“Me preocupé, pero él me lo contó como una aventura: ‘Nos quedamos sin luz, nos fuimos para abajo, lo arreglamos y salimos’”.
Luis Antonio Niz, padre de Luis Alberto Niz.
Fue en el viaje anterior a la última misión, con salida el 1 de julio de 2017 y 19 días de travesía. Para estabilizarlo, los submarinistas trabajaron durante 4 horas, alumbrados con la luz de sus celulares. Varios de ellos resultaron heridos, porque el ‘sacudón’ inicial fue violento. Según explicó un experto, “cuando la electricidad sale de las baterías, la nave tiende a irse para abajo”.
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“En diciembre salen los ascensos. Seguro que se sentían presionados por eso. No querían que nada les impidiera ascender. Mi hermano, en el último tiempo, no paraba de decirle a mi sobrino más grande que él tenía que cuidar de su mamá y comportarse como el hombre de la casa cuándo él no estuviera. Ahora vemos que tendría miedo de lo que podría pasar. Miedo de no volver”, relató Alejandra Toconás.
“Me enteré en una comida con amigos. Le preguntaban sobre el ARA y ahí contó que en ese viaje se habían ‘ido abajo…’”.
Marcela, esposa de Alberto Sánchez
El siniestro de julio, sin embargo, sólo fue el corolario de una serie de fallas. De hecho, mañana está previsto que declare ante la jueza Marta Yañez (que lleva adelante la investigación sobre lo ocurrido con el ARA) un submarinista habitual dentro de la tripulación, Manuel Debrina.
Junto a Sánchez, que figura dentro de los fallecidos, Debrina protagonizó un accidente que tuvo lugar en una navegación ocurrida en 2015. Un año después de que la nave tuviera su reparación de “media vida”. La única que tuvo antes de su hundimiento, ocurrido en 2017. Esa reparación se realizó entre diciembre de 2008 y junio de 2014 en el Complejo Industrial y Naval Argentino (Cinar). Estuvo a cargo de los astilleros Tandanor. Oportunamente se informó que allí le hicieron 625 trabajos. Entre ellos, cortarlo al medio y volver a soldarlo.
Pero en el viaje de 2015 sobre el que declararán no todo marchó bien. “Saltó una tubería que tenía muchos bares de presión. E hizo que, a su vez, saltara una válvula que estaba siendo ajustada en ese momento. Hiriendo en la frente a Debrina, al que tuvieron que darle 7 puntos de sutura”, le relató a este diario una fuente que debe ser citada a prestar su testimonio sobre el tema.
En el último tiempo, mi hermano no paraba de decirle a mi sobrino más grande que él tenía que cuidar de su mamá y comportarse como el hombre de la casa cuándo él no estuviera. Ahora veo que tenía miedo de no volver”.
Alejandra Toconás, hermana del tripulante rionegrino Mario Toconás
Allí, la tubería evidenció el mal estado en el que se encontraba. “Estaba toda podrida –reveló la misma persona, que citó las palabras que sobre el episodio le narró uno de los tripulantes–. No puede ser que esto esté así, recién salió de la reparación de media vida. Pero mirá cómo la hicieron. Si tenían que ponerle un tornillo de acero le pusieron el más barato. No lo arreglaron con los materiales adecuados. Se ve que se afanaron todo”. La fuente también refirió que tras el incidente hubo fuertes reclamos ante los superiores por el estado de las piezas. Y por el riesgo al que ese deterioro los sometía.
“Río Negro”, en ediciones anteriores, dio a conocer fotos tomadas en la nave durante ese episodio. Fueron aportadas por Andrea Mereles, la esposa de ‘Gaby’ Alfaro. Que también le brindó a este diario un video de un corte de luz ocurrido en plena navegación, en 2016. A ella su esposo le hablaba de las continuas fallas. Pero, al igual que la fuente mencionada, aún no fue citada por la magistrada para declarar. Ni para aportar esos documentos.
En las imágenes que brindó Andrea se lo ve a Debrina, mientras está siendo asistido. El que no aparece en las fotos es Sánchez. Otro de los que resultó lastimado. A él, que era el que estaba ajustando una válvula, la fuerza de la tubería al saltar le provocó un fuerte golpe en uno de sus brazos y en una de sus piernas.
“Por ese accidente de la válvula adelantaron el regreso de la navegación”, recordó Marcela, la esposa de Sánchez, en diálogo telefónico desde Mar del Plata. Ella fue a buscar a su marido a la base cuando llegó, tras lo ocurrido. “Estaba lastimado, con la pierna y el brazo hinchados por el golpe. Enojado por lo que había pasado” relató. Ella es de las que recuerda que el cansancio de su esposo tras cada navegación era mayor. Y ahora, descubrió que su preocupación también. “Decía por ejemplo que, por falta de presupuesto, si pedía determinadas cosas le daban menos de la mitad, y que con eso tenía que arreglarse”, confió la mujer.
Su marido, de 48 años, trabajaba en la parte de armamento, navegaba desde 1991 y le quedaban 4 años para el ascenso a suboficial mayor, la máxima jerarquía. Ésta navegación, de la que no retornó, sería la última antes de pasar a desempeñarse en tierra, en el Comando de la Fuerza de Submarinos (Cofs). En 2016 ya estaba en condiciones de desembarcarse, pero desde la Armada le habían pedido permanecer navegando por unos viajes más.
