempos de Isaac Peral? Quizás el futuro esconde un punto de inflexión técnico que mande al desguace a toda una industria, quizás estemos ante un Cisne Negro o ante un Cisne Blanco algo más amable o tal vez -quién sabe- el color del cisne dependa de nuestras decisiones.
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