Del episodio del mes de julio de 2017, durante el viaje previo al fatal, Marcela se enteró en una comida que ella y su esposo compartieron con unos amigos. “Le estaban preguntando sobre el ARA, y ahí contó que en ese viaje se habían ‘ido abajo’. Mis amigos se asustaron, le consultaron sobre qué era lo que hacían en esos casos. Y él respondió que ‘tenemos que quedarnos tranquilos. Nos ponemos y lo arreglamos porque nos mentalizamos que tenemos que salir’”, rememoró su viuda.
También recordó las largas horas que pasaron a la deriva Luis Antonio Niz, el papá de Luis Alberto, otro de los submarinistas fallecido. “Mi hijo tenía 27 años y toda la inconsciencia de esa edad” contó el hombre desde el partido de San Miguel, en la provincia de Buenos Aires. “Yo me preocupé, pero él me contó lo que pasó como una aventura. Una cosa más. “Nos quedamos sin luz, nos fuimos para abajo, lo arreglamos y salimos”, le dijo Luis a su padre antes de embarcarse por última vez, en una visita que realizó a San Miguel, ya que el joven se había radicado en Mar del Plata.
La que aportó precisiones acerca de la duración de ese hundimiento fue Andrea Mereles, la mujer del cocinero Alfaro. “4 horas estuvieron. Gaby (por su esposo) se quemó con agua hirviendo. Al final lo pudieron reflotar” refirió.
“Entró agua, lo repararon alumbrados por celulares”
“Mi hijo también se lastimó (durante el incidente) como pasó con otros de los tripulantes. Y durante 4 horas, alumbrados con sus celulares, estuvieron trabajando hasta que lo estabilizaron” agregó Luis.
“Además –dijo el letrado– tuvieron problemas con la propulsión porque sólo podían usar hasta la tercera marcha. Si querían pasar de la tercera a la cuarta, esa propulsión saltaba”, detalló Luis. Por último, informó que también “se registró entrada de agua, pero lo que no hubo fue principio de incendio”.
¿Pero, qué pasa cuando el submarino atraviesa este percance? El capitán de fragata Fernando Morales, perito naval y vicepresidente de la Liga Naval Argentina, explicó que, “por diseño, esa nave flota, en la superficie o bajo al agua. Para hundirla hay que sumarle un lastre. Cuando existe un problema, si es bajo el agua, el lastre se suelta. Ya sea expulsándola de manera mecánica, o, si es necesario, quitando manualmente los lastres físicos. Y, si hay buen tiempo, se permanece a flote hasta resolverlo. Si el tiempo es malo esto puede complicarse, porque el submarino queda como una botella de gaseosa, flotando libremente”. El técnico expresó que “cuando la electricidad sale de las baterías, la nave tiende a irse para abajo. Hasta que se resuelve el tema del lastre”.
Del submarinista Sánchez a su suegro: “Cuidalos mucho, te los encargo”
“Cuidalos mucho. Te los encargo. Quedate con ellos. Por favor, cuidalos”. Eso le pidió a su suegro Alberto Sánchez, un submarinista marplatense, antes de partir rumbo al último viaje que realizaría en el ARA San Juan, que culminó hundiéndose. El pedido sorprendió al padre de su esposa, Marcela Fernández, que en años jamás había escuchado a su yerno tan emotivo antes de embarcarse. Lo hizo al pasar a buscar al menor de los chicos, Juan (9), para reunirse en su casa con el mayor, Julián (15). Pero no fue lo único excepcional. “Nosotros nunca hacíamos videollamadas. Pese a que mi marido arreglaba celulares, y estaba mucho con el teléfono. Y esta vez a cada rato nos hizo videollamadas desde Ushuaia, donde bajaron antes de iniciar el tramo final del viaje. Nos mostraba el paisaje. Y a mí me decía que estaba cansado, que quería caminar, despejarse, bajar del submarino”, contó Marcela.
“El día que iban a zarpar –agregó– con los chicos le hicimos un video y se lo mandamos. Y él nos respondió con otro, que grabó antes de abordar. Cuándo empezó la búsqueda mi hijo Juani quiso mandar ese videíto a la ‘tele’. ‘Para que todo el mundo sepa quién es mi papá’ me dijo el nene. Y así lo hicimos” recordó la mujer.
Más dramática fue la despedida de Ricardo Gabriel Alfaro, uno de los cocineros del ARA. “Me olvidé de decirte que te amaba mucho, y te pido perdón si alguna vez te hice daño. Nos vemos los primeros días de diciembre. Y si no vuelvo, hacelos mierda. Si algún día yo no estoy, ya sabés, no les perdones nada”. Eso le dijo Alfaro a su esposa Andrea Mereles. Gaby estaba alarmado por las fallas de la nave, y le dejó a Andrea un video y fotografías de incidentes que se registraron en navegaciones ocurridas entre 2015 y 2016.
El submarinista rionegrino Mario Toconás, por su parte, se mostró muy cercano a su hijo mayor durante la etapa previa al viaje fatal. “No paraba de decirle a mi sobrino que él tenía que cuidar de su mamá y comportarse como el hombre de la casa cuándo él no estuviera. Ahora vemos que tendría miedo de lo que podría pasar” relató Alejandra, una de sus hermanas.
¿Les niegan el ascenso post mortem?
La jerarquía que posean es importante para las esposas de las víctimas porque en base a ella se establece la escala salarial. Cuanto mayor sea, más alto será el sueldo. Y la deducción de las futuras pensiones y seguros se calcula en base al salario.
